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Milei vs. el periodismo: la lógica del enfrentamiento

Escrito por Juan Luis Iramain
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En las últimas semanas aumentaron las quejas de periodistas que consideran ilegítimo que el presidente Milei los ataque verbalmente. Es sólo un síntoma de una tensión mayor que conviene entender para tener chances de desactivarla.

Grieta. Ernesto Tenembaum, que se autopercibe progresista, ha dicho más de una vez que Javier Milei es “mala persona”: en su opinión, solo alguien malo llevaría adelante un ajuste tan brutal, pondría en jaque a la universidad pública —que es garantía de movilidad social— y sería contrario a un progreso social tan evidente como la legalización del aborto. No es raro lo que le sucede: con frecuencia los de izquierda piensan que los de derecha son insensibles al sufrimiento ajeno y eso los hace malos sin remedio. Un famoso estudio de Jonathan Haidt explica esta creencia.

En el otro rincón del ring, Javier Milei, que se define como el “primer presidente liberal libertario de la historia” —o sea, digamos, de derecha—, ha repetido, con ocasión o sin ella, que los colectivistas son “burros” y que quienes adhieren a la doctrina keynesiana no saben nada de economía. Inicialmente, no planteaba que fueran malos, sino solo tontos, aunque su discurso fue evolucionando y, devolviendo gentilezas, desde hace un tiempo sus críticos se han vuelto “zurdos de mierda”, “degenerados fiscales” o “periodistas ensobrados”. O sea, malos, no solo tontos.

La confrontación dialéctica extrema, impensable en otros tiempos, admite varios niveles de análisis en su explicación. Algunos posibles ángulos son:

  • Moral. Para quien abraza los valores de la izquierda, no poner todos los esfuerzos en asistir a los desfavorecidos es inmoral. Sin matices. Y para quien cree en el esfuerzo del individuo como único modo legítimo de progreso, el asistencialismo es una forma de robo. También sin matices. En su nivel más profundo, las diferencias son insalvables. Eso explica, en algunos casos, la imposibilidad de sentarse en una misma mesa.
  • Emocional. Los antropólogos, con el aporte de las neurociencias, conjeturan que nuestros ancestros más solidarios —los que tenían niveles más altos de oxitocina— son los que sobrevivieron. Algunos de sus descendientes experimentamos un intenso placer cuando nos sentimos buenos (porque ayudamos a los desfavorecidos, por ejemplo) y a otros nos pasa lo mismo cuando creemos tener razón (porque sabemos cómo se genera riqueza, por caso). Simplificado, los primeros son proclives a votar a la izquierda y los segundos a la derecha. Es la hormona, estúpido.
  • Retórica. No hay texto sin contexto. La cultura cívica de los años 80 o 90 del siglo pasado no admitía exabruptos: corrección y cortesía, aun entre adversarios. La creciente distancia moral y emocional entre contendientes, mas los cambios en las costumbres sociales, deslizó el lenguaje hacia formas menos elegantes: “Chorra”, “Gato” o “Loco” se volvieron adjetivos comunes. Hoy hay periodistas que insultan al Presidente, y el Presidente les devuelve la misma moneda. Si el otro es malo, y eso me enoja, cómo no agraviarlo.
  • Institucional. Un Gobierno pierde legitimidad cuando usa sus recursos para amedrentar a sus adversarios: espía con los servicios de inteligencia, acosa con los sabuesos de la AFIP, persigue usando a los jueces. Por eso las alarmas cuando Milei quiere cobrarles el IVA a los diarios. Antes de la era digital, también abusaba de su poder si un funcionario denostaba en público a un ciudadano común. Hoy eso se vuelve relativo: Leo Messi tiene 504 millones de seguidores en Instagram. Milei no llega a los 8. El poder no es lo que era.

La discordia es un fenómeno complejo: los prejuicios, el convencimiento de que el otro actúa movido por intereses inconfesables y los viejos agravios agrandan las grietas, incluso en países con democracias ejemplares. No hay antídotos perfectos pero, a veces, entender la lógica del fanatismo puede ayudar a desactivarlo.

Ilustración: gentileza de GM+AI

Sobre el autor

Juan Luis Iramain

Doctor en Comunicación (U.Austral). Socio Director de INFOMEDIA.

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