ACDE Hoy

¿Y si Jesús llevaba un tatuaje?

Escrito por Carlos Barrio
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En su manto y en su muslo lleva escrito este nombre:

Rey de los reyes y Señor de los señores”

Ap. 19, 16

Señala el periodista Javier Martínez-Brocal, corresponsal del diario ABC de España que “El Vaticano ha actualizado el reglamento para quienes trabajan en la basílica de San Pedro. Les pide sobre todo una actitud coherente con el mensaje del lugar en el que trabajan, pues representa al Papa y al corazón de la Iglesia católica. Mantiene por ejemplo las antiguas normas de que los empleados deben estar casados por la Iglesia y no pueden formar parte de organizaciones incompatibles con la fe cristiana. Pero ahora prohíbe llevar piercings o tatuajes a la vista. 

La medida afecta a los aproximadamente 170 empleados de la «Fábrica de San Pedro». Se trata de una institución creada por Julio II en 1506 para la construcción de la actual basílica. La estructura se ha mantenido en el tiempo para las tareas de conservación y mantenimiento, y también para la atención de peregrinos. 

«Este nuevo reglamento favorece un clima de fraternidad y de confianza recíproca para acoger mejor a los peregrinos y visitantes. Se trata de cuidar con mayor responsabilidad este lugar, valorizar mejor los talentos de las personas que aquí trabajan y el mensaje de la basílica en vista del Jubileo 2025», explica Enzo Fortunato, portavoz de la basílica de San Pedro.
Las normas más curiosas se refieren al «decoro» que se exige a los empleados. «El personal debe cuidar su aspecto externo de acuerdo con las exigencias y costumbres del entorno de trabajo. Los tatuajes visibles en la piel y los piercings corporales están prohibidos por respeto al decoro y al entorno de trabajo». En el pasado, este punto estaba formulado de un modo diferente: Todo el personal está obligado a cuidar su aspecto exterior de acuerdo con las exigencias y costumbres del entorno de trabajo.”(1)

¿Podemos considerar en el siglo XXI que es poco decoroso llevar un piercing o un tatuaje visible en la piel?

La tendencia a tatuarse el cuerpo se ha extendido marcadamente en todo el mundo, tanto que hoy el 38 % de la población mundial tiene al menos un tatuaje.  

Italia es el país con más personas tatuadas en el mundo. El 48 % de su población cuenta con al menos un tatuaje. Es decir que prácticamente uno de cada dos italianos no calificaría para trabajar en la basílica de san Pedro si ese tatuaje fuera visible.

En Argentina el 45% de las mujeres y el 41% de los hombres tiene al menos un tatuaje. Es el cuarto país del mundo con más población tatuada, a la par de Australia, solo superados por Italia, Suecia y Estados Unidos.(2)

Esta norma habla del decoro como aptitud necesaria para poder trabajar en el Vaticano. Me pregunto entonces ¿qué es el decoro?

Según el diccionario de la Real Academia Española, decoro es el “honor, respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad.”

Pareciera entonces que un tatuaje o piercing visible estaría afectando el respeto y reverencia que debe tener quien pretenda trabajar en el Vaticano.

¿Es razonable sostener que las personas que tienen un tatuaje o un piercing a la vista no guardan el decoro suficiente para trabajar en la basílica de San Pedro?

¿No se ha filtrado quizás una mentalidad prejuiciosa y antigua que aleja aún más a los jóvenes de la Iglesia y termina aislándola de la vida del mundo? 

¿Qué se nos ocurre que dirían justamente los jóvenes si se les preguntara por estas normas laborales del Vaticano?

El Vaticano establece en otra parte de sus directivas laborales que “… los empleados deben estar casados por la Iglesia o no pueden formar parte de organizaciones incompatibles con la fe cristiana.”(3)

Si bien parece razonable que no formen parte de organizaciones incompatibles con la fe cristiana, me resulta escrupulosa la exigencia de que sólo puedan hacerlo quienes estén casados por la Iglesia, como si el divorcio o una separación fueran manchas graves e indignas para ser contratados. 

¿Qué haría la Iglesia si una persona que ingresó a trabajar en la basílica de San Pedro estando casada, posteriormente se divorciara? ¿Perdería su empleo? ¿Sería razonable que la Iglesia despidiera a un trabajador por divorciarse o separarse de hecho? ¿Es una falta compromiso religioso el divorciarse o separarse?

Pareciera que la presunción que hace la Iglesia es que las personas casadas tienen un mayor compromiso religioso y ejemplaridad para trabajar en la basílica que aquellas que no lo están, privilegiando la forma y no el fondo de la persona. 

La rigidez del Vaticano para trabajar en la basílica de San Pedro me recuerda, por contraste, la tarea que lleva a cabo Eduardo Oderigo, con los presos en las cárceles de Argentina, a partir de la práctica del rugby. 

Los “Espartanos”, como se llama al equipo de rugby de presos que dirige Oderigo en su fundación, es una escuela de aprendizaje de las segundas oportunidades que hay que dar en la vida. Son un reflejo de la esencia de la parábola del hijo pródigo, en la que el hijo, que estaba perdido, regresa arrepentido a su casa, y el padre, lleno de alegría, sale a su encuentro para abrazarlo y decide celebrar una fiesta llena de abundancia, por su vuelta a la vida. Pero para que estas segundas oportunidades surjan, es necesario el compromiso de personas como Oderigo, que creen en la dignidad de la persona y apuestan a su cambio, y de empresas que confían en darles estas segundas oportunidades. 

Siento que la actitud del Vaticano, con sus rígidas normas de admisión laboral, van en el camino inverso, tiñéndose un poco del espíritu duro y frío del hermano del hijo pródigo. Como si los separados, divorciados, tatuados o con un piercing, sólo tuvieran lugar en el vestíbulo de la sala y no en el comedor mismo, en donde el padre quiere celebrar su cena festiva. 

El Evangelio de San Mateo me da la pauta de cuál es el camino a seguir, al decirnos que “Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: ¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores? Jesús que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: <<Yo quiero misericordia y no sacrificios>>. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.”(4)

Me pregunto si ¿no será quizás que toda nueva exclusión discriminatoria de la persona humana termina gestando una nueva perforación (piercing) en el cuerpo sufriente de Jesús en la cruz?

¿No son acaso los excluidos a quienes Jesús busca sentar a la mesa de su cena y les ofrece la oportunidad de una nueva vida?

¿No será que quizás Jesús llevaba un tatuaje en su muslo como dice el Apocalipsis en 19, 16?

 

Referencias

  1.  Diario ABC de España, 2/7/24, Javier Martínez-Brocal, corresponsal en el Vaticano.
  2.  Agencia alemana Dalia Research
  3.  Diario ABC de España, 2/7/24, Javier Martínez-Brocal, corresponsal en el Vaticano.
  4.  Mt. 9, 10-13

Sobre el autor

Carlos Barrio

Abogado (UBA) con una extensa carrera en el sector legal de multinacionales. Coach Profesional (Certificación internacional en el Instituto de Estudios Integrales). Posee posgrados en Harvard y UBA.

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