Valores

Miradas y consensos

Escrito por Daniel Díaz
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Cuando miramos la realidad solemos simplificarla. Contiene demasiados detalles para pretender abarcarla totalmente. Percibirla de un modo más abarcativo nos llevaría un tiempo del que usualmente carecemos y condicionaría la velocidad de nuestra respuesta a riesgo de convertirla en extemporánea e inútil.  Incluso si tuviéramos todo el tiempo del mundo, muchas veces sería imposible para nuestra limitada condición, alcanzar un conocimiento medianamente suficiente para poder decir sin soberbia que estamos mínimamente informados.

Nuestra mirada y las decisiones a la que ésta nos puede llevar, contienen un importante margen de error. En muchas ocasiones el haber ignorado esta circunstancia nos ha llevado a equivocarnos y en el mejor caso a  tener que arrepentirnos e intentar luego, en la medida de lo posible, subsanar y reparar el daño que habíamos hecho. Absolutizar lo propio es peligroso.

Pese a todo, seguiremos funcionando del mismo modo porque no tenemos otro mejor, pero si no somos necios la experiencia de nuestros errores nos hará ser más conscientes de las limitaciones de nuestra mirada. Si las consecuencias de las equivocaciones de nuestra vida han ido haciendo docencia con nosotros seguramente vamos abriéndonos a dos capacidades nuevas: la de siempre relativizar un poco lo que pensamos y la de dar un mayor valor al aporte que los demás nos pueden hacer.

Mirar desde otros ojos

Cuanto más ajeno y extraño nos es un modo de percibir la realidad distinto al nuestro, más deberíamos tratar de abrirnos a comprender lo que el otro ve, lo que el otro siente, lo que el otro descubre. Su mirada me podrá ser extraña, absurda, incluso dolorosa y ofensiva. Pero al menos por un momento y con sinceridad vale la pena dejarse cuestionar, correr el riesgo de renunciar a lo propio y hacernos más permeables. Tal vez, haya algo que no tengo y pueda recibir.

Sin esta percepción, todo consenso no es sino un mero negocio en que resigno temporalmente lo que creo que es una verdad absoluta e indubitable, con el oculto deseo de hacer que el otro en algún descuido termine olvidando o resignando su equivocada posición. No habrá allí apertura, ni enriquecimiento mutuo, ni verdadera búsqueda común de encuentro y unidad. Sólo será una estrategia momentánea de convivencia con aquel a quien no puedo someter a mi pensamiento.

Contemplar la realidad de un modo más profundo demanda a cada uno pedir prestados los ojos a los otros, en especial a los que ven las cosas de un modo distinto. No significa esto que uno acepte indiscriminadamente lo de los demás. Es necesario discernir. Pero hay que hacerlo sin descartar nada a priori. Todavía más, hay que hacerlo dando lugar a la sospecha de que puede haber ahí una riqueza oculta para mí.

No se puede observar y percibir el inquietante misterio de una obra de arte poniendo la nariz a unos centímetros de tocarla. Y esto puede aplicarse a toda la realidad. Pero la distancia más difícil de alcanzar no es física sino interior, es la que nos separa de los propios juicios y conceptos ya formados. La contemplación más profunda requiere separarse de nuestros pensamientos, ideologías, historias, grupos de pertenencia. Liberarse de ellos para recuperarlos luego con una mayor claridad, para elegir reafirmar aquello en lo que creo sin dejarme llevar por la comodidad de estar instalado e inamovible en lo que siempre creí.

La base para buscar consensos

Hoy anhelamos superar las grietas de nuestra sociedad y buscamos tender puentes. Pero en este proceso necesitamos resistir la tentación de querer usarlos bajo la oculta intención de pretender colonizar la orilla opuesta. Hay verdades imprescindibles para la construcción de la sociedad que anhelamos en cada uno de los que habitan este suelo.

El Papa Francisco, en los comienzos de su pontificado, nos propuso en Evangelii Gaudium “cuatro principios que orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias  se armonicen en un proyecto común” (EG 221). Y al tratar uno de ellos, al que denomina “el todo es superior a la parte” nos regala una imagen iluminadora: el poliedro.

“EL modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Tanto la acción pastoral como la acción política procuran recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades. Aún las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos” (EG 235)

La unidad en la diversidad es el único camino que lleva a la verdad. Respetar y valorar las diferencias es el primer paso para encontrar en el diálogo el mejor modo de asumir la multifacética realidad de una nación, como paso hacia la búsqueda del bienestar de todos sus habitantes. Sin el discernimiento que permita la renuncia a lo prescindible de la propia posición y la identificación de lo más valioso, irrenunciable y genuino de lo propio, esto se hace imposible.

El consenso se revela como tarea de revisión de las propias convicciones, de apertura a la valoración de la mirada del otro y de decisión firme de realizar una búsqueda común. Aquel que no esté dispuesto a revisar lo propio no podrá realizar este camino. Aquel que no se abra a valorar las miradas diferentes pronto se encontrará en un callejón sin salida. Aquel que no entienda que se trata de buscar con otros y no de convencer, se quedará solo. Lo común, lo que debe comprometer a todos, no se tratará en primer lugar de una tarea sino del cambio de una actitud.

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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