Escribir es una costumbre cuyo origen ya no recuerdo. Como el estudio, los amigos, el trabajo, quizás como una tara, siempre anduvo por ahí, dándome vueltas. Escribir un pensamiento, garrapatear un cuento, “bajar” una idea, vergonzosamente ensayar un poema, redactar un discurso, un artículo, una historia. Un buen día me di cuenta de que, simplemente, “escribía”. Para explicarlo mejor, que podría autodefinirme como “una persona que escribe”. Una persona que le gusta expresarse, que incluso se encuentra más en el lenguaje escrito, en la cadencia de letras, espacios, oraciones y párrafos, que en las verbalizaciones. Peor aún, que le gusta componer con las palabras, jugar con los tonos, desarrollar historias. Vencida la pereza inicial -síndrome de página en blanco le dicen- uno encuentra placer en esto de escribir, en la actividad misma, aunque no vaya a ningún lado, aunque no tenga ningún propósito. En algún punto es algo así como una pulsión.
Tiempos de Honor fue el resultado de plasmar esa pulsión en un proyecto.
La Historia ha sido otra pasión de toda la vida que, lentamente, ha poblado los estantes de mi biblioteca, que me ha acompañado en incontables aeropuertos, vuelos, hoteles, que dio vida a esos tiempos muertos que vagaban alrededor de mi vida corporativa. Roma, las Cruzadas, la guerra civil americana, la generación del 80, el imperio otomano o la segunda guerra mundial, entre otros, se sucedían a lo largo de los años enhebrando una cacofonía de temas y épocas.
Así aterricé en las guerras de la Independencia, en San Martín, en el ejército de los Andes. Un libro iba llamando a otro, internet expandía el horizonte a referencias, artículos, a otras voces, otros ángulos y empecé a tomar notas. Entonces me apareció una historia de la Historia. En ese momento estaba con un rol corporativo en Europa lo que me permitió profundizar en algunos personajes históricos, oficiales del ejército de Napoleón o un irlandés aventurero, que terminaron en el ejército de los Andes, que hoy son calles, pero ya no historias, porque son poco recordados sino olvidados. Y con ellos, visibilizar otros personajes nuestros, que fueron ubicados en la segunda o tercera fila historiográfica, que son hoy avenidas, pueblos, pero ya no son vidas, las vidas apasionantes que fueron, porque su memoria sino está muerta ha sido aletargada.
Esa era la historia: revivir esos siete personajes reales en una novela estrictamente histórica y contar la confluencia de sus trayectorias vitales, desde distintos lugares del mundo, en las guerras de la Independencia, en el ejército de los Andes. Organización, liderazgo, globalidad, personalidades y valores… eran los temas de mi vida corporativa como ejecutivo de una compañía global y todos estaban subyacentes en esta otra empresa, la independencia del imperio español.
Acovachado en mi escritorio, escoltado por mi biblioteca, conectado a mis pantallas, durante casi diez años, fui componiendo Tiempos de Honor en las horas que me quedaban entre familia y trabajo. Algún puesto ejecutivo me reclamó obsesivamente unos años y casi abandoné, pero sentía que mis siete personajes, al final de cuentas los más interesados en revivir de alguna forma, aunque sea modestamente en algunos ejemplares, me lo recriminaban. La pandemia me ayudo a concluir y redondear Tiempos de Honor, la primera parte de la historia.
Pero, como allí continúa la pulsión por escribir, la fascinación con estas historias de la Historia, sigo ahora perseverando, escribiendo “Tiempos de Gloria”, porque como dice el personaje de Francella en El Secreto de sus Ojos, “el tipo puede cambiar de todo… pero hay una cosa que no puede cambiar, no puede cambiar de pasión” -lo que, por supuesto, cualquier hincha de Racing comprende fácilmente.