“Yo no estoy en peligro, Skyler. Yo soy el peligro”.
Walter White, Breaking Bad
A quien habiendo leído el título le haya parecido que esto iba de poco serio por que cito una serie de television, vayan dos apuntes en mi defensa y del texto que sigue.
Dicen que hoy las series de televisión son el nuevo Shakespeare. Como dice el ensayista Jorge Carrión (2011) las series son a la sociedad de hoy, lo que el teatro de Shakespeare era a su tiempo: un espejo que muestra “a la Virtud, su propia figura, al Vicio, su propia imagen y a la época y conjunto del tiempo, su forma y huella.”
El segundo es que Jorge Luis Borges (1933) tenia una cierta estima por el relato policial, especialmente por el inglés y norteamericano. Una de sus razones era que escribir una trama misteriosa y criminal comporta más elaboración intelectual que cualquier otro tipo de devaneos intelectuales. Otra de sus razones, era que la narración policial satisface dos pasiones del espíritu inglés: el apetito de aventuras -que puede incluir el crimen- y “un extraño (extraño para los criollos) apetito de legalidad”. Según Borges, para el inglés (y el norteamericano) la razón está en la ley, “en la rencorosa legalidad”.
En mi caso, soy admiradora de los guiones de las series de TV policiales anglosajonas (The Shield, Line of Duty, Wallander, Hinterland, etc) por un simple motivo: no importa cuál sea la serie los personajes siempre tienen diálogos sobre la moralidad de sus decisiones. Claro que a Borges no le gustaría el incumplimiento de estas “tiras” respecto de una de sus leyes de la narración policial: el pudor de la muerte; (y a nosotros quizás tampoco nos gusten algunos otros de sus comentarios). Fin de la defensa.
La banalidad del mal según Hannah Arendt (1963)
La filósofa Arendt acuñó este concepto explicativo del mal y yo lo conocí, por uno de sus “fans” Carlos Hoevel, colega de cátedra “Ética de los Negocios” en UCA.
En sus elaboraciones sobre el Holocausto y el totalitarismo, Arendt distingue el mal radical del mal banal. En el idioma español estos adjetivos oponen “lo radical” –aquello fundamental, esencial, total o completo- a “lo banal” –aquello trivial, insustancial o de poca importancia-. Según Arendt, el mal radical busca reforzar el control totalitario de los seres humanos. Por el contrario, el mal banal es realizado por personas que simplemente priorizan su interés personal.
Estudiando la figura del criminal nazi Adolf Eichmann, Arendt concluye que las malas acciones -en su mayoría- son realizadas por personas comunes y no por personas monstruosas o sádicas. El mal banal es realizado por personas que no se sienten culpables, pero que -a su vez- no llegan a ser sádicos; por personas que no tienen empatía, pero que tampoco tienen motivaciones radicalmente malas; por personas que actúan mal, pero que carecen de profundidad. Como dice Arendt, son “aterradoramente normales”. (Calder, T. 2016)
Muchos años después, el concepto de banalidad del mal sigue siendo fuente de cine y literatura y también aparece en “mis” series. Ya he observado en tres (Law & Order: Criminal Intent, Bones y en otra que no recuerdo) referencias explícitas al concepto de la banalidad del mal. Como dice la novelista Claudia Moscovici (2013) “la «banalidad del mal sigue representando un peligro real para cualquier país en cualquier época”.
Banalidad del mal en el siglo XXI
Para Arendt la banalidad encuentra su raíz en la “conformidad” con el sistema totalitario o con el plan malvado. Por comformity se ha de entender “obediencia a las convenciones o estándares o cumplimiento”. Es decir, las acciones malas enmascaran el cómodo deseo de conformar al sistema y usufructuar los beneficios que devienen de dicha conformidad. No es maldad radical.
Ya en el siglo XXI, los diversos modos de institucionalizarnos, agruparnos, socializarnos han cambiado mucho respecto de la primera mitad del siglo anterior en el que vivió Arendt. Al parecer, nos hemos vuelto más aislados, mas desconfiados y con vinculos personales y sociales más liquidos (Bauman, Z., 2002). Se dice tambien que hemos amplificado nuestro narcisismo y los individuos ya no están tan dispuestos a someterse a una causa, a una organización, a una bandera. Por el contrario, se observa que sí se está dispuesto a someterse cierto escrutinio público virtual y a lograr su aprobación. La sociedad está más líquida y se hizo ¿más transparente?. (Han, B. Ch., 2012)
El lado oscuro del hombre iluminado por el concepto de la banalidad del mal trasciende su época. Cabe preguntarnos entonces ¿qué forma adquiere hoy la banalidad del mal?. Si no se está dispuesto a someterse a causas, partidos, a líderes, a organizaciones, la comformity ya no parece ser posible con algún sistema o plan.
Creo yo, que el sujeto aislado y narcisista solo sigue y es leal a quien encarna su ideal de yo, o a quien -en su defecto- le permite concretar algunos pasos en el camino a su ideal de yo, proyectado y amplificado.
Breaking Bad (AMC Networks, 2008-2013)
Al igual que Adolf Eichmann dentro de las SS, el profesor de química Walter White quiere “ser alguien”.
Las seis temporadas de la exitosa serie norteamericana Breaking Bad van reflejando cómo el personaje pasa de ser un desconocido profesor de secundaria a un renombrado líder criminal. Cuando la vida lo confronta, White siempre elige la muerte, pero racionaliza y justifica sus acciones en el prolongar y mejorar una vida y una familia que le son esquivas.
White “se va haciendo malo”, “se va corrompiendo” (así podríamos traducir el titulo en inglés Breaking Bad). Hace muy muy bien –de modo eficiente- lo moralmente malo (e ilegal) logrando con ello el “renombre” que no obtuvo antes. White abandona “el sistema” y construye el propio: “- Jesse, me preguntaste si estoy en el negocio de la droga o en el negocio del dinero. Ninguna de esas opciones. Estoy en el negocio del imperio.”
En esa lucha elige como nombre de batalla Heisenberg -como el Nobel de Física-, y a sus encarnizados enemigos, les exige que se rindan a la sola mención de su nombre .
Al final deja transparentar su autocomplacencia como única motivación: «Lo hice por mí. Me gustó. Fui muy bueno en eso. Y me sentí realmente vivo”.
Breaking Bad estilo argentino
La Argentina es un país de gente buena con valores de familia, de amistad y de solidaridad. No es nuestro punto fuerte ser muy organizados o muy eficientes, o mucho menos aún ser obedientes o “compliant”. Estamos más allá de las distancias jerárquicas, de las reglas, los estándares, de hacer las cosas bien, y también estamos algo atascados.
Por un lado, parece que es verdad, esto nos hace más creativos y resolvemos más rápido. Por otro lado, ¿qué pasa si le sumamos a esta actitud el “imperativo categórico” del eterno disfrute?
Si no sé qué acción tomar o qué camino elegir, alguien seguramente me aconsejará que disfrute. “- Si no es para disfrutar ¿para qué lo haces? ¡Lo importante sos vos!”. ¿No es este el criterio más popular de decisión hoy?
Bajo la forma melancólica de Cambalache (Discépolo, 1934) o el ideal del “yo en eterno disfrute”, el grave problema de la banalidad del mal está en carecer del sentido de lo bueno y de lo malo.