Agenda para el crecimiento

Reforma impositiva del Flat Tax

Escrito por Antonio Margariti
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El cambio en la estructura tributaria impulsada por el régimen de Putin provocó la recuperación económica rusa.

En 2004 Rusia estaba en colapso, igual que Argentina con el gobierno del matrimonio Kirchner y la desafortunada gestión de Mauricio Macri. Por intervención de Michel Camdessus (FMI), fue convocado Domingo Felipe Cavallo para asesorar a Boris Yeltsin sobre las ventajas de la convertibilidad como regla monetaria para salir de la inflación rusa. Pero Vladimir Putin, un joven diputado de la Duma, comprendió que después del caos provocado por el comunismo, debía declararse el default, reestructurar la deuda y, sobre todo, producir una reforma impositiva: clara, sencilla y con tasas soportables del 13 %. Entonces, con la reforma impositiva y el alto precio del gas (como ocurrió con nuestra soja) Rusia recuperó su esplendor y poderío militar en poco tiempo.

  1. Estonia y Mart Laar 1995-2006.

Mart Laar

Estonia, es un pequeño país báltico que limita al sur con Letonia, al norte con Finlandia, al este con Rusia y al oeste con el mar Báltico. Su origen racial y lingüístico es el finlandés y por eso sus relaciones con Finlandia son similares a las de España con Portugal. 

Para tener una salida al mar, el Zar de Rusia Pedro el Grande se apoderó en 1709 de Estonia, que pasó a formar parte del imperio ruso hasta la primera guerra mundial. Sin embargo, su cultura siguió siendo germana y la llegada al poder de los bolchevique nunca fue reconocida por los estonios.

El Ejército Rojo ocupó el país, pero en 1919 fueron expulsados por las tropas alemanas. Al año siguiente la Unión Soviética, por el tratado de Tartu, reconoció la derrota militar y la independencia de Estonia.  Pero, 20 años más tarde y como consecuencia del pacto secreto soviético-alemán de 1939, Estonia se convirtió en República Socialista incorporada a la Unión Soviética, adoptando el sistema socialista (marxista-leninista).

El dominio soviético fue un brutal fracaso: eliminaron el sistema de mercado, impusieron el idioma ruso e integraron el gobierno con funcionarios nombrados por Moscú. En 50 años de socialismo comunista (1939–1989) el crecimiento fue nulo. 

Cuando se produjo la Perestroika de Mijail Gorbachov los estonios la aprovecharon organizando una heroica resistencia civil y en agosto de 1989 más de dos millones de personas formaron una cadena humana de 560 km. exigiendo independencia. Al caer el muro de Berlín, Moscú perdió el control y Estonia volvió a ser un país libre. Lo primero que hicieron fue recuperar el idioma estonio, y reemplazar el paño rojo con la hoz y el martillo por la bandera tradicional con franjas azul, negra y blanca.

Después de medio de siglo de socialismo, el estado de la economía se veía desastroso. Las viviendas colectivas eran mínimas y precarias. Las industrias estatales contaminaban el medio ambiente con toda clase de desechos. Los edificios públicos eran adefesios diseñados según el estilo soviético. El paisaje urbano, gris y monótono, se encontraba saturado de espías. El 95 % de la actividad económica estaba dirigida por el Estado. Los estonios vivían abrumados por impuestos. La inflación anual llegó a alcanzar 1.000 % y el producto bruto se contraía a una tasa del 30 %. El desempleo superaba 28%. La situación era insostenible y había que hacer algo. 

En 1994 llegó al poder Mart Laar, arquitecto de la espectacular transformación de Estonia en una de las economías más libres y dinámicas del mundo. Pese a la obstinada resistencia de la clase política y contra las indicaciones de los economistas que vivían del Estado, produjo un cambio total del sistema impositivo.

Los resultados fueron sorprendentes e inmediatos y perduran hasta ahora. En diez años (1995-2006) el PIB creció al 7,4 % anual acumulativo, con una inflación menor al 2,5 % por año. La inversión privada tuvo una espiral ascendente y los desocupados encontraron trabajo bien remunerado. Comenzaron a exportar maquinaria de precisión, instrumentos electrónicos, vajilla decorativa, madera y textiles.

Hace quince años Estonia era un país devastado y pobre, hoy supera 2,4 veces la renta por habitante de Argentina. Sus habitantes viven sin conflictos, en un clima de paz social, orden y respeto a la ley. Junto con los países bálticos constituyen la perla del turismo de alto nivel. Estonia sorprende al visitante con su arquitectura contemporánea, cómodos hoteles, modernas galerías de arte, multitud de torres y veletas, castillos e iglesias, confortables casas medievales con rojos tejados y muros de piedra bordeadas por centenares de lagos.  

El contundente ejemplo de Estonia fue imitado por Lituania, Letonia, Ucrania, Serbia, Eslovaquia, Georgia y Rumania. La reforma de Mart Laar consistió en eliminar innumerables impuestos heredados del régimen socialista reduciéndolos a sólo dos: flat-tax a personas físicas y flat-tax a los negocios. El nuevo sistema impositivo fomentó el ahorro privado, la inversión de capital en las empresas, la creación de nuevos empleos, la promoción del mercado interno y la prodigalidad en el pago de sueldos y salarios. Las empresas se capitalizaron y aumentaron la producción, generando recursos que permitieron mayores ventas, incrementaron el poder adquisitivo de los consumidores, restauraron las ciudades y los pueblos, que hoy parecen increíbles postales navideñas, pagaron salarios elevados y consiguieron ingresos tributarios estables.

  1. Rusia y Vladimir Putin 1999-2003

En los mismos años en que Estonia producía este auténtico milagro económico, Rusia conducida por Boris Yeltsin vivía una severa crisis política y económica.  Al suspender el FMI la entrega de préstamos acordados, la situación se agravó tanto que uno de los asesores de Yeltsin llegó a sugerirle su dimisión. 

Para completar el negro panorama, el Parlamento con mayoría comunista, solicitó que el primer ministro designado, Viktor Chernomyrdin, retire su candidatura, con lo cual la oposición se acercó a una confrontación definitiva contra el presidente Yeltsin. La situación era tan precaria como en 1991 cuando Rusia se liberó del modelo marxista socialista.    El entonces subdirector del FMI, Stanley Fischer, anunció que el organismo postergaría hasta octubre de 1998 la entrega de préstamos aprobados: «los rusos tienen mucho que hacer antes de que se les pueda volver a entregar dinero», sentenció Fischer. 

Pero la situación era tan acuciante que en julio de 1998 el FMI dispuso un crédito de US$ 22.600 millones para auxiliar a la tambaleante economía rusa y anticipó una entrega de US$ 4.300 millones para pagar sueldos y jubilaciones. «A esta altura, no hay gobierno en Rusia y por lo tanto es muy difícil determinar una política sensata en ese país», dijo Stanley Fischer CEO del FMI. 

La crisis era tan grave que el gobierno ruso resolvió contratar a un asesor económico de prestigio internacional para aconsejar una especie de plan Marshall o programa de salvamento. Por sugerencia de Michel Camdessus, el técnico en cuestión fue el ex-ministro argentino Domingo Felipe Cavallo, convertido en asesor del Kremlin entre 1998/1999, para frenar la debacle financiera que sacudía al país. 

La Duma (Cámara baja) aprobó la presencia de Cavallo y requirió terminar de una vez por todas con una crisis que devoraba al país al ritmo de ráfagas inflacionarias y que en dos meses dispararon el índice de precios de un 0,2% al 15% mensual con proyecciones superiores al 40 %. Como el rublo parecía de hielo y los obreros se sublevaban, el plan debía producir un shock de confianza y revivir una moneda que perdía valor diariamente. 

 En un discurso público, el primer ministro Chernomyrdin puso mucho énfasis en la experiencia argentina y presentó como muy positivo el apoyo de Domingo Cavallo, con lo cual se interpretó que el programa ruso era igual a la convertibilidad con tipo de cambio fijo, como la que se había implantado en Argentina.  Pero no fue así y la situación siguió desmejorando. 

A fines de 1999 Boris Yeltsin tuvo que renunciar siendo elegido presidente interino Vladimir Putin quien ganó ampliamente las elecciones al año siguiente. Al principio de su gestión las cosas seguían mal. Muchos políticos, que añoraban el pasado soviético, propusieron un regreso a la economía dirigida por el Estado, pero Putin se opuso a esa salida advirtiendo que no volvería a restaurar el modelo socialista porque había fracasado. 

 Finalmente, y sin mérito de su parte, la economía rusa se encontró, en el año 2000, con el final del calvario por la explosiva alza del precio del gas y del petróleo. Pudieron recuperar paulatinamente sus exportaciones gracias al financiamiento de varios gasoductos y oleoductos que suministraron combustible a la Unión Europea, pletórica de dinero gracias al Euro. Para los rusos, el gas y el petróleo fueron como la soja para los argentinos. Empero, pese a todo persistía una enorme huida de capitales.         

 Viendo el incontrastable ejemplo de Estonia y los países bálticos, en el año 2003 Vladimir Putin decidió restaurar la economía rusa en franca decadencia, con ciudades desquiciadas, el sistema ferroviario desmantelado, fuerzas armadas con armamento obsoleto, capitales fugándose al extranjero, deficiente sistema de comercialización, inflación incontenible y un anticuado parque industrial.  Impuso autoridad y orden, declaró el default y propuso un cambio copernicano para estimular la iniciativa privada sofocada por el régimen socialista: el sistema impositivo del Flat-Tax con dos impuestos y una única alícuota del 13 % para evitar elusión fiscal por arbitraje.

Ver el Anexo de este artículo haciendo clic acá.

Este artículo continúa en El flat-tax en Rusia (2004-2015).

Sobre el autor

Antonio Margariti

Economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente” (Fundación Libertad de Rosario). Falleció en noviembre de 2020. ✞

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1 comentario

  • es algo que habría que estudiar. El problema de la Argentina no es que falten opciones sino que está todo trastocado. Sin confianza no hay forma que un país funcione. Y eso es lo que nos está pasando. O sea el problema no es tener un plan, sino que tenga credibilidad. Con la actual conducción política eso no es viable.