En los últimos ocho años nuestro crecimiento, en promedio, fue negativo, -1,5%. En 1917 el PBI per cápita argentino era equivalente al 62,5% del estadounidense y un siglo después es del 32%. El 33% de los argentinos son pobres y el 10% indigentes, en números: 15 y 4 millones de personas.
Frente a este escenario no hay otra receta que agradar la torta para repartir, pero difícil de llevar a cabo. Gran demanda, Plan de desarrollo, se necesita. Toda la imaginación y todas las voluntades deberían estar puestas ahí, y como punto de partida un inventario simple indica como activos buena gente y buen territorio, como pasivos que funcionamos mal y estamos peor distribuidos.
En esta época de pandemia tomamos plena conciencia de la importancia del territorio. Un virus puso en caja la gestión de la distancia entre personas y entre aglomerados urbanos. Lo local interpela lo global y obliga a repensar flujos y desplazamientos de gente en ciudades y entre ellas.
Porque se re significa la importancia de donde pasan las cosas toman valor las personas y actores sociales y económicos con nombre y apellido, que son mucho más que un número en la estadística. Valen más también las localidades y sus entornos, lo local y lo regional, el mercado interno, el empoderamiento del vecino, los municipios y los estados provinciales. Pareciera un camino crítico útil para recuperar y fortalecer construcción colectiva genuina, tomemos nota.
Volviendo a los mencionados activos y pasivos, ampliamos que en la buena gente hay homogeneidad racial y cultural, hay solidaridad y creatividad, hay capacidad de investigación y de emprendeduría. En el buen territorio hay recursos ambientales, alimentarios y energéticos de alto valor y de demanda global.
Y en los pasivos, el mal funcionamiento se ve en sucesivos fracasos gubernamentales para resolver las crisis económicas y sociales, gestionando muy precariamente un federalismo unitario concentrador y generador de pobreza. Completa la pésima distribución demográfica donde el AMBA con el 0,4% de la superficie del país aloja el 38% de su población.
Y sobre el AMBA debemos reflexionar porque, si del desarrollo nacional se trata, señalemos que esta región socioeconómica hace cinco décadas que no tiene funcionalidad en el perfil productivo y de servicios del país. Fue puerto cabecera de la Argentina agroexportadora (1880-1930) y gran centralidad de la etapa de sustitución de importaciones (1930-1975). Desde allí desdibuja complementariedad con el resto del país, se le hace cada vez más difícil lograr competitividad territorial y demanda subsidios directos o indirectos, desde el transporte hasta la ayuda social.
La Buenos Aires Metropolitana, como nos gusta denominar al AMBA, también registra déficits al interior de la misma, en su propia estructura, que aunque concentre la mitrad del producto bruto nacional está lejos de aprovechar las ventajas de las economías de aglomeración como vemos en otras metrópolis. Burocracias, sobrecostos, débiles cadenas de valor, descoordinación de educación y procesos productivos, fiscalidad inequitativa, débil gobernabilidad de la agenda regional, entre otros.
Sería ideal que esta comunidad rioplatense, asentada como unidad ecosistémica en el territorio limitado por la ruta provincial número 6 (Zárate, Cañuelas, La Plata) se desarrollara como región socioeconómica a partir de su identidad de metrópolis latinoamericana del conocimiento y la diversidad. Y lo haga complementariamente dentro de un plan de desarrollo de las regiones argentinas que es mucho más que desarrollar las economías regionales.
Para esto, es importante un Plan de Desarrollo Federal por regiones -que es mucho más que desarrollar las economías regionales- apoyado en un federalismo de concertación que incorpore como componente central la desconcentración del AMBA, fortaleciendo la actividad socio económica del interior. Juan Bautista Alberdi dijo que “gobernar es poblar”, nosotros proponemos en este siglo que “poblar es desarrollar” y agregamos que “gobernar sea integrar”. Estamos convencidos que equilibrar demográficamente la Argentina es condición necesaria para que el desarrollo venga para quedarse y para ello proponemos explorar andariveles de actividad económica que hagan crecer la economía con alto empleo.
Sin pretensión de exclusividad imaginamos tres sectores, la agroindustria, el turismo y la economía del conocimiento. Sobre la agroindustria sabemos muy bien lo que significa agregar valor a las producciones agropecuarias con trabajo argentino, incentivando redes productivas exportadoras y de mercado interno. En turismo, ya el Plan Federal Estratégico De Turismo Sustentable (2014) identificó áreas de oportunidad con capacidad para expandir el turismo receptivo de fuerte aporte por visitante y alta demanda de servicios de calidad en alojamiento, hotelería, gastronomía, cultura y artesanías, infraestructura; que derrama y sostiene turismo interno. En este escenario, además, las culturas locales expanden empleabilidad con sus estilos y producciones típicas, así como exhiben bellezas naturales libres de contaminación. Finalmente sabemos que los servicios del conocimiento, contando con la conectividad adecuada, se pueden brindar y exportar desde cualquier rincón del país y mucho mejor en proximidad de enclaves del conocimiento como Bariloche, Córdoba o Tandil, espacios que incuban conocimiento e investigación.
Es posible evitar que el AMBA siga creciendo al ritmo del 10% entre censos, si no lo hacemos en 2050 seremos 22 millones muy probablemente reproduciendo y potenciando las condiciones actuales. Los ejercicios que estamos realizando indican como equilibrio deseable un decrecimiento de los 16,5 millones que hoy somos hacia a un horizonte de 12 millones logrado por la re funcionalización del AMBA y sus centralidades como región socioeconómica integrada al país.
Vale que para quienes migren es indispensable garantizar empleo de calidad, servicios de comunicación e infraestructura suficiente, así como incentivos adecuados para el arraigo. Se debe apuntar a jóvenes que, con la vida por delante, lleven en la mochila gran capacidad de hacer y marcada voluntad de arraigo para mejorar su propia calidad de vida y la de sus hijos.
¿Por qué insistimos en lo regional? Porque es la dimensión federal real y disponible, para articular virtuosamente los recursos humanos y naturales de las comunidades.
Las regiones –Patagonia, Centro, Nuevo Cuyo y Norte Grande- y el gobierno nacional deberían concretar entre otros ítems, la infraestructura para el desarrollo, la política cambiaria, los impuestos y tarifas y la demorada coparticipación federal. Al mismo tiempo, podrían unificarse acciones provinciales por región en futuro Consejo Económico y Social, un muy buen lugar si estuviera vinculado al Congreso de la Nación.
Federalismo y desarrollo socioeconómico se necesitan mutuamente. Por eso, hay que constituir la Región Metropolitana Buenos Aires, sumarla al proyecto deseado de Nación y sostener un sistema de gobernabilidad federal para un país integrado donde Dios “esté y atienda en todas partes”, no solo en Buenos Aires.