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La concepción cristiana de la empresa nace del principio de escasez de los bienes, la necesidad de multiplicar los talentos recibidos y de reconocer (aceptando) el don de la cocreación, haciendo un recto uso de la libertad y de la posibilidad de multiplicar dichos bienes. En el fondo, se trata de generar riqueza a partir de la organización del trabajo y los recursos, asumiendo que el hombre debe reconocerse como hijo de Dios, hermano de los hombres y Señor de las cosas.
La Iglesia viene acompañando, quizás a veces con un poco de retraso, el crecimiento acelerado que viene ocurriendo en estos últimos 150 años. Fueron los documentos sociales de la Iglesia que van constituyendo la Doctrina Social de la Iglesia, que aun sin establecer dogmas de fe, reflexionan e iluminan a los católicos y a las personas de buena voluntad en general, con una visión que va mucho más allá de lo estrictamente material. En este sentido, la empresa no sólo genera riqueza, sino que genera trabajo y promueve a las personas, haciendo que esas personas se desarrollen y de alguna manera también expresen sus vocaciones, que puedan florecer y dar fruto. Pero también existe el riesgo de que un empleado pueda convertirse en el propio competidor o que el negocio no funcione. Son algunos de los riesgos que se toman al emprender. El fracaso es una posibilidad.
La Doctrina Social de la Iglesia (DSI), arranca con la encíclica Rerum novarum (de León XIII, en 1891) con lo que se denominaba la cuestión social. En ese momento estaba vinculada con el logro de mejores condiciones laborales, la actividad de los menores y las mujeres, los excesos en la explotación laboral y las duras condiciones de trabajo. Pero también remarcaba la necesidad de preservar el derecho de propiedad, porque lo que se buscaba promover era que cada vez hubiera más propietarios.
El trabajo dignifica al hombre, pero eran importantes las condiciones en que se movía el mundo laboral y remarcaba la importancia de que todos accedieran a ser propietarios en el marco del destino universal de los bienes.
Cuarenta años después, el papa Pio XI en Quadragesimo anno, también avanzó en la necesidad de un equilibrio entre el capital y el trabajo y Pablo VI (1967) en Populorum progressio, también se expresaba sobre el derecho al bienestar que debía generar el trabajo. En esos tiempos ya existía la percepción de un avance muy rápido del progreso y se habían planteado en el mundo modelos de neocolonialismo, por el que unos países sometían a otros. Pablo VI llamó al desarrollo como “el nuevo nombre de la paz”. Lo definía como el paso de condiciones menos a más humanas, admitiendo que no eran matemáticamente iguales, que había diferencias de criterio. Hay culturas diferentes, conceptos distintos sobre lo que es o implica el bienestar de una sociedad.
Volviendo a Quadragesimo año, por primera vez aparece mencionado el principio de subsidiariedad, que tuvo la misma difusión que el de solidaridad e indica que un ente de orden mayor no debe ocuparse de lo que un ente de menor entidad puede hacer. Por ejemplo, cuando el empresario delega trabajo, aplica el principio de subsidiariedad, así como, por el contrario, el Estado que se ocupa de hacer lo que los privados pueden hacer, no lo estaría aplicando.
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Luis,
Excelente reflexion sobre la mision de Co crear que tenemos los empresarios.
muy buen opuesto en palabras la concepción cristiana de empresa