Valores

Francisco, Irak y las grietas

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El momento que estamos viviendo en el mundo y muy, pero muy particularmente en nuestro país nos tiene que interpelar como ciudadanos que somos de este mundo. Las polarizaciones y las violencias -así, en plural- que lo amenazan necesitan menos de espectadores que de actores que enfrenten esos problemas como desafíos. Es muy cómodo denunciar, pero es un ejercicio estéril si no se convierte en acciones. La violencia en el mundo tiene muchos rostros y hubo personas que la enfrentaron desde sus convicciones: Nelson Mandela, Madre Teresa de Calcuta… Cada uno desde su lugar hizo lo que pudo, complicándose la vida y poniendo sus talentos en juego.

Un actor de primer nivel en estos días es el Papa Francisco. Un sordo concepto se ha ido imponiendo en los ambientes intelectuales, sobre todo europeos, que ven las religiones como fuentes de terror. Toda religión que tenga convicciones fuertes, dicen, es fuente de violencia. Ese es el motivo que movió a los últimos tres Papas a tomar en serio el trabajo de dar vuelta ese lugar común, buscando que el diálogo entre las religiones se transformara en un mentís a esa afirmación y, por el contrario, se convirtiera en instrumento de paz. Las reuniones interreligiosas que comenzó San Juan Pablo II en Asís tenían ese fin, señalar que las religiones eran un lugar de diálogo y concordia, forjadoras de paz. Así, Benedicto retomó esa costumbre.

Francisco dio un paso más. No se quedó de espectador en la platea, sino que salió en busca de los polos aparentemente en pugna.

Decidió un viaje a Abu Dhabi en febrero de 2019 para encontrarse con el referente religioso y cultural de mundo musulmán de tradición sunnita, el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb. Como cabeza de la Mezquita y la Universidad de Al-Azhar, es la máxima autoridad islámica y fuente de jurisprudencia del islam sunní, que engloba al ochenta por ciento de los musulmanes del mundo. Con él firmó una Declaración sobre la Fraternidad Humana en la que se comprometían a promover la paz. El corazón de la declaración descansaba en una convicción: los que creen en Dios como fuente de toda verdad y vida se saben hijos de Dios, y, por lo tanto, hermanos entre sí. Nunca el nombre de Dios puede ser tomado lícitamente para promover la violencia. Si tenemos en cuenta que las milicias terroristas del Estado Islámico, por ejemplo, dicen inspirarse en la tradición sunnita, se puede entender la importancia de esa declaración conjunta entre el Romano Pontífice y el Gran Imán: significaba deconstruir el fundamento religioso de innumerables grupos violentos que dicen combatir en nombre de Dios.

Ese fue también uno de los objetivos del arriesgado viaje que emprendió a Irak, contra todos los consejos: encontrarse con el Gran Ayatolá Al-Sistani. Además de acercarse, acompañar, sostener y consolar a los cristianos perseguidos en ese país, un punto central fue el encuentro con uno de los referentes importantes del mundo islámico de tradición shiita. Muchos recordamos aquellas condenas violentas que salían de voces importantes de este ambiente, las fatwas. Las declaraciones de Al-Sistani en un país largamente sometido a la violencia enmascarada en motivos religiosos, sus fatwas, fueron un fuerte contrapunto a la violencia y se transformaron en puntales de la buscada reconstrucción social y material del país: la prohibición del recurso a la guerra, la condena de la violencia contra personas en nombre de Dios, la invitación a cooperar en la reconstrucción de los vínculos en una sociedad lastimada, sirvieron para desarmar en buena medida el relato de los violentos. El encuentro giró en torno al compromiso por la paz, y las declaraciones de ambos fueron el catalizador para reacciones muy positivas en todo el mundo.

La violencia no se resuelve con palabras, sino con obras, aunque a veces parece que sean insignificantes, gestos que parecen quedar en el vacío, pero que tienen un alcance importante. Esa es la mirada de Francisco. Ese salir en busca de los extremos de los conflictos es consecuencia de su atención a las periferias: forma parte de su ADN acercarse a los márgenes de la sociedad, para ser voz de los que no tienen voz.

En una sociedad como la nuestra, cruzada de conflictos políticos (la grieta), sociales (pobreza escandalosa, discusiones beligerantes), sanitarios, hay que apreciar que el Papa nos anime con su ejemplo a intentar lo imposible.

Muchas veces se escucha decir (a ambos lados de la grieta) que no hay voluntad de diálogo. ¿Quién hubiera dicho que un Papa y dos musulmanes pudieran dialogar?

Su ejemplo podría inspirarnos a, primero, salir de la comodidad de la queja y de los diagnósticos infecundos; segundo, a actuar, a buscar el acercamiento incansable con el que piensa distinto, sin cejar, con energía, en la búsqueda de un diálogo necesario como nunca en nuestra historia. La fraternidad universal, parece decirnos Francisco, tiene que empezar por casa.

Sobre el autor

Padre Manuel de Elia

Capellán IAE Business School (Universidad Austral)

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