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Elecciones en los Estados Unidos: un nuevo mundo

Escrito por Juan Luis Iramain
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El triunfo electoral de Donald Trump no sólo significa un cambio de presidente: es síntoma de un cambio cultural profundo, con implicancias concretas para las grandes compañías y sus líderes.

Cambio de era

¿Qué quiere el votante típico de Trump? Crecimiento económico y seguridad. Eso parece ser que América sea grande otra vez. Suena simple pero el diablo está en los detalles: el votante quiere que bajen los precios y a la vez una política arancelaria que proteja los productos Made in USA. Complejo, porque el proteccionismo trae inflación. Quiere también restricciones migratorias para excluir a los latinos peligrosos. Y salarios altos para los americanos. Pero que eso no impacte en el costo de la mano de obra y, al final, en los precios. Casi magia.

¿Y qué no quiere, en general, quien votó a Trump? No quiere funcionarios hablando de los derechos de las minorías, el cambio climático y la ya universal agenda woke. No quiere que sus dólares se gasten en una guerra a un océano de distancia de Montana, Ohio o Texas. No quiere nada que suene a pacto con China, Rusia o Hamás. No quiere un guiño a Venezuela. Ni a Cuba. Quiere derecha sin matices.

Los republicanos creen que el progre se equivoca con su prédica woke. Y los que apoyaron a Harris piensan que Trump y sus seguidores encarnan una peligrosa mezcla de ignorancia y maldad. La grieta no es solo ideológica: es sobre todo moral.

Los nuevos tiempos obligan a las empresas y sus líderes a repensar sus estrategias de comunicación. Ya nada es como era:

  • ¿Marcas con propósito? Lo que parecía fuera de discusión hoy merece un nuevo análisis. Una parte de la población sigue esperando que las marcas tengan un punto de vista sobre los temas sociales relevantes, pero otra se volvió hipersensible a lo que le parece hipócrita y prefieren que las empresas se limiten a vender buenos productos a buen precio, y punto. ¿Dónde pararse? No hay respuesta definitiva: lo que diga la convicción. El valor de lo genuino.
  • Polarización. Tener un punto de vista es definirse. Y hoy definirse es, casi siempre, confrontar. Hasta hace poco abrazar la Agenda 2030 de la ONU era políticamente correcto y no tenía prácticamente costo. Hoy una parte de la población desarrolló anticuerpos contra lo que considera una agenda woke y milita en las redes sociales contra los líderes y las empresas que dicen querer salvar el mundo del flagelo derechista. Todo tiene su lado bueno: levantarán la voz sólo los CEOs progresistas que de verdad crean en lo que dicen. Y estén dispuestos a pagar el costo.
  • Tono y volumen. Igual que Milei en la Argentina, Trump modificó en los Estados Unidos la sensibilidad de las audiencias. Kamala Harris quiso segmentar su mensaje y en el camino perdió claridad y contundencia. Trump, en cambio, se mantuvo firme con su fórmula: pocas ideas, simples, expresadas con un puñado de palabras planas, con impacto emocional. Y lenguaje gestual acorde: firmeza, convicción, épica. Las marcas que quieran hacerse oír tendrán que subir el volumen. Las audiencias se acostumbraron a más decibeles.

El mundo cambió. Así como la pandemia reconfiguró el escenario económico global, la vuelta de Trump sacude la política mundial y genera nuevos alineamientos y prioridades. Para las grandes empresas y sus líderes es tiempo de recalcular.

*Publicado originalment en el blog Comm de Infomedia y Dircom

Sobre el autor

Juan Luis Iramain

Doctor en Comunicación (U.Austral). Socio Director de INFOMEDIA.

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