Este comentario me lo hizo una sobrina nieta de 24 años, estudiante universitaria que trabaja en una de las tantas empresas de publicidad y contenido para las redes sociales. O sea, una joven de clase media que tuvo buenos estudios secundarios y tiene una cultura por encima de la media.
Pensé inmediatamente el contraste con la realidad de la juventud de los años setenta a la que pertenecí. Hoy existe un grupo de jóvenes calificados como “militantes” que tienen sus miras en la política. Es un grupo difícil de precisar porque conviven en los actos públicos con aquellos contratados por los aparatos partidarios y el sistema clientelar que vemos pulular en las manifestaciones.
Hay otros jóvenes que se inician en la política como profesión. Es decir que la política es su opción para dedicarse y vivir de ella. Con esos criterios eligen el “espacio partidario” con mayor posibilidad de futuro donde se moverán y constituirá su fuente de ingresos sin que ello implique necesariamente actos de corrupción sino actitudes de búsqueda de lugares en el Estado que les permita obtener un ingreso y que, como contrapartida, no estén dispuestos a renunciar a cargos cuando las circunstancias o sus convicciones lo imponen.
No me refiero a muchos que tienen vocación por las políticas públicas y optan por aplicar sus conocimientos técnicos al servicio del Estado. Lamentablemente éstos son las víctimas de los vaivenes electorales que los hacen abandonar proyectos iniciados con entusiasmo por la cuestionable costumbre de nuestros políticos de iniciar “nuevas eras” que llevan a interrumpir cualquier obra encarada por el gobierno anterior sin medir su mérito o conveniencia.
Quizás nuestra generación estaba en las antípodas y, en muchos casos, el compromiso político y cierto idealismo nos llevó a tomar posturas extremas que no descartaron la violencia armada o el desprecio por las instituciones democráticas y republicanas. El período transcurrido entre los ‘70 y el ‘83 del siglo pasado fue la culminación trágica de ese compromiso teñido, en la mayoría de los casos, por el fanatismo y la intolerancia que hoy, en alguna medida alimenta “la grieta”. Desde este punto de vista parecería que la indiferencia de los jóvenes de hoy es positiva o, por lo menos, menos peligrosa.
Una búsqueda de las causas de este fenómeno puede ser los avances tecnológicos que llevan a los jóvenes a un ámbito que les impone decisiones rápidas, cambios vertiginosos y la conveniencia de no adherirse a posturas, ideologías u opiniones permanentes. Los jóvenes, cuando egresan del secundario y encaran las decisiones importantes que marcarán su vida futura, no saben a ciencia cuáles serán los trabajos que existirán cuando finalicen su formación universitaria.
Pero esta realidad no puede eximir a nuestra generación de intentar dar testimonios positivos que lleven al seguimiento, pues debemos empeñarnos en trasmitir valores aún cuando muchas de nuestras actitudes pasadas sean ahora cuestionadas. En La Nación del 10 de enero un artículo de Lucio Román expone, a mi juicio, con certeza el fenómeno de una juventud que está creciendo sin lideres ni ejemplos a quienes imitar. Esta realidad no es solo responsabilidad de los jóvenes nosotros también somos participes.
Quizás formamos parte de una generación en la cual se interpretaba el liderazgo como una posición permanente y autoritaria que no delegaba ni daba espacio para el desarrollo de las aptitudes y cualidades de los más jóvenes. Ello ocurría y sigue ocurriendo en las empresas, la política y las organizaciones sociales de todo tipo. Muchas veces no estamos dispuestos a delegar, a retirarnos a funciones menos protagónicas, a arriesgarnos dando un voto de confianza a quienes nos siguen, respetando sus estilos, aunque no sean los nuestros sin percatarnos que ese es el camino que asegura la continuidad de las organizaciones.
Creo que “yo, de política, cero” es producto también de una cierta desilusión. Los jóvenes buscan y admiran la verdad que no abunda en las expresiones de gobernantes y políticos (ver www.lanacion.com.ar/opinion/columnistas/un-pais-que-elige-vivir-en-el-engano-nid2320905). Esta realidad los lleva a apartarse de la preocupación por la cosa pública y concentrarse en lo individual. Importante tema… pero interrumpo aquí mis reflexiones porque aspiro a que estas líneas sean leídas por los jóvenes y soy consciente que, quizás por un defecto o porque la vida cotidiana les quita tiempo, los jóvenes leen poco. Este sí es un reproche que me siento autorizado a hacer a la juventud.