My lack of success is self-imposed
R. J Israel, Esq.
Para continuar mi indagación sobre lo que intuitivamente denomino deseo meritocrático vino Netflix en mi ayuda. Cuando empecé a ver Roman J. Israel, Esq. (D. Gilroy, 2017) me di cuenta de que ya la había visto, pero seguí hasta el final -no solo por mi falta de memoria. El carácter que compone el actor Denzel Washington es genial. Logra despertar pena, desprecio, admiración, vergüenza ajena, ganas de felicitarlo, todo a la vez.
Pero hay hilos sueltos que no cierran bien la historia, tampoco el final. Es más, en algún momento, el guion salta como un Wincofón y no explica por qué un experimentado e intachable abogado, cambia abruptamente en el lapso de tres semanas y actúa sin ética profesional. Lo que el guionista-director no explica -o yo no entendí- me da la oportunidad de desarrollar un poco más mi idea del deseo meritocrático.
El abogado Roman J. Israel agrega a su nombre el sufijo Esquire, que en inglés americano es uno de los sinónimos de abogado. En inglés-inglés remite al ayudante o aprendiz de caballero (knight) o al leal escudero (scutarius, en latín). Toda una definición de la vida profesional de Roman -su única vida. Roman protege y se protege. Defiende derechos civiles de modo brillante, pero como escudero del “caballero” William Jackson que se lleva todo el reconocimiento.
Spoiler alert: la falta de ética de Roman consiste en cobrar una recompensa que se ofrece por encontrar a un asesino utilizando información confidencial obtenida bajo el secreto profesional que rige la relación abogado-defendido. Estimado lector, tome nota: recompensa.
Roman es meticuloso, perfeccionista, hiper conocedor de la ley y de pocas habilidades sociales. Roman es muy ambicioso. Tiene la certeza de que el caso que viene construyendo desde hace años permitirá una reforma del sistema jurídico que reduciría muchas penas injustas. El apretado nudo psico-moral es que su convicción y persistencia está acompañada de actitudes acusatorias o inflexibles, a veces ofensivo, otras agresivo, a veces despectivo, otras malhumorado. Tome nota: perfeccionismo acusador.
Alguna de esos exabruptos conduce -indirectamente- a la muerte de su defendido. Terrible. Irónicamente trágico para un defensor de derechos civiles. Aquí es donde salta el guion y yo me cuelo con el deseo meritocrático.
Haber fallado una vez y de modo grande, motiva a Roman a tomar ventaja del secreto profesional, delata el escondite y cobra la recompensa que se ofrecía por el asesino. Roman, en la oscuridad -donde siempre estuvo- se hace de los cien mil dólares. ¿Se cobra algo del reconocimiento que la vida le debe?
Mi “teoría” es que el deseo meritocrático le dispara el tiro por la culata. Backfire, me gusta esta palabra. Al fallecer “Sir” W. Jackson, Roman se ve compelido a blandir él mismo la espada caballeresca. Y Roman no sabe manejar su deseo de reconocimiento, no reconoce su deseo de reconocimiento, no reconoce su deseo. Por eso, backfire. ¡Un psicólogo a la derecha!
El deseo le da forma al individuo o Hegel entra en Francia
Por recomendación del Lic. Ricardo Czikk (que no lo encontré a la derecha) visité al filósofo Alexandre Kojève (1902-1968). Lucky me, fue a través de Edgardo Castro, que entiende y explica muy bien a los franceses.
Kojève, lector de W. F. Hegel (1770-1831) se refiere al deseo ¡¡¡antropógeno!!!! Espere, no se vaya. Téngame paciencia. Esto influye mucho en la Buenos Aires psicoanalizada (by the way ¿existe todavía?).
El deseo antropógeno sería aquello que configura al hombre, lo que lo diferencia de otros hombres (de la manada) y del animal. El deseo es definido por Kojève como una combinación de una “tendencia natural” más un “cierto nivel de conciencia”. Lo propio y específico del hombre es decir “yo”, su mismidad, su ser autoconsciente. En cambio, el animal, no tiene conciencia de sí, sino “sensación de si”, que puede ser obnubilada por la posesión del objeto del deseo.
En el hombre hay algo más, no se funde con el objeto. Sigue deseando. No se cosifica. El deseo es la presencia de una ausencia, el deseo de un deseo. Lo que E. Castro señala como el mayor aporte filosófico de Kojève es la idea de que el deseo es deseo de reconocimiento. ¿Qué deseo yo? Deseo que el otro me desee, deseo que reconozca mi valor.
Traduzco yo: el reconocimiento es tan “generador”, tan “creador” que para Kojève una persona solo se convierte en persona en la medida que se le atribuye un valor, un reconocimiento. Pongo un ejemplo, que no se si Kojève utilizaría: un niño necesita de la mirada de sus padres para ser. Mirada, amor, reconocimiento de su singularidad, aceptación. Ahora, extendamos esto a lo largo de toda su vida. Kojève dice que el deseo se da en el tiempo. “El hombre se vuelve hombre queriendo ser reconocido o en la lucha por el reconocimiento”.
La última cuestión, por hoy, es si el deseo de reconocimiento es lo mismo que el deseo meritocrático. En una primera aproximación, yo diría que no, porque en el deseo meritocrático veo que, además de la valoración o reconocimiento, hay un deseo de ser reconocido como mejor que el otro y por tanto más meritorio. Pero leyendo a L. M de la Maza (2012), parece Hegel y Kojève me ganaron de mano. “Sostienen que el hombre que es incapaz de poner en peligro su vida para alcanzar fines no-inmediatamente-vitales, como es el puro prestigio, no es verdaderamente humano.”
Chan. Lluvia de chanes (Pettinato, 2007)
El deseo de Roman pudo más que Roman. El deseo de Roman lo atropelló y tomó un atajo, aniquilándolo. Seguiremos indagando hasta convertir esto un paper.
Fuentes:
Castro, E. (sin fecha). A. Kojève: el deseo en la posthistoria. Disponible en http://www.descartes.org.ar/etexts-castro.htm
De la Maza, L.M. (2012). La interpretación antropológica de la fenomenología del espíritu. Aportes y problemas. Disponible en http://dx.doi.org/10.4067/S0718-43602012000100007
Excelente desarrollo del tema a través de una original escritura.