Valores

Trabajo, dignidad y silencio: el legado de San José Obrero

Escrito por Mariano Ylarri
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“¿No es éste el hijo del carpintero?»
Mateo 13:55-57

El 1 de mayo, la Iglesia celebra la Fiesta de San José Obrero, el patrono de los trabajadores. En coincidencia con el Día Mundial del Trabajo, dicha celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el Papa Pío XII, ante un grupo de obreros que se encontraban reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.

En ese instante, el Pontífice inició la conmemoración con estas palabras: “El humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias”. El trabajador silencioso y el Santo Custodio de la Sagrada Familia, comienza a tener una celebración que permite recordar y resaltar valores ejemplares del trabajo y que siguen trascendiendo en la historia.

Pese a ser poco mencionado en el Nuevo Testamento (solamente en Mateo, Lucas y una vez en Juan), la historia de San José trae consigo un ejemplo vivaz y ejemplar para los trabajadores del mundo. Pese a la transformación laboral de los últimos tiempos, el legajo de este Santo siempre es tangible e invita a los “obreros” del mundo a generar conciencia en su labor.

La primera virtud que podemos reconocer de este Santo, es el silencio. San José Obrero, pese a sus inseguridades personales, supo reconocer y aceptar, a través del mismo silencio, el Plan que Dios tenía para él. Bajo el esfuerzo del trabajo, supo elegir el fiel cumplimiento de sus deberes, por sus inclinaciones o preferencias. Este silencio invita a los trabajadores actuales a comprender para qué hacen lo que hacen y a generar conciencia sobre cuál es el rol que ocupan en la actualidad.

El trabajo que dignifica

La dignidad, como segundo valor ejemplar en José. San Juan Pablo II, en su encíclica a los trabajadores Laborem exercens decía: “Mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido ‘se hace más hombre’”. El Esposo de María, pese a tener una profesión poco valorada para la época (en el Evangelio se puede resaltar cuando Jesús predicaba en la Sinagoga y decían “¿no es éste el hijo del carpintero?”) *, no dejó de hacer valer el trabajo que él mismo le enseñó a su propio hijo. San José Obrero nos enseña que hay que poner todo el empeño y honor en aprovechar y desarrollar, por medio del trabajo, todos los talentos que hemos recibido de Dios. El trabajo, es un elemento fundamental de la dignidad de la persona y, con su vida, el padre adoptivo de Jesús lo practicó y enseñó.

El santo protector de los trabajadores es modelo de cuantos deben trabajar con el sudor de su frente, de tener la gracia de considerar el trabajo como expiación y, sobre todo, de trabajar con agradecimiento y alegría. Hombre prudente, que se no apegó a las seguridades humanas, San José Obrero nos enseña a trabajar con tranquilidad, moderación y paciencia sin que atemoricen el cansancio y las dificultades diarias terrenales.

Con su fidelidad silenciosa, el también patrono de las familias nos invita a realizar dignamente nuestras tareas diarias, a quitar todo tipo de avaricia y evitar construir un corazón corrupto. En un mundo donde lo material comienza a tener prioridad sobre los valores, José Obrero, con su ejemplo, nos orienta hacia un trabajo justo y digno y a poner foco, sea cual sea la actividad, en servir al hombre y priorizar el bienestar de la humanidad.

Así como dijo Pío XII aquel día en la Plaza San Pedro, que José Obrero, el Santo Custodio de la Sagrada Familia, “sea para todos los obreros del mundo especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo”.

Sobre el autor

Mariano Ylarri

Licenciado en Periodismo en la Universidad del Salvador. Es redactor y fotógrafo en la agencia de contenidos digitales, yConMedia.

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