A lo largo de sus casi 70 años de vida institucional, los mensajes de ACDE mantienen su vigencia a lo largo del tiempo. Un caso demostrativo es el Editorial de la edición nº 191 de la Revista Empresa titulado: “Capitalismo, ¿mala palabra?” que define el posicionamiento de ACDE en 2008, cuando la crisis financiera internacional generó una ola de reacciones en contra de la economía de mercado.
Reproducimos a continuación una síntesis de aquel texto que, trece años después, mantiene intacta su vigencia.
Nuevamente se escuchan voces que ponen en tela de juicio al mercado como método de atribución de riqueza, porque la crisis sistémica de 2008 trajo el recuerdo de lo ocurrido en 1930, cuando una ola de desocupación, hambre y desesperación se propagó por el mundo y desembocó en la guerra más terrible sufrida por el hombre.
¿Es el sistema capitalista o de libre mercado el que ha fallado y producido estos males? ¿Debe reemplazárselo para encontrar más justicia en la distribución de la riqueza? O más bien ¿debe perfeccionárselo reconociendo la finitud humana que naturalmente nos limita?
El capitalismo es un sistema social y económico que nace del avance de la ciencia y de la técnica aplicada a la producción de bienes y servicios en un marco de libertad. Si bien ha generado una enorme prosperidad económica, no está libre de crisis cíclicas en diferentes mercados que, en un mundo globalizado, repercuten en todos los rincones del planeta.
Esto ocurre -justamente- porque el mercado es un sistema donde cada individuo elige y hace sus planes según sus deseos, sus intereses y sus ambiciones.
Pero el hombre es naturaleza caída por lo que, usando su libertad, reincide en hábitos muchas veces perniciosos. La avaricia, el consumismo, el deseo de aumentar sin medida la ganancia, suelen ser moneda corriente en el mundo capitalista, aunque no son de su esencia.
Estas actitudes son las que generan las crisis que endilgamos al sistema. Los mercados de cualquier bien o servicio, cuando la demanda supera a la oferta y produce grandes diferencias, atraen la especulación y el deseo de ganancias, lo que –a su vez- lleva a las famosas “burbujas” y a sus recurrentes explosiones cuando por alguna razón bajan los precios.
En síntesis, los defectos naturales en el hombre ¿deben hacernos abandonar un sistema basado en la libertad? ¿Es necesario desconfiar de la libertad e imponer un sistema que la coarte para, de esa manera, evitar la crisis?
La respuesta nos la da la Centesimus annus cuando dice que:
“…donde el interés individual es suprimido violentamente, queda substituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad.
Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan que pueden usar todos los medios, incluso la violencia y la mentira para realizarla”.
Lamentablemente, la realidad que describió Juan Pablo II en el párrafo precedente es lo que ocurre en la Argentina, donde el Gobierno pretende imponer un sistema autoritario con la excusa de la redistribución de la riqueza.
La realidad nos muestra que así, lo que se está logrando es aumentar la pobreza y la exclusión, mientras se ahuyenta a los auténticos inversores de riesgo y a los emprendedores.
Es así que una actitud coherente con su forma de pensar -desde el oficialismo- en lugar de preocuparse por la crisis con acciones preventivas y correctivas, se predica la caída del capitalismo y se pretende convencernos que, como dice la Encíclica, nuestros gobernantes poseen el secreto de realizar una sociedad justa coartando la libertad y dañando el derecho de propiedad.
Esa experiencia ha fracasado aquí y en el mundo porque pretendía imponer un mesianismo político que cayó al no poder superar sus propias contradicciones.
Frente a la crisis, debemos afirmar aún más la libertad, que –en un Estado moderno- no se contradice con una supervisión prudencial y regulaciones más creativas y apropiadas.
La Encíclica defiende con firmeza la economía libre de mercado, alerta contra el peligro del consumismo y nos brinda una guía de comportamiento individual que, cuando es ignorada tiene incidencia en la economía nacional y mundial:
“…no es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor cuando está orientado a tener, y no a ser, y que quiere tener más, no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo.”
En nuestro país ese deseo consumista está a la vista y se traduce en empresas pobres con empresarios ricos. No obstante, con su carga de errores y desvíos, el capitalismo no sólo no debe ser una mala palabra, sino el modelo económico del que no debemos apartarnos. Por eso, Juan Pablo II se pregunta en la Encíclica referida:
“¿Es quizás este modelo (el capitalismo) el que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo? Si por “capitalismo” se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva”.
Muy apropiado recordar este editorial de 2008. No solo porque nada a cambiado y es perfectamente aplicable a nuestra triste realidad actual, sino tambien porque el 1 de mayo se cumplieron 30 años de la CA.
Muchas gracias Gonzalo!!!
Muy oportuno. Gracias!