¿Hacia dónde estamos orientando nuestra propia empresa cada día?
El Padre Daniel Díaz, asesor doctrinal de ACDE, nos invita a reflexionar sobre lo aparentemente obvio: la empresa es parte de una más grande, la de nuestra propia vida. Que Dios nos conceda siempre poner en primer lugar su Reino y hacer de cada trabajo un lugar habitado por Jesús.
Queridos amigos de ACDE,
Algunas veces me gusta detenerme y reflexionar sobre lo aparentemente obvio. Creo que esto me permite profundizar los conceptos, encontrar aspectos que quedaron en el olvido o que no se habían abordado. Y en general, nunca quedo defraudado. Siempre encuentro alguna riqueza nueva en el proponerme mirar con especial atención esos lugares que entre la repetición y la rutina había dado por conocidos, por agotados. Uno de los modos en que suelo hacer esto es buscar el significado de alguna palabra en particular. El término que elegí esta vez fue “empresa”, tan central para nosotros ya que es parte del nombre de nuestra querida asociación.
Al googlear, uno se encuentra que la primera definición que nos propone la Real Academia Española es: “Acción o tarea que entraña dificultad y cuya ejecución requiere decisión y esfuerzo”. No nos resulta extraña. Creo que a todos nosotros la palabra “dificultad” nos resulta cotidiana. Una semana sin ningún problema en la empresa, debería ser atesorada como una gracia muy particular de Dios que quiere así animarnos para las muchas otras semanas que tendremos. Nuestras agendas se trastocan, nuestros planes se modifican, las acciones no resultan como esperábamos. Esto es algo habitual, como lo son también las decisiones necesarias que debemos tomar para resolver cada situación y los esfuerzos que esto nos implica.
Sin embargo, en esta caracterización de la empresa no deja de llamarme la atención una mirada un tanto pesimista, que solo ve lo negativo del compromiso requerido. La definición no propone un fin, un “para qué”, capaz de justificar todo lo dificultoso que sí expresa. En esa motivación estará la raíz de la fuerza y el empeño que pondremos para alcanzar el objetivo para que una empresa se inicie, para que perdure en el tiempo y para que crezca constantemente.
Además esta finalidad marcará una orientación que podrá ser muy diversa. En el “para qué” se entrecruzarán, anulándose o potenciándose mutuamente, muchos aspectos: el deseo de rentabilidad propia con el de hacer un bien a la sociedad, el de servirse de los bienes necesarios para la producción con el de cuidar la creación, el de aprovechar al máximo la fuerza laboral con el de desarrollar a cada persona que trabaja allí. Y otros. Dentro de los límites de la ley o más allá de ella, quienes dirigen la empresa son los que marcarán un rumbo. Desde el lugar concreto que ocupamos cada uno de nosotros vale la pena preguntarse cuáles son las estrellas hacia las que tratamos cada día de encaminar la barca.
No debemos olvidar, por otra parte, que nuestra empresa (el emprendimiento, pyme o multinacional, el estudio o aquello que nos ocupa laboralmente) no deja de ser para nosotros tan solo una parte de una empresa mucho más grande: la de nuestra propia vida. En ella también están integradas nuestra familias, amigos, relaciones y todas las actividades que hacemos. Allí es donde en primer lugar desplegamos nuestros deseos y necesidades personales, nuestros valores y nuestra fe.
En el encuentro de estas dos empresas, a veces, podemos experimentar el dolor de verlas oponerse y chocar entre sí, especialmente cuando los fines de una y otra difieren. Digo “dolor” porque las víctimas somos nosotros mismos. Cuando estas dos empresas no logran una cierta armonía en nosotros esto cotidianamente nos desintegra, nos hace actuar contra nuestra identidad profunda, nos disocia. Muchas veces podemos terminar por acostumbrarnos a quitarnos el saco de quienes somos y ponerlo en un perchero cada vez que nos disponemos a trabajar. Y solo nos lo ponemos de nuevo al salir (si es que algún día no nos lo olvidamos allí).
En otras ocasiones, con la ayuda de Dios, empezamos a vivir la paz y el gozo de ver medianamente equilibrados los tiempos y esfuerzos que dedicamos a nuestras dos empresas. Esta experiencia se da también cuando podemos ver plasmadas en el ámbito del trabajo aquellas cosas en las que creemos, sin vernos obligados a ocultar o disimular nuestros valores y fe, traicionándonos a nosotros mismos. Es la misma coherencia que nos acompaña cuando nuestras opciones, estemos donde estemos, siempre responden a nuestra condición de cristianos, o también cuando si tenemos que aceptar decisiones no evangélicas que no nos tocan a nosotros sin el poder para cambiarlas, somos capaces al menos de expresar con valentía lo que nos parece correcto. Si aún no estamos viviendo todo esto plenamente, tendrá que ser nuestra meta. Somos gente que sabe asumir la dificultad y encontrar los medios para superarla.
En estos días, alguien me contó que dejaría su empresa. Al escuchar lo que me confiaba quedé expectante: ¿Sería algo bueno? ¿Sería algo malo? Luego me dijo, con otras palabras, que en su decisión estaba priorizando la empresa de su vida. Supe así que era algo bueno, que era el camino que Dios le indicaba en su corazón. Y me alegré.
Que Dios nos conceda siempre poner en primer lugar su Reino, priorizar la empresa de nuestra vida siguiendo su voluntad y hacer así de cada empresa en la que trabajamos un lugar habitado por el Señor. Que Dios los bendiga a todos.