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Acordar con el sindicato o morir en el intento: productividad y calidad de vida laboral

Escrito por Oscar Cecchi
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En un almuerzo reciente organizado por un importante grupo empresario, el presidente convocante expresó, con simpleza y convicción: “Entre los empresarios falta asimilar que los gremios existen y van a seguir existiendo, ellos son los representantes de los trabajadores y los trabajadores tienen mucho que aportar…”.

En ese momento vino a mi recuerdo dos jornadas vividas hace treinta años, en las que fue convocado el mundo empresario. En la primera de ellas Tom Peters, autor del best seller “Pasión por la Excelencia”, nos decía: “Señores empresarios, o dan participación a todos sus hombres de overol en su organización movilizando su inteligencia y los invitan a enriquecer sus trabajos de los cuales son sus ejecutores, o se van a la quiebra porque si ustedes no lo hacen, lo hará la competencia”.

Al día siguiente, una tarde de sábado fría de junio, nuestro entonces Santo Padre Juan Pablo II en su visita a la Argentina en el estadio Luna Park, totalmente completo de empresarios de distintos sectores y creencias religiosas, con su sencillez característica y dulzura que encandilaba a los oyentes, dijo: “Ustedes tienen la responsabilidad de hacer que cada uno de los miembros de su organización sean protagonistas de su trabajo…” y con una expresiva, pícara y paternal sonrisa expresó después de cierto silencio como afirmación: “…si quieren ganarse el cielo”.

Las dos charlas, fueron cerradas con fuertes aplausos de aprobación. El desafío comenzaba el lunes con la visión clara de que, si no quería irme a la quiebra y aspiraba a ganarme el cielo, era imprescindible transformar a todos mis trabajadores en protagonistas y enriquecedores de la tarea que venían realizando.

 

Los trabajadores como protagonistas

El lunes mi mente reconocía que era el fin de la época tayloriana y se iniciaba una nueva etapa en el mundo del trabajo, donde la jefatura participativa y el aporte del personal eran dos caras de una misma moneda. El gran tema era en qué participar y el cómo, teniendo en cuenta la imprescindible necesidad de orden, como en cualquier comunidad de trabajo que quiera ser sustentable y competitiva.

“Era imprescindible transformar a
todos mis trabajadores en
protagonistas y enriquecedores de la tarea
que venían realizando.”

En los tiempos de la segunda etapa de la revolución industrial, Carlitos Chaplin mostraba como los operarios dejaban sus cabezas colgadas en el perchero y hacían lo que decía el manual -ya que había sido hecho por los que saben-.

El fin de esa época la marcó un innovador, Edgard Deming, que trabajó en técnicas de mejora continua y cápsulas de conocimiento, considerando al trabajador como centro del proceso. Así transformó por ejemplo a los supervisores en líderes de equipos y a los de overol en protagonistas.

El trabajador así volcaba toda su experiencia en la tarea, convirtiéndose en un protagonista disciplinado. Y como dicen los japoneses, la disciplina, tarde o temprano, vence a la inteligencia.

Ahora bien, si reflexionamos como empresarios cristianos creo que la enseñanza social de la Iglesia y su preocupación por los programas sociales, han estado siempre presentes a lo largo del tiempo y a través de distintos documentos y del testimonio vivo de muchos de sus dirigentes. La asociación sindical si bien es de orden económico-social y por ende muy técnica, al referirse al hombre está subordinada a la moral. De aquí que toda acción moral debe estar orientada al bien común, inspirada en la justicia, la solidaridad y organizada en base al respeto a las personas y a la convivencia urbana.

El derecho de asociación es un derecho natural y no una concesión del Estado, pero no un derecho absoluto sino limitado y subordinado a las exigencias del bien común, en donde el Estado como gestor del mismo tiene el deber y el derecho de regular su ejercicio.

La encíclica de León XIII destaca el derecho natural del hombre de formar asociaciones: esta es la razón por la cual la Iglesia defiende y aprueba los llamados sindicatos, no ciertamente por prejuicios ideológicos o mentalidad de clase, sino porque se trata precisamente de un derecho natural del ser humano. La encíclica Centesimus Annus reconoce la legitimidad de los esfuerzos de los trabajadores por conseguir el pleno respeto de su dignidad y espacios más amplios de participación en la vida de la empresa. El sindicalismo argentino proclama constantemente su adhesión a la doctrina social de la Iglesia.

 

El contexto local

Hoy la Argentina, como todo el Mercosur, está en las puertas de un significativo desarrollo económico y social, razón por la cual, en nuestro caso, todos hablan de la necesidad de un gran acuerdo social, económico y político, que vemos como un valioso objetivo pero muy arduo de lograr en forma inmediata.

Existe un acuerdo social entre sindicatos y empresarios, llamado en forma criolla convención colectiva de trabajo. Todo lo que se había avanzado en materia de convenios colectivos con las leyes 24.700 de 1992 y la 25.250 del año 2000, fue demolido por la ley 25.877 de los inicios del gobierno kirchnerista que junto con el Dr. Recalde, volvieron a una ley de 1975. Esta nueva ley destruye la cultura del trabajo y la competitividad de nuestros operarios, además de las mafias de los juicios laborales de las ART que desalientan la incorporación de personal por parte del empresariado, en un país con más del 30% de empleados en negro y un millón y medio de desocupados.

Pero igual se puede y mucho.

La convención colectiva de trabajo es el medio en donde se fijan todos los puntos que interesan a los trabajadores y a la comunidad en la cual está inserta la empresa, cuáles serán las futuras innovaciones e inversiones y planes de capacitación que aseguren el desarrollo sostenible de la misma. No debemos dejar de considerar que la política de ingresos debe ubicarse en el centro del convenio y no se puede negar que debe ser fuente de crecimiento, como así también de compromiso con respecto a la productividad. En el convenio colectivo de trabajo se debe fijar cuál es la visión y los valores de la empresa. Asimismo es el instrumento que indica cómo manejar los conflictos, cuáles serán los programas de capacitación y cómo será el apoyo a los programas de mejora continua y los de relación con la comunidad.

Para que esto sea efectivo, la negociación colectiva debe contar con una prudente y moderada centralización, que fije pautas directrices pero que permita la ampliación de acuerdos a nivel comisiones internas en cada una de las empresas, las cuales deben reportar a los sindicatos con personería jurídica y contar su aprobación.

Sabemos que en muchos casos se gestan comisiones internas combativas, pero en estos casos el empresario y el sindicato madre deben preguntarse el por qué de estas génesis. De todas formas, la mayoría de nuestros trabajadores tienen la intención de acordar y cooperar por el bien de todas las partes.

Las cámaras empresarias y los sindicatos centrales necesitan la renovación de sus cúpulas y la democracia interna, dando lugar a una generación de dirigentes que sea reconocida por la sociedad.

Los tiempos de hoy, marcados por una gran velocidad de cambios, obliga a que las negociaciones colectivas sean permanentes. Requiere además una continua reorganización de las empresas, como así también desarrollar nuevos métodos de trabajo, desarrollo y capacitación, en una Argentina cuyo futuro está centrado en la capacidad de agregar valor a nuestras exportaciones.

Por otro lado, el sistema educativo actual, con aulas del siglo XIX, no logra dar respuesta a estos escenarios del siglo XXI. Se necesitan espacios de aprendizaje modernos, creativos, con talleres y experiencias propias de este tiempo.

Se necesita confianza mutua basada en una constante y transparente negociación realizada por profesionales sindicales y profesionales de la negociación. Sin confianza mutua, no hay compromiso. Sin el compromiso de las partes, el principio “ganar – ganar”, solo conduce al conflicto y al fracaso.

Cuando Alberto Castillo, el cantor de los cien barrios porteños, exclamaba en el tango La Bohemia en 1949: “Obreros y empresarios siempre juntos adelante para bien de todos”, se había adelantado a Deming, a Peter Druker y no digamos a Juan Pablo II, porque la doctrina social de la Iglesia rige desde hace mucho tiempo para los que se quieren ganar el cielo.

Sobre el autor

Oscar Cecchi

Ingeniero, Magister en Ciencias del Estado. Creador de la cátedra Calidad de vida laboral y productividad (UTN). Empresario y socio de ACDE.

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