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Nuestra universidad futura

Escrito por Oscar Cecchi
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Por siete años seguidos, la UBA ha quedado entre las primeras 100 universidades del mundo con algo a destacar: ocupa el lugar 66°, habiendo avanzado ocho lugares con respecto al año pasado y por su reputación académica, logra estar en el puesto 49°.

Asimismo, es necesario destacar que, entre las 27.000 universidades en el mundo, la consultora internacional QS Quacquarelli Symonds, que evalúa y selecciona 1.000 todos los años, encontramos 13 universidades argentinas, entre públicas, privadas y provinciales. 

En la calificación de las 500 más jóvenes, se encuentran en el número 36° la Universidad de Palermo y es la única en todo Sudamérica, lo que fue una grata sorpresa.

Pero, no debemos dejar pasar por alto los comentarios recibidos por los evaluadores, con respecto al poco impacto en las investigaciones aplicadas que está impidiendo que nuestras universidades argentinas sigan creciendo, siendo esto el resultado de décadas de falta de fondos para la investigación. El déficit de que el país no tenga carreras de Ciencias en el top 100, es producto de años de declive en la financiación de la investigación en la Argentina. Debemos agregar que casi el 100% de la inversión de la investigación es por parte del Estado, todo lo contrario de lo que sucede en los países desarrollados del mundo y, por ejemplo, en Chile, en donde el aporte a la investigación científica por parte del sector privado es del 80% como en la mayoría de los países desarrollados, esto debido a la estrecha relación con los sectores privados, principalmente industriales y exportadores.

Para que nuestro país sea más competitivo en Ciencias, se necesitaría más promoción en lo que se refiere a la actividad industrial, para alinearnos a los estándares internacionales, requerimiento imprescindible para la exportación.

Si nos preguntamos si queremos seguir creciendo seguro contestaríamos SI, queremos ser los mejores en educación, todos llevamos a Sarmiento en el corazón.

No debemos olvidar que la UBA es una universidad plural, gratuita, masiva y está dentro de la élite académica mundial y que a través de los años y por muchas generaciones dedicadas a su progreso no debemos defraudarla y debemos continuar con su mejora continua.

Debemos trabajar más con la industria en proyectos de investigación de alto impacto, no debemos dejar de lado el alto concepto federal de expansión que ha tenido la Universidad Tecnológica Nacional, estableciendo convenios de cooperación con las industrias regionales y principalmente en el desarrollo de los parques industriales, como así también lo vienen haciendo muchas universidades provinciales.

Si queremos seguir creciendo debemos ser conscientes que estamos en un cambio de era, en los cambios de era es fácil ver lo que ya no es, pero aún no sabemos que será. En el 2015 ya el Papa Francisco remarcó: no estamos viviendo una era de cambios sino un cambio de era, en las eras de cambios las transformaciones se aceleran, pero no modifican su lógica.

En el siglo XXI los cambios transcienden a las innovaciones tecnológicas y pasamos a la gestión del conocimiento de las cosas, inteligencia artificial, establecemos cambios en las comunicaciones (redes sociales) en la economía, en la geopolítica (China), en la filosofía (la posmodernidad) la verdad post científica en los objetivos colectivos y los nuevos objetivos de desarrollos sustentables de las naciones. 

En los cambios de era pensar que hemos llegado es riesgoso, porque crea falsas certezas, si nos quedamos en el pasado no dejamos que llegue el futuro, debemos mirar el presente desde la lógica del siglo 21 y no desde el pensamiento del siglo 20.

Nuestro gran desafío es preguntarnos ¿Qué Universidad queremos?

Ya dijimos ser los mejores, pero esto no basta, es fundamental que nosotros, los profesores, nos preguntemos como enseñar en el mundo que viene, digital, móvil e incierto, el futuro pide espacio de formación que vayan más allá de las cuatro paredes del aula y fundamentalmente dialoguen con el universo del trabajo y construyan saber interdisciplinarios. 

Que las universidades sean una institución milenaria, quizás la más antigua del occidente después del Vaticano, significa que ha sabido adaptarse a los cambios. Las que se impongan en el futuro serán aquellas que puedan promover a sus alumnos a una formación que combine el conocimiento rígido y especifico de cada disciplina, y a través de la habilidad les permita llevar a la práctica los conocimientos y adaptarse a los cambios permanentes del mercado laboral.

Yo pienso, que nosotros los profesores debemos formar un capital humano más relacionado con las ciencias aplicadas y exactas, que no digo que no lo estamos haciendo, sino que lo debemos profundizar porque son las que sientan las bases para el desarrollo. Las currículas deben alinearse con las necesidades puntuales del mercado de trabajo, pienso que nuestras universidades deben ampliar sus pasos comunicacionales con el resto de la sociedad Y obtener una mayor integración con el mercado laboral. La formación de capital humano no corresponde exclusivamente a las aulas, sino también debe ser adquirida en el entrenamiento laboral.

Nosotros, los profesores, tenemos mucho que aprender de nuestros alumnos, porque es el fin del sermón, en que los estudiantes van a clases a escuchar conferencias. Vamos hacia menos lección tradicional y más aprendizaje autónomo, apoyado en soportes interactivos, nosotros dejaremos de ser transmisores de información, la información al instante está en un clic.

Pensemos que el aula se creó sobre el modelo de un templo y ya no va más. Muchos dirán que los profesores desapareceremos, pero pienso todo lo contrario, porque seremos los enriquecedores, alentadores y socios emocionales de nuestros equipos de alumnos. Ningún robot puede reemplazar el vínculo humano, es decir nosotros los profesores.

El profesor es el que siempre se preocupa del aprovechamiento y progreso de sus alumnos, es el que sabe colocarse a su lado y corregir los trabajos de investigación y estudio. Es el que ayudará a sus alumnos para el trabajo futuro y los estimulará en la solución de sus dificultades, esta última unión en el trabajo es de dónde surgirá una amistad y el profesor con una palabra acertada y a tiempo, sumado al ejemplo de una vida intachable no solo en la cátedra, sino en su vida personal profesional y en todo ámbito de su actuación ayudará a sus alumnos a seguir su senda.

Para ser maestro, es necesario, pero no suficiente, las ciencias, que brote de una personalidad alegre y empática, que estimule a sus alumnos y que estos se transformen en discípulos, que nos superarán. Para nosotros, esa será la mayor alegría. Más que la tecnología, lo que importa es que el saber sea para todos, la educación es la vía para reducir la distancia entre los que entran a la cultura y la mayoría que parece condenada a quedar fuera del conocimiento.

La formación excesivamente profesional es la que quedará obsoleta, debemos apostar a personas que piensen con audacia intelectual, frente a un mañana que se avecina colmado de desafíos, debemos fomentar los conocimientos frente a un mundo digno.

Nuestra universidad actual es autónoma en cuerpo y alma, pero en muchos casos distante de escuchar consejos de distintos sectores. Es necesario que replanteemos su rol social y económico porque terminado el secundario parecería que no hay otras opciones, sino solo ingresar en una de las 132 universidades con las que cuenta el país. Por más que esto ha ido mejorando, se obvia el sector terciario como si fuera una desgracia, algo sin prestigio social y la razón es que fue abandonado por el Estado. No existen políticas serias que la vinculen con la Universidad, por lo que es pensado como una opción inferior en una época de formación continua.

Es un error pensar que el secundario es superior al primario por el hecho de sucederlo en el tiempo. Hay más de 2.000 institutos terciarios a los que hay que jerarquizar y acercar al sector productivo del país, con una lógica estratégica usándolos como un paso a los que luego quieren incorporarse a sus estudios universitarios. La educación requiere un proceso continuo sin barreras y permanente,

Por lo tanto, cabe preguntarnos: ¿Están nuestras universidades creciendo y produciendo capital humano alineado con una economía moderna? 

Pensemos en Israel, Japón, Australia etc. El conocimiento debe multiplicarse y no ser sectario, nuestras universidades deben incrementar el diálogo con el mercado sin pensar que si lo hace se entrega a la lógica de un capitalismo desalmado, de otra forma corremos el peligro de seguir dentro del individualismo sin integrarnos al desarrollo continuo.

Puede pasar desapercibido pero las universidades cada vez más comenzaron a ofrecer cursos cortos con contenidos focalizados, formados por un conjunto de plataformas accesibles desde cualquier lugar, posibilitando que millones de alumnos en el mundo estén tomando clases enmarcadas en cursos masivos y gratuitos, esto posibilita estudiar conocimientos que antes eran imposibles de acceder, ya sea por restricciones económicas o geográficas. 

Si, debemos pensar que los títulos perderán cierto valor y predominará la capacidad de aprender a aprender, aprender a pensar, combinar ideas para el futuro entre profesores, investigadores y discípulos para formar un tejido de destreza. La formación excesivamente profesional es la que quedará obsoleta probablemente. Nada de esto tendrá valor si no sabemos formar conocimientos científicos con la búsqueda de la verdad, justicia social y personalidad forjada en la globalización y el dialogo intercultural.

Esto nos demandará a quienes enseñamos, otorgar una adecuada dimensión política cultural de la religiosidad, que ha desaparecido de la agenda cotidiana en casi todas las esferas. También en la educativa, siendo cuidadosos debemos abordar el concepto de sana laicidad, como la necesaria distancia de vinculación con lo religioso en el marco de la autonomía académica, pero ésta temática resulta necesaria en la época de globalización para atender los desafíos y problemas de los pueblos en el marco de un mundo globalizado donde, embajadores, hombres de negocios y diplomáticos deben actuar en países donde la mayoría tienen creencias religiosas, y tal vez tengan que negociar acuerdos o acercar posiciones en conflictos que tienen un componente religioso.

Hay que entender y explicar las dinámicas de las relaciones internas y conocer las políticas locales, es imprescindible además de saber trabajar en la época de la inteligencia artificial, contar con conocimiento que llevan a la diversidad cultural, de relacionarse con personas diferentes y adaptarse a contextos distintos en este mundo globalizado.

El alfabetismo cultural de distintos pueblos, es un obstáculo para ésta flexibilidad. Las características culturales deben ser analizadas cuidadosamente por nuestras Universidades, como cualquier otra materia que sea una disciplina académica.

Los que piensan que la universidad está perdiendo importancia, la respuesta es más que nunca son imprescindibles junto a sus profesores e investigadores

Sobre el autor

Oscar Cecchi

Ingeniero, Magister en Ciencias del Estado. Creador de la cátedra Calidad de vida laboral y productividad (UTN). Empresario y socio de ACDE.

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