Unas semanas atrás “La Nación” publicó una nota editorial sobre la filantropía en Argentina, pigmea en comparación de esa actividad en los EEUU.
Por actividad filantrópica entendemos habitualmente la canalización de dinero y otros recursos desde sectores afluentes de la sociedad hacia otros, carentes. Con mayor o menor eficacia, con mayor o menor éxito recaudatorio, organizaciones de la sociedad civil (ONGs) actúan como agentes para concretar los deseos altruistas de las personas, en favor de los necesitados.
No nos ocuparemos aquí de la diferencia entre la promoción de la actividad en EEUU y su ausencia en nuestro país. De eso trató la nota del matutino. Y hay buen material elaborado por el Grupo de Fundaciones y Empresas dirigido por el Dr. Ludovico Videla; que nuclea a 35 fundaciones y entidades argentinas encargadas de la filantropía institucional. Si las autoridades administrativas y legislativas de nuestro país necesitaren argumentos y propuestas, allí las encontrarán.
Estas líneas van orientadas más hacia los avances que, en otras partes del mundo, se vienen dando en este terreno; tomando en cuenta primordialmente las razones que llevan a intentar nuevos caminos.
Dar, donar, regalar es un acto unilateral; con un elevado valor espiritual en sí mismo.
Cínicamente podríamos condimentarlo con la mala lectura de la “compra de conciencia”. Mucho del análisis crítico sobre lo que se conoce como Responsabilidad Social Empresaria se basa en esa mirada.
Sin embargo, aún en el caso de la genuina generosidad, del altruismo más inobjetable; ya no desde el punto de vista espiritual sino en el plano material, el destino de lo aportado pasa a ser trascendental. Allí, la donación deja de ser unilateral para pasar a tener un receptor concreto, que se favorece con lo donado y cuya vida sería peor, materialmente hablando, de no mediar la dación. Estamos hablando de eficacia en la aplicación de lo regalado.
La ineficacia en el uso de los recursos filantrópicos es tanto o más perjudicial que su inexistencia. Puede ser peor si lo que provoca es una reacción adversa del donante o, más grave aún, filtraciones a favor de intermediarios corruptos.
Aún en casos bien intencionados, la falta de rigurosidad estratégica, táctica y administrativa en el manejo de los fondos quita valor material concreto al esfuerzo de los donantes.
Tan pernicioso es este aspecto de la filantropía que un grupo de estudiantes de la Wharton School de la Universidad de Pensilvania crearon Givology, que podría traducirse con un galicismo como Donarlogía, con la idea de mejorar la aplicación de los fondos filantrópicos.
Lo que se busca con el estudio sistemático de esta realidad es que esos recursos sean aplicados, sin desperdicio, a los fines más requeridos por el conjunto social.
Inversión de impacto
Sin embargo, la mayor novedad del Siglo XXI en este terreno es lo que se ha dado en llamar Inversión de Impacto. Mediante métricas específicas, puede determinarse si un capital invertido en un determinado proyecto tiene, además de los habituales parámetros de rentabilidad y riesgo inherentes, un impacto en la sociedad en la que se aplica.
Sir Ronald Cohen, ex banquero de la city londinense, define con claridad este nuevo enfoque: el inversor de impacto es alguien que supera la visión bidimensional de los ejes cartesianos del análisis financiero académico, el cual reconoce que a una inversión hay que evaluarla por la rentabilidad esperada (beneficio) y el riesgo involucrado (perjuicio), al agregarle una tercera dimensión que mide su impacto social.
Y esto no es un capricho, un desarrollo intelectual teórico o una invasión inadecuada de la ética en el mundo de los negocios, sino que es pura observación empírica del Siglo XXI. Los millenials, en particular aquellos jóvenes que, interpretando el espíritu y las necesidades de la época, se enriquecen tempranamente, desde el desarrollo de las “puntocom” hasta la “Internet de las cosas”, encuentran sus necesidades materiales y las de su progenie prontamente satisfechas y desean donar los excedentes, pero buscando fundamentalmente impacto en la sociedad.
Los Bonos de Impacto Social (BIS)
Nuestro país ha sufrido muchas “inflaciones”. Una de ellas ha sido la de los bonos. Por eso cabe citar aquí que, si bien este es su nombre genérico en español, la palabra Bono puede ser mejor traducida desde su otra acepción en inglés del término bond: vínculo. Es decir, no hay necesidad de “emitir” un bono para que el vínculo que crean los BIS sea eficaz.
¿Qué es un BIS? Es un ecosistema que vincula cuatro partícipes de la vida social: Gobierno, inversores de impacto, ONGs y Beneficiarios.
¿Cómo funciona? El gobierno (en sus jurisdicciones nacional, provincial o municipal) identifica una necesidad social que afecta a potenciales beneficiarios pero que, por razones presupuestarias o por incapacidad de gestión, no puede o no quiere cubrir con sus funciones. Existen ONGs con capacidad técnica para afrontar el desafío de solucionar la necesidad identificada, pero carecen de recursos financieros para llevarla adelante. Son los Inversores de Impacto quienes cierran el problema.
¿Quiénes ganan? Los beneficiarios del trabajo eficaz de las ONGs son los primeros ganadores, ya que esa necesidad identificada por el Gobierno queda satisfecha. Las ONGs ganan, a partir de cumplir su cometido y ser remuneradas al efecto. El Gobierno gana porque resuelve un problema que identificó en su área de responsabilidad y porque disminuye su gasto corriente (si el problema se solucionaba con subsidios) y/o aumenta su ingreso corriente (si los beneficiados pasan a contribuir con la comunidad). Los Inversores de Impacto ganan, primero por aplicar sus fondos a un fin social impactante; y segundo, porque, contra resultados probados de éxito en el trabajo de la ONG, recuperan su capital inicial con el rendimiento convenido inicialmente. Es el Gobierno quien rescata esos BIS (honra su compromiso inicial) aplicando fondos públicos ya no a riesgo o con la expectativa de un resultado, sino luego de un logro concreto, medible, comprobable.
Existen BIS en funcionamiento en numerosos países del Mundo y algunos de ellos ya han concluido. Por lo general, son procesos que llevan algunos años porque toman temas de la agenda social de difícil solución y con largas etapas de maduración. Su origen es el Reino Unido y se han extendido rápidamente a los países de habla inglesa y, progresivamente, a los 5 continentes.
Argentina está hoy madura, a nuestro entender, para aprovechar esta filosofía, sus instituciones e instrumentos. Tanto las nuevas autoridades administrativas, como la nutrida red de ONGs y la renacida voluntad integradora de la sociedad, hacia adentro y con el Mundo exterior, son elementos que nos permiten ser optimistas.
Argentinos, a las cosas. Una vez más.