Días pasados el New York Times publicó un artículo señalando que los micro plásticos están en nuestro cerebro. ¡Sí, sorprendente!
Los investigadores de un laboratorio de Nuevo México calculan que en el cerebro humano puede haber el equivalente a cinco tapones de botella.[1]
Difícil imaginar cómo el plástico se instaló de esta manera silenciosa dentro del cerebro. Hay hipótesis aún no confirmadas de las razones de este hecho, mientras los estudios continúan.
Lo ocurrido revela que vivimos dentro de distintos mundos y situaciones que nos atraviesan e influyen -en forma positiva o negativa- y sobre las cuales muchas veces no somos del todo o nada conscientes, dado que se instalan y crecen sutilmente como la levadura o estos micro plásticos y nos llevan a actuar influenciados por su presencia.
Nacen en lo pequeño y escondido de nosotros o de otros y pueden crecer y fermentar toda la masa, expandiéndose hacia lugares insospechados.
Descubro con sorpresa que el Evangelio también nos habla de los efectos de las levaduras y cómo pueden esparcirse en forma silenciosa sin que las detectemos.
Jesús nos habla de tres levaduras:
- la del reino de Dios,
- la de los fariseos, y
- la de Herodes.
Ellas tienen distintos efectos en nosotros, llevándonos por diferentes caminos.
¿Cuál de estas levaduras predomina en mi interior? ¿Y en mi hogar?
¿Qué levadura llevo cotidianamente a mi lugar de trabajo? ¿Qué levadura predomina en mis acciones?
¿Cuántas veces en mis decisiones de vida dejo que alguna de ellas tenga preeminencia sobre las otras?
Jesús nos propone que seamos levadura del reino de Dios en el mundo, presentándonos la imagen de una mujer que agrega levadura en la harina, hasta fermentar toda la masa. Nos dice que «el Reino de Dios es semejante a la levadura que una mujer toma y la mete en tres medidas de harina hasta que fermenta toda la masa». (Mt 13, 33)
¡Qué maravilloso y desconcertante es que sea lo femenino y hogareño de la vida simple de una mujer en una cocina en donde se produzca el fermento de la masa del reino de los cielos!
¿De qué forma buscamos nosotros, hombres del siglo 21 -atravesados por la inteligencia artificial y el mundo virtual- el reino de Dios?
En un mundo machista y patriarcal como en el que vivía Jesús (y también en gran medida nosotros), me llama gratamente la atención que Jesús utilice la figura femenina para gestar el fermento de la masa, es decir, el crecimiento del reino de Dios.
No es poco probable que Jesús se haya inspirado en la vida cotidiana de María, su madre, para elaborar esta imagen del reino de los cielos.
La humildad y sencillez del reino se expresa tan hogareña y familiar, que confunde a los arquitectos y sabios de este mundo, que buscan gestos grandilocuentes y estruendosos (“la piedra que desecharon los arquitectos ha llegado a ser la piedra angular”, Salmo 118, 22-23).
Descubrir el reino de Dios de esta forma contrasta con lo que la gran mayoría de los contemporáneos de Jesús, imaginaban la llegada del reino de Dios a Israel. Ellos esperaban un mesías lleno de poder y fuerza para liberarlos del yugo romano, que instaurara el reino de Dios.
Sin embargo, Jesús los desorienta -a ellos y a nosotros-, al invitarnos a encontrar su reino a través de la acción que lleva a cabo esta mujer amasando la levadura, sabiendo el rol tan secundario que tenían las mujeres en esos tiempos.
Este reino de Dios es ese tesoro escondido, que nos cuesta percibir y encontrar, si nos dejamos influenciar por las levaduras de los fariseos o la de Herodes, mencionadas en el Evangelio: “Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.” (Mc 8, 15).
La vida del papa Francisco, fallecido en estos días, nos recuerda por su sencillez y humildad expresada en tantas acciones y gestos en favor de los humildes, débiles y olvidados, cómo puede actuar la levadura del reino de Dios en nuestro espíritu y acciones.
Me pregunto, ¿dónde descubro el reino de Dios en mi vida? ¿En qué oportunidades pasó a mi lado y no estuve atento? ¿Cómo es mi levadura? ¿Qué elementos la componen?
¡Qué familiar me resulta la levadura inspirada en la actitud farisaica, en la que dejo que predomine la rigidez fría de las formas por sobre la vida y las necesidades de tantos hombres, cosificándolos en favor de mis intereses y en la que muchas veces pongo distancias e impedimentos para que se gesten vínculos sólidos, dificultando que fermente la masa!
Francisco nos recuerda que “… el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo.” [3]
¿Cuántas veces me he alejado de mi prójimo por la incomodidad y dificultades que me provoca un encuentro cara a cara, el cual que no quiero enfrentar?
¿Cuántas veces he condenado y juzgado con dureza (como un fariseo) las acciones de otros que trabajan a mi lado y no veo mis propias negligencias?
Si observamos el mundo contemporáneo, pareciera que está dominado e impregnado en gran medida por la levadura de Herodes, envuelto en una lucha descarnada y cruel, buscando alzarse con el poder y dominar, a costa casi siempre de un precio muy elevado, tendiendo a arrinconarnos en “… una cultura del descarte […] y globalización de la indiferencia” [2]
Me pregunto, ¿qué levadura debería insuflar en mi interior y llevar a mi trabajo, para que fermente el reino de Dios? ¿Qué nuevos caminos debería buscar para salir de mi mediocridad?
Las tres levaduras viven dentro mío y luchan entre sí y siento que la levadura del reino de Dios me interpela para que la haga germinar y así la “… buena semilla crezca en medio de la cizaña (cf. Mt 13, 24-30), y siempre pueda sorprendernos gratamente. Ahí está, viene otra vez, lucha por florecer de nuevo. La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano.”[4]
Esta levadura del reino de los cielos quiere acercarme a quienes sufren, o se sienten marginados, olvidados o explotados y he alejado de mi vida, para no comprometerme con sus dificultades e injusticias ¿Podré transformarme en un instrumento que fermente la masa, multiplicando los bienes y servicios y así lleguen a todos y entre podamos recoger hasta doce canastas llenas? (conf. Mt 14, 20)
Viene a mi mente un pasaje de los Hechos de los Apóstoles en el que pareciera que la levadura del reino de los cielos fermentó la vida de toda la comunidad naciente:” Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común; vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno.” (Hechos 2, 44). Desde ya que no leo este pasaje en clave política, ya que se perdería la levadura de la masa.
¿Qué debiera realizar para que la levadura del reino de Dios se expanda y haga fermentar la masa de mi mundo?
[1] New York Times, edición del 11.4.25 [2] Francisco. “Evangelii Gaudium”, 53 y 54 [3] Francisco. “Evangelii Gaudium”, 88. [4] Francisco. “Evangelii Gaudium”, 278.