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Tabula rasa

Escrito por Juan Luis Iramain
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Las elecciones legislativas de la ciudad de Buenos Aires fueron el hecho político más relevante de los últimos días. Un globo de ensayo que sirvió para testear la nueva sensibilidad del electorado y las estrategias de comunicación que funcionan (y las que no) en este contexto.

Capital. Las redes sociales y los grupos de WhatsApp arden: el sesgo de confirmación llega al paroxismo y cada uno ve lo que quiere ver. Los libertarios dicen que el triunfo de Manuel Adorni confirma que van por el buen camino y que la ola violeta es imparable. Los peronistas creen confirmar, con júbilo, que son la única oposición real a Milei. El macrismo destaca que, aunque los números no acompañaron, están haciendo un cambio generacional, y que por eso hay futuro. Los larretistas, emocionados, repiten el mantra “volvió, volvimos”, whatever that means. Y los republicanos de paladar negro —lilitos, radicales y apartidarios— señalan que ganó la abstención (casi la mitad de la gente no fue a votar), así que el triunfo de LLA no vale tanto y en el fondo perdieron todos. A nadie se le niega el derecho de creer que tiene razón.

 Los números cantan: Adorni (que es Milei) se llevó el premio mayor con el 30% de los votos, superando por tres puntos al filoperonista Leandro Santoro, que era el favorito de las encuestas. Lejos, defendiendo las banderas del PRO, Silvia Lospennato rozó el 16% y, más atrás, el ahora independiente Horacio Rodríguez Larreta, cosechó un 8%, el doble que la izquierdista Vanina Biasi. El resto fue testimonial. El resultado final es que Unión por la Patria ahora tiene 20 bancas, LLA suma 13, el PRO 10, el larretismo 5, la UCR 5, la izquierda 2, la Coalición Cívica 1, y la suma de otros misceláneos agrega 4 más. La interpretación es simple: buena parte de los votantes del PRO migraron al mileísmo o a Larreta, y si el primo Jorge no da un vuelco a su gestión —ahora va a tener que negociar casi todo en la Legislatura—, el asunto pinta mal para los Macri.

 Abundan los análisis políticos profundos en estos días, al alcance de todo el mundo. Lo que sigue es una versión simplificada para quienes tienen que explicárselo a un extranjero, cortito y al pie:

  • Es la economía. A pesar del intento de municipalizar la discusión por parte del PRO, buena parte de los votantes entendieron la elección como un plebiscito de la gestión de Milei: un 30% quiso decir fuerte y claro que apoya el rumbo económico del Gobierno nacional, por eso votó por Adorni. Fin.
  • Es la polarización. Seguimos en la era de los extremos. Una parte importante de los votantes odia al kirchnerismo y considera que sólo LLA es capaz de ponerle los clavos a ese ataúd. Y viceversa. Al menos por ahora, las fuerzas políticas que proponen una narrativa fuera de esa lógica se vuelven marginales. Corea del centro no existe.
  • Es la narrativa. La polarización entre kirchneristas y libertarios deja poco espacio para otras discusiones. La gente habla de lo que quiere hablar, no de lo que proponen los políticos. El PRO, ignorando esa verdad de hierro, intentó municipalizar la discusión, a pesar de que en ese terreno también estaba débil. Doble error.
  • Es el olor a pis. Adorni tuvo el mejor jefe de campaña que pudo imaginar: Jorge Macri. Si un votante de centroderecha dudaba si encolumnarse o no detrás del vocero presidencial, el Jefe de Gobierno lo ayudó a decidirse: la inseguridad, la suciedad, los baches en las calles y las veredas rotas fueron el pretexto perfecto para que los porteños tomaran venganza.
  • Es la convicción. Los esfuerzos de Silvia Lospennato para mostrarse asertiva y ganadora contrastaron con la narrativa derrotista de Mauricio Macri —que se supone que estaba ahí para apoyarla— que hablaba de la fuga de votos que estaban sufriendo a manos de libertarios y larretistas: un tiro en el pie. En el último tramo, las quejas sobre la campaña sucia tampoco funcionaron: el victimismo no garpa.
  • Es la nueva generación. En otros tiempos, ciertas rudezas en la campaña se hubieran pagado caro en las urnas. Hoy no: el electorado masculino nacido en este siglo, sobre todo, prefiere el trazo grueso, sin matices. Una vuelta, quizá, al caudillismo compadrito de 1870, pero ahora con algoritmos. No inventamos nada nuevo.  

Manuel Adorni, el gran ganador de la noche, declaró “tabula rasa” en su discurso celebratorio: sin rencores después de las escaramuzas de las últimas semanas, todo el que quiera apoyar las ideas de la libertad, es bienvenido. Con el nuevo escenario, el resto de las fuerzas políticas recalcula con la mirada en las elecciones provinciales desdobladas y las nacionales de octubre. ¿Qué hacer? ¿Unirse a las “fuerzas del cielo” sin disimulos? ¿Desensillar hasta que aclare y mostrar moderación? ¿Apostar a la polarización, esperando el apoyo de una parte del electorado? Un año de vértigo.

Sobre el autor

Juan Luis Iramain

Doctor en Comunicación (U.Austral). Socio Director de INFOMEDIA.

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