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El Papa de la periferia

Escrito por Juan Luis Iramain
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La muerte de Francisco genera reacciones de pesar en todo el mundo. Fue un hombre que supo entender la sensibilidad de estos tiempos y comunicó su mensaje de manera efectiva no sólo con palabras, sino sobre todo con gestos.

Sede vacante. Murió el argentino más relevante de la historia. Es improbable que estas tierras vean nacer en los próximos siglos a alguien con la trascendencia espiritual, social y política de Francisco. Su legado para la Iglesia Católica y toda la humanidad ya luce inmenso, aunque dentro de unos años recién estaremos en condiciones de valorarlo en su justa medida. Sólo por eso, nuestra generación ya tiene razones para sentirse privilegiada.

¿Qué tuvo de especial Francisco, entre los más de 200 Sumos Pontífices que tuvo la Iglesia a lo largo de su historia? Una simplificación extrema podría decir que fue el Papa de la periferia. No sólo por su origen —la Argentina está en los bordes del mundo—, sino porque puso toda su atención en los márgenes de la existencia humana: en los pobres, los enfermos, los deprimidos, los inmigrantes, los gays, los divorciados… Los que necesitan consuelo.

Ya está todo dicho sobre el Papa: su muerte generó una avalancha inmensa de reflexiones sobre su figura en redes sociales y medios de todo el mundo. Este texto sólo destaca algunas de sus cualidades como comunicador:

  • El nombre. Para la tradición judeocristiana, el nombre es mucho más que una palabra. Nombrar algo es conocerlo, incluso darle un destino: Jesús le cambia de nombre a Simón, que empieza a llamarse Pedro, la piedra sobre la que edificará su Iglesia. Jorge Bergoglio decide llamarse Francisco para explicar su propia misión: la de ocuparse de los pobres y devolverle sencillez y espiritualidad a la Iglesia. Simple.
  • El lenguaje. Llano, coloquial, cercano. Sin circunloquios. Aún en sus encíclicas y cartas apostólicas, se mantiene lejos de las disquisiciones teológicas y la erudición académica que solo valorarían los expertos. Conceptos claros, ejemplos sencillos, frases populares, incluso chistes. El modo en que se habla en los barrios.
  • Los gestos de austeridad. La misma cruz de plata que tenía cuando era arzobispo de Buenos Aires, los mismos zapatos negros con suela de goma. Su cuarto, en la residencia Santa Marta, no en el Palacio Apostólico. Y un auto normal, de ciudadano de clase media, para moverse por Roma. Vida más de párroco de un suburbio que de eclesiástico encumbrado. Suburbio.
  • Las costumbres. Llamadas por teléfono a amigos o incluso a desconocidos: “Soy Francisco, y no es broma”, tuvo que decir más de una vez. Mails, cartas de puño y letra. Selfies, videos breves tomados con un teléfono, saludos por un cumpleaños. Salidas a visitar a una familia, a pagar una cuenta en un negocio: un ser humano normal, sin excentricidades.
  • Los encuentros. Dispuesto a reunirse con todos, resultó incómodo para muchos por sus abrazos con dictadores de izquierda, poco afectos al respeto de los derechos humanos. Una interpretación posible: ir al encuentro del que yerra, con la intención de que se convierta y vuelva a la buena senda. En un mundo agrietado, polémico.

Así fue el Papa que acaba de morir: sencillo, auténtico, cercano. Pastor con olor a oveja, como le gustaba decir. Hasta dispuso que sus funerales fueran menos solemnes que los de sus antecesores. Y que sus restos no descansaran en la Basílica de San Pedro, como podría esperarse, sino en Santa María la Mayor (otra vez la periferia), al ras del piso, bajo una lápida simple con una sola palabra: Francisco. Sin proponérselo quizá, un Papa que entendía de comunicación. Y mucho.


Ilustración: gentileza GM+AI

Sobre el autor

Juan Luis Iramain

Doctor en Comunicación (U.Austral). Socio Director de INFOMEDIA.

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