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Templanza en la victoria, serenidad en la derrota

Escrito por Juan Luis Iramain
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El resultado de las elecciones bonaerenses está motivando interpretaciones variadas que van desde el más sincero estupor a un más pretencioso “era obvio que iba a pasar”. Un pretexto para pensar en las causas de nuestras propias preferencias políticas.

El cerebro humano no está diseñado para llegar al fondo de las verdades: hace falta forzarlo y, aun así, le cuesta. Si se lo deja, lo que hace es ahorrar energía: cruza unos pocos datos y los convierte en una explicación más o menos convincente de la realidad. Y con eso funcionamos: mientras no confundamos una pared con un precipicio, o una manzana con una piedra, sobrevivimos. El resto lo completamos con prejuicios, y rara vez nos detenemos a confirmar si son acertados o no. Son prácticos, y con eso basta.

 “La Libertad Avanza hizo una mala elección en la provincia de Buenos Aires”, concluye el cerebro. ¿Mala comparada con qué? ¿Con la de 2023? Eran presidenciales. ¿Con la de 2021? No compitió siquiera. ¿Con las expectativas? ¿De quién? ¿En qué se basaban? ¿En las encuestas? ¿Había que creerles? “Fue por la economía que no crece”, “fue por las sospechas de corrupción”, “fue porque la gente no quiere el estilo agresivo”. ¿Cómo lo sabemos? ¿Hay alguna evidencia? Por ahora, son solo conjeturas. Algunas muy plausibles, pero conjeturas.

 No se ensaya esta vez una interpretación de qué pasó. Tampoco una conjetura sobre lo que podría suceder el 26 de octubre. Ni una propuesta de qué mirar en los próximos meses. Solo una posible matriz de análisis para entender por qué elegimos lo que elegimos en materia política:

  • Lo personal. Nos atraviesan, antes que nada, las emociones. Hay quien comparte la indignación que encarna Milei contra la casta, el kirchnerismo o los ñoquis y lo apoya a muerte. Hay quien vive de cerca el caso de un discapacitado que ya no recibe el subsidio que necesitaba, o tiene un cuñado al que echaron de un empleo estatal, o está jubilado y sufre las penurias de no llegar a fin de mes. Eso nos empuja a estar en un bando o en el otro.
  • La conveniencia. ¿Cuándo me fue mejor, con una economía más abierta o con una más protegida? ¿Me conviene un dólar alto o uno bajo? ¿Cómo me impacta la inflación: gano o pierdo con ella? ¿En qué gobierno tengo o tuve más amigos? ¿Dónde están mis intereses? Es el propio metro cuadrado: con independencia de lo que crea sobre cómo debe ser el mundo, lo que más importa es qué me conviene a mí. Triste pero real: supervivencia básica.
  • La ideología. Además de las historias personales, hay aspectos simbólicos que despiertan sentimientos intensos: el apoyo o el rechazo del aborto, el haber cerrado el Ministerio de la Mujer, el uso o no del “todos y todas”, la cercanía con Israel, la afinidad con Donald Trump, la motosierra, los memes “anti-cuca”, los insultos, los elogios, los perros, Karina, Toto, Patricia. Todo comunica. Y cada gesto nos aleja o nos acerca.
  • Los vaticinios. Tener razón da placer. Y odiamos equivocarnos. Además de las emociones, una preferencia ideológica nos hace vaticinar que con Milei vamos camino al desastre o, por el contrario, que hay buenas chances de que el futuro sea mejor. Actuamos (también votamos) para que se confirmen nuestros pronósticos. Hacen falta dosis extra de honestidad intelectual para reconocer: “aunque hace lo que yo no haría, vamos mejor”, o “a pesar de que hace lo que yo creía que había que hacer, vamos peor”.
  • Los referentes. Elegimos nuestras fuentes buscando, sobre todo, que confirmen nuestros prejuicios. Por eso miramos ciertos canales de noticias, seguimos a ciertos influencers y leemos ciertas columnas de opinión. También seguimos un poco a la contra, pero por el placer de ver cómo se equivocan. Así nos sentimos más parte de nuestra tribu —la que sea— y eso nos da seguridad. Muy primitivo.

La Argentina pasó por guerras civiles, dictaduras, hiperinflaciones, recesiones, pandemias y un sinfín de calamidades. Y siempre volvió a levantarse. El 26 de octubre ni se acabará el mundo ni llegaremos al paraíso. Y para 2027 todavía falta tanto, que es imprudente intentar cualquier vaticinio. “Keep calm and carry on” repetían los ingleses cuando las bombas nazis caían sobre sus cabezas en la Segunda Guerra Mundial. Eso.

 

Sobre el autor

Juan Luis Iramain

Doctor en Comunicación (U.Austral). Socio Director de INFOMEDIA.

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