El partido de los puros”, se define como “todo grupo que surge dentro de una sociedad a la que considera corrompida, impura, intentando reducirla a su pureza perdida”.
Jean Guitton “Lo Impuro”.
El Genesis
Hace 54 años me recibí de abogado y escribir fue una parte importante de mi profesión. El ejercicio de la abogacía se manifiesta en escribir y hablar. Estas actividades, junto con el estudio del Derecho, son el “carozo” de nuestra actividad.
Pero, en general, los abogados somos humanistas y tenemos usualmente otras inclinaciones e inquietudes a las que volvemos, o nos aferramos buscando tiempo para dedicarles nuestra atención. Esta perspectiva la describió quien prologó el libro que presento en estas líneas, el Dr. Jorge Mazzinghi, que fue mi admirado profesor de Derecho Civil y me honró con su amistad. Dijo allí que “. …alguien dijo que un abogado que sólo sabe Derecho tampoco sabe Derecho. Es necesario que el espíritu del jurista se aventure por otros caminos, abreve en otras fuentes, se deje seducir por algunas de las tantas perspectivas apasionantes que la vida suele ofrecernos.”
En mi caso, la inquietud por la historia, especialmente la medieval, me acompañó desde la adolescencia, pero mi profesión impedía que pudiera dedicarle más tiempo que el que lleva algunas lecturas o exposiciones ocasionales.
Este libro fue fruto de una decisión que no alcanzaba a nacer. Mucho tiempo me llevó escribirlo. Lo hice cumpliendo aquella frase acuñada por el poeta José Martí (1853-1895): “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.
Tengo 5 hijos y planté arboles con diversa suerte y “El País de los Cataros” fue la realización de un sueño de mi niñez cuando jugaba a ser un caballero medieval. A su vez fue un camino seguro en la afirmación de mi Fe y del misterio que la sustenta como la religión verdadera. Me refiero a la encarnación por la cual Dios asumió la naturaleza humana dignificando la unión del cuerpo con el alma, milagro sintetizado por San Juan en el prólogo de su Evangelio diciendo “el verbo se hizo carne y habito entre nosotros” (Juan 1) y que Su Santidad Francisco acaba de representar en la figura del corazón en su resiente Encíclica Dilexit Nos.
La inspiración es “el beso de las musas” y enfrentarse al papel en blanco buscando encontrar palabras sencillas para trasmitir ideas a ocasionales lectores forman parte de una experiencia única vivida por el autor.
El contenido histórico del libro
Elegí el ensayo como camino de expresión de mis ideas sobre este movimiento disidente de la Iglesia medieval, cuyo centro se arraigó en el siglo XII en el sur de Francia, el denominado Languedoc, pero que hunde sus raíces en comunidades radicalizadas en el seno de la Iglesia primitiva, como fueron los gnósticos, que negaban la encarnación, afirmaban que Cristo era un personaje espiritual que tomó la forma del hombre y vino a revelar que existen dos principios creadores, uno del bien y el espíritu, otro del mal y la materia, base de la creencia Persa de Zoroastro interpretada por el filósofo Maní, origen del término “maniqueísmo”, tan en boga en la actualidad. No es casual que esa creencia estuviera presente en religiones orientales desarrolladas en el Imperio persa que ocupaba el territorio donde hoy gobiernan grupos fanáticos religiosos.
En el libro recorro el camino de la creencia maniquea desde las primeras manifestaciones gnósticas en la Iglesia primitiva hasta su florecimiento en el sur de la actual Francia en el siglo XII donde la pequeña nobleza empobrecida en virtud de la vigencia de un sistema jurídico que negaba el mayorazgo se alió con los cátaros y fue el brazo armado contra la Iglesia de la zona, rica en tierras y bienes. El conflicto derivó en una verdadera guerra civil, denominada cruzada contra los albigenses, que finalizó con la incorporación del Languedoc a la actual Francia.
Persistencia del maniqueísmo en el mundo moderno.
Llama la atención que los términos “maniqueo” o “maniqueísmo”, cuyos orígenes se remontan a las primeras herejías de nuestra Iglesia y que vuelven a aparecer como una amenaza en el siglo XII, se utilice actualmente para identificar grupos políticos o actitudes individuales. Es que, como dice Guiton en “Lo Impuro”, al hombre preso de su doble naturaleza, le seduce la solución maniquea pues le permite separar el espíritu donde reside la bondad, de la materia fruto de todas las maldades o pecados que comete. Desde el punto de vista de su conducta individual esta actitud lo lleva a aislar lo que considera puro de su forma de pensar o de los valores a que adhiere, de su concreta conducta en la vida del trabajo, de los negocios o, incluso, de su vida conyugal.
La visión maniquea incide perniciosamente en la forma de ver el amor donde se desprecia su importante expresión corporal, considerando la relación sexual como algo malo en sí aún en el matrimonio y propiciando el adulterio y la infidelidad como verdaderas expresiones de la pasión libre de ataduras y obligaciones.
En el mundo de la política ese mismo desdoblamiento -entre “lo puro” bueno y “lo impuro” malo- se produce mediante una suerte de exorcismo donde hay un partido de los puros y todos aquellos que piensan diferente se encuentran en el “campo enemigo” con quien debe evitarse todo diálogo pues forman parte de una suerte de ejército del mal.
Ese enfoque lleva a culpar a la sociedad o a los sistemas económicos de todo el mal, donde poco se analiza las conductas individuales y se pone como ideal la imagen utópica de sociedades donde gobierna el “partido de los puros” definido al principio de estas líneas. La lucha por instaurar la utopía no admite medias tintas, necesita de los “traidores” calificando como tales a los moderados, a aquellos que se alejan de la “pureza” prometida. Es el fenómeno, tan conocido entre nosotros, de la “militancia”, del fanatismo intransigente, de los grupos o formaciones especiales presentes más o menos embozadas en todos los partidos.
Como dice Jorge Mazzinghi en su prólogo, “La herejía cátara recorre estos azarosos caminos y se precipita una y otra vez en los abismos del extravío y del fanatismo”. –
Es así como las semillas del dualismo –el bien y el mal como dos principios creadores activos y opuestos- brotan una y otra vez a lo largo de la historia, con sus inevitables recaídas en el aborrecimiento de la materia, y, por oposición, una tendencia a angelizar al ser humano, aunque ello implique violentar duramente su naturaleza. –
Quienes hoy asumen la “solución” cátara, cualquiera sea su ideología, se precipitan una y otra vez en los abismos del extravío y del fanatismo al caer en la tentación de buscar la propia perfección a través de esa distorsionada visión de la condición humana que implica, no ya la consabida rebeldía de la materia contra el espíritu, sino el espíritu que rechaza la materia, operando e imperando de manera absoluta, sin ella, contra ella. Por ello, dice Mazzingui en su prólogo: “a pesar de que los castillos de Languedoc hayan sucumbido ante la embestida de las cruzadas, los elementos que integraron la herejía deambulan por el mundo contemporáneo, y a veces se presentan en los primeros planos de la escena, para justificar enfrentamientos de todo tipo, demonizando a los oponentes y presentando la confrontación como una guerra santa.”
Esta visión alimenta una forma de hacer política contemporánea que es el populismo. A esa visión enfocada en la conquista del poder mediante la demagogia, cultora del corto plazo y del atajo, le conviene los fanatismos y la creación de enemigos irreconciliables que hay que eliminar. Su resultado más pernicioso es la admiración al caudillo cuya prédica debe seguirse a pie juntillas porque se lo considera la encarnación de la pureza de la causa.