Editorial

La enfermedad del populismo

Escrito por Consejo Editorial

Editorial de Primavera de Portal Empresa.

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«Porque estrecha es la puerta,
Y angosto el camino que lleva a la vida»
(Mt. 7:14)

En el campo de la teoría y la práctica política existen una variedad de ideas e ideologías a las cuales nos adherimos, a veces con matices, otras con el falso entusiasmo del fanatismo.

En el amplio arco que va de la derecha a la izquierda, del estatismo al liberalismo y de otras opciones válidas, los hombres pueden convivir en sociedad con la alternancia de gobiernos de diferentes signos. Es la experiencia que nos brinda la democracia.

Pero hay una enfermedad que, de tiempo en tiempo, ataca a la sociedad: el populismo. Muchas veces, intencionadamente, se pretende identificar populismo con democracia y se acusa a aquellos que utilizan esta palabra como “neoliberales”, “oligárquicos” y otros motes despectivos. El populismo no es la democracia, ni tampoco un sistema político sino el elogio a la desmesura y el cortoplacismo sacrificando la moderación, la paciencia y la generosidad que le debemos a las generaciones futuras.

En nuestro país se fueron instalando los síntomas del populismo y, como sociedad, los dejamos pasar como actuamos respecto de nuestra salud frente a síntomas que nos anuncian enfermedades y que, muchas veces, por comodidad, por temor o simplemente por desconocimiento las ignoramos.

Muchos son esos síntomas pero, a riesgo de simplificar, los sintetizamos en los siguientes: el cortoplacismo; la convicción de tener derecho a la gratuidad de determinados bienes y el abandono de la educación como formadora a mediano y largo plazo.

Cuando una sociedad se deja llevar por el canto de sirena de falsos líderes que le prometen un bienestar sin esfuerzo y una mirada corta sobre los problemas del país, cunde la érronea idea de que los problemas sociales y la desigualdad pueden solucionarse alterando una realidad fundamental cual la escasez y la necesidad de optar entre diferentes bienes; o sea que todo bien y toda acción tiene su precio. Nace así la convicción que la gratuidad sobre determinados bienes es un derecho cuando todos sabemos que producir bienes y servicios tiene su costo y es falso recurrir al fácil camino del “que lo pague el Estado”, porque siempre será el contribuyente, o sea todos nosotros, quien pague.

Inmediatamente estos síntomas se reflejan en la educación. Cuando la sociedad atacada por el populismo mira la educación opta también por soluciones inmediatas: dedica el presupuesto a lo material (inaugurar escuelas condenadas a estar vacías, adquirir equipos que no podrán utilizarse por falta de preparación, etc.); impone planes de Estudio orientados a trasmitir una mirada parcial de la realidad para inculcar la división en la sociedad o realimentar el deseo y la convicción del cortoplacismo y la gratuidad; elimina las calificaciones y motivaciones tendientes a premiar el esfuerzo; estructura la educación universitaria alejada de la realidad del trabajo profesional para evitar mayores exigencias o naturales y lógicos principios de selección.

Cuando los síntomas del populismo no son atendidos a tiempo, aparecen sus manifestaciones concretas. Nuevamente, a riesgo de sintetizar en demasía diremos que los rasgos característicos del populismo son los siguientes:

El culto al caudillo. Solamente el autoritarismo y el desprecio por las instituciones pueden imponer políticas que coartan la libertad de trabajo, la propiedad y el esencial derecho de organizar la propia vida según las convicciones de cada uno;

El “asistencialismo estatal”. Se sacrifica una política seria basada en subsidios transitorios a ciertos sectores para permitir su desarrollo o dar herramientas para fomentar la cultura del trabajo y, en su lugar, se imponen subsidios que buscan la perpetuación de la enfermedad con la pretendida justificación de atacar la desigualdad o favorecer a quienes menos tienen. Con esa política el subsidio se convierte en asistencialismo cuyo objetivo es distribuir fondos con fines electorales para mantener a la población como rehén de un sistema perverso;

La destrucción de la cultura del trabajo y la animosidad contra la empresa, la empresarialidad y el éxito honesto. En su lugar surge el capitalismo de amigos basado en la mal llamada “viveza criolla” alimentado por la envidia y el resentimiento;

La corrupción. En una primera etapa aparece como “corruptela” que se manifiesta en pequeñas actitudes deshonestas individuales y deriva luego en corporaciones que no quieren perder sus beneficios y se oponen a todo cambio que atente contra sus privilegios. Aquí es el sector de los empresarios el principal protagonista. No solo surgen aquellos que hacen negocios con el Estado y voluntariamente se someten a coimas y prebendas, sino también los que reclaman proteccionismo para eliminar la competencia y convertirse en dueños de cotos exclusivos, poniendo como excusa la protección del empleo. En una etapa posterior, la que ahora lamentablemente presenciamos, las “pequeñas corruptelas” aceptadas por el silencio, se convierten en graves delitos perpetrados a la vista de todos. El escándalo suscita airados reproches, pero pocos ven que aquellos vientos trajeron estas tempestades.

En la Argentina de hoy luego de doce años donde se fomentó el populismo como una virtud y se lo predicó en forma directa como la solución, la sociedad enferma insiste en visiones que demuestran la necesidad de enfrentarlo con decisión. Lo sucedido con las tarifas de gas y electricidad son un ejemplo de ello. Más allá de los problemas de comunicación o implementación (donde también puede imputarse al gobierno soslayar la ley), en columnas periodísticas persiste la idea que estos son bienes gratuitos o, por lo menos que alguien, a quien no se menciona, debe pagarlos aun cuando beneficien a los más ricos. Lo triste es que estos comentarios surgen de nuestra clase media que, en general, tiene capacidad para el sacrificio y olvida que en los últimos años se benefició con precios ridículamente bajos sustentados en notorias desigualdades cuyas víctima fueron los más pobres y los habitantes de la mayoría de las provincias.

También se nota la enfermedad en reclamos de proteccionismo sectorial para eludir el esfuerzo, la eficiencia y la competencia.

Nuestro país, rico en recursos naturales y con una sociedad trabajadora producto de la inmigración, en la mitad del siglo XX comenzó a sufrir los síntomas de esta enfermedad. No reaccionamos a tiempo y fueron desarrollándose a través de gobiernos de distintos origen y signos políticos. En 2001 ACDE advirtió sobre este fenómeno y propuso un camino en un documento denominado “PENSANDO LA ARGENTINA DEL BICENTENARIO HACIA UNA VISIÓN COMPARTIDA DE PAÍS”. Lamentablemente lo que allí se proponía no se instrumentó, pero no es tarde para volver a leer su contenido y hacer un balance sobre lo realizado en estos años y lo mucho que queda por hacer.

Toda enfermedad impone un tratamiento para superarla. También la dolencia social del populismo lo requiere. A nuestro juicio las medidas a tomar son:

El cambio individual como motor del cambio cultural. El compromiso empresario propuesto por ACDE es un camino iniciado en este sentido;

La restauración de las instituciones. Dar su real valor a las figuras de Presidente, Gobernadores e Intendentes como titulares de los poderes ejecutivos nacional, provincial y municipal que merecen nuestro respeto pero que no son caudillos infalibles sino funcionarios transitorios; restaurar la independencia judicial mediante procedimientos aptos de selección de los mejores para ocupar el cargo de jueces; revalorizar al Congreso como ámbito de debate y no de sumisión ni de negociaciones político-electorales;

Instaurar una profunda reforma política electoral que afiance el valor del voto ciudadano y lo aleje de maniobras demagógicas, de los punteros y de la corrupción.

Este es el camino estrecho que debemos recorrer sin prisa pero sin pausa. Comencemos ya.

Sobre el autor

Consejo Editorial

Consejo Editorial de Portal Empresa, la revista digital de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE).

Responder a Enrique Vicente Del Carril X

6 comentarios

  • Corrupción hay en los gobiernos Populistas como Desarrollistas. Apuntar al Populismo como el sistema que reune exclusivamente todos esos defectos es como mínimo tendencioso. El Populismo Kirchnerista fue un Populismo MAL HECHO. Qué hay de malo en un populismo racional que redistribuya eficientemente los recursos que realmente hay, sin hipotecar el futuro?

    Estoy de acuerdo que vivir bajo un orden es lo mejor para todos. Pero no me vengan a decir que el Capitalismo y la supervivencia del mas apto es el camino correcto porque eso es lo que trajo al mundo hasta donde está y sigue sin poder resolver el tema de la pobreza.

    Me gusta esta iniciativa de la asociación cristiana de la empresa. Me gustan los compromisos de honestidad hacia todos los actores de la empresa. Pero la propuesta de este artículo es volvamos al libre capitalismo y Francisco ya lo dijo “el sistema capitalista ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo”, y agregó “este sistema no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores… no lo aguantan los pueblos”.

    • Mauro: Muchas gracias por tu comentario que abre perspectivas para un rico cambio de ideas.
      En realidad puede haber un problema «semántico». En la nota editorial la palabra «populismo» se utiliza como una deformación de la democracia. Ya Aristóteles decía que cada sistema de gobierno tenía su deformación: monarquía-tiranía; aristocracia-oligarquía; democracia-demagogia.
      El populismo, en el editorial, es la nueva denominación de la demagogia. No creo que pueda enunciársela como una doctrina política.
      Ciertamente la corrupción nace y vive con el hombre y, por ello, en todos los sistemas. La diferencia es que en los regímenes atacados por el populismo la concentración de poder lleva a la impunidad lo cual realimenta la corrupción y esteriliza las armas para combatirla.
      La propuesta de la nota editorial no es volver al «libre capitalismo». No lo dice, esto es materia opinable y así se plantea en el primer párrafo. Lo importante es que, cualquiera sea nuestra postura política o económica, tengamos un límite que es la verdad y la buena fe. La nota pretende mostrar que el «populismo» es una patología que sacrifica la verdad y la buena fe en aras del corto plazo.
      Volviendo a Aristóteles esta claro que luego de las grandes revoluciones del siglo XVIII/XIX el sistema político deseable es la democracia pero, curiosamente, cuando esta es atacada por el «populismo» (o demagogia, si te parece), vira hacia las otras formas impuras de gobierno: la tiranía y la oligarquía. El populismo no se sostiene sin un líder (tirano) personalista y a una oligarquía que lo rodea, lo adula y saca su rédito del sistema.
      Nuevamente, muchas gracias por tu opinión

  • Recomiendo considerar los artículos del profesor Loris Zanatta de la Universidad de Bologna y particularmente su libro sobre el «Populismo». Tiene un buen libro sobre historia económica latino americana. Zanatta ha dedicado gran parte de su trabajo academico a esta cuestión. Seguramente habrán visto algunos de sus artículos en diarios italianos, en La Nación, en la Revista Criterio y en conferencias que ha dado en Buenos Aires en algunas oportunidades. Soy consciente que él tiene una opinión critica sobre algunos documentos pontificios como por ejemplo la exhortación apostólica Laudato Si.

    • Muchas gracias por tu aporte y, efectivamente conocemos alguno de los trabajos de Zanatta.
      Nuestro porta tiene una sección sobre Libros abierta por si quieres mandar algún comentario corto sobre los libros que comentas