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Un drama que nos interpela a todos

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Más allá del impacto de los datos, los argentinos no deberíamos sorprendernos por las cifras de la pobreza que dio el Indec: basta una caminata por algún barrio de cualquier ciudad mediana o grande del país para palpar fácilmente los signos emergentes de la pobreza que fue ganándoles espacio a otras manifestaciones más ordenadas de la vida. No es sólo introducirnos en un espacio carenciado, sino poder observar la pauperización de muchas estructuras sociales, que van cediendo luego de años de desinversión social, desempleo crónico y anomia creciente.

Incluso los datos promedio pueden ser aún más graves si se consideran tres variables: a) la regional: hay zonas donde el porcentaje de la población por debajo de la línea de la pobreza es superior al promedio (40,1% en el Noroeste o 35,6% en Cuyo); b) hay sectores de la población más vulnerables a las crisis (47,4% en la infancia), y c) hay otras variables, como la vivienda, las condiciones de vida y el acceso a la educación cuya carencia pueden hacer que alguien con ingresos superiores al mínimo sufra privaciones.

Desde un inicio, el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA fue haciendo un trabajo constante y profesional sobre la pobreza en la Argentina. Entiende que para erradicarla con eficacia primero hay que medirla con precisión y así poder evaluar las políticas públicas. Su director de Investigación, Agustín Salvia, durante años blanco de la crítica fácil de quienes querían matar al mensajero, insistía en explicar que el análisis de la pobreza asume una complejidad que va mucho más allá de la cuantía de ingresos. La Argentina enfrenta una crisis que va más allá de lo coyuntural, que muestra una peligrosa tendencia a convertir una parte de la población en un grupo con baja movilidad y escasas posibilidades de superación.

Por todo esto, el drama de tantos hogares argentinos nos interpela a todos por igual. Desde su rol en la sociedad, cada uno de nosotros debería dar una respuesta, además de sensibilizarnos y avergonzarnos por una situación que dista mucho de contribuir al cuidado de la casa común, como insiste el papa Francisco en su encíclica Laudato si’.

No puede el Gobierno solo afrontar esta situación. Por eso, quienes desempeñamos puestos directivos en empresas y organizaciones vinculadas con el mundo productivo no podemos eludir este llamado a construir una sociedad más justa, donde haya un espacio para el encuentro más que para el enfrentamiento. ¿Qué podemos hacer para contribuir?

1) Sensibilizarnos y concientizar a toda nuestra cadena productiva de que éste no es un tema de filantropía, sino uno en el que se juega la sustentabilidad de todo un sistema.

2) Internalizar en todas nuestras decisiones que nuestra tarea tiene por objetivo esencial la creación de riqueza, expresada como valor social y no sólo como un lucro apropiado por el accionista.

3) Promover de esta manera la generación de empleo formal y eficiente, como un objetivo con validez en sí mismo y como polea transformadora en el núcleo familiar.

4) Utilizar nuestra capacidad innovadora y empresarial en la búsqueda de soluciones a nuevas formas de asistencia social allí donde sean necesarias.

5) Por último, sentirnos ciudadanos y desde ese lugar asumir un compromiso de transformación hacia un orden social más justo y sostenible.

Desde la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) hemos debatido y resumido estos propósitos en una propuesta, el Compromiso Personal Empresario, que hemos compartido con otras entidades amigas y hacemos extensivo a todos aquellos que, en definitiva, se sientan llamados a asumir su propia responsabilidad sin esperar que el gobierno de turno u otro grupo haga el primer movimiento.

En definitiva, invitamos a pasar de ser habitantes a ciudadanos.

Sobre el autor

Juan Pablo Simón Padrós

Licenciado en Administración de Empresas. MBA en el IAE Business School (Universidad Austral). Expresidente de ACDE y miembro del Consejo Directivo.

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