Gerardo della Paolera es el actual Director Ejecutivo de la Fundación Bunge y Born, pero su recorrido por la academia es extenso y muy rico. Su formación como economista se inició en la UCA y se completó con su doctorado en la Universidad de Chicago. Muy joven fue el motor y primer rector de la Universidad Torcuato Di Tella en la que estuvo en su primera década de vida, para continuar su recorrido en la American University de París e incluso en la India. Forma parte de la escuela de historia económica que por muchos años sembró Roberto Cortés Conde, quien justamente fue el coordinador junto a Laura D’Amato, Javier Ortiz Batalla y el propio Gerardo Della Paolera, del libro: La economía de Perón, una historia económica (1946-1955), Edhasa, Buenos Aires, 2020.
¿Por qué eligieron el tema del libro?
Nos pareció que partir de 1944 es cuando la Argentina se desvía definitivamente del proceso de crecimiento económico, y estabilidad monetaria y fiscal que rigió en nuestro país desde 1892, al menos. Además, también fue cuando se produjeron reformas vitales en el régimen monetario comercio exterior tratando de imitar con lo que pasaba en el primer año de posguerra en Europa. Sin embargo, nunca se desvío de ese modelo intervencionista y dejó básicamente un legado de distorsión de precios relativos en pos de una pretendida d del y con consecuencias no queridas que están a la vista luego de 75 años.
¿Qué elementos rescatás como insumo para el presente?
El único momento en el que creo que se pudo tratar de desarmar esa madeja con un sesgo anti exportador e integración, fue entre 1990 y 2002 y luego paulatinamente se volvió a un sistema socioeconómico corporativista trabado y mucho más pobre que en aquel momento. No hubo ninguna capacidad de realizar reformas estructurales que cambien en 180 grados esta dirección por lo que se profundiza una erosión de la clase media que es preocupante.
Un desvío que, sin embargo, marcó a fuego la política y el orden económico posterior por mucho tiempo…
Argentina se desvía de la tendencia mundial a partir de 1944-45. El proceso inflacionario crónico empieza en 1946, con algunos éxitos aislados de Perón para bajarla a un dígito. Pero sus políticas ya influían mucho (sobre todo en el Banco Central y en la distorsión de precios relativos) y deja como herencia el impuesto inflacionario como recurso fiscal. La dominancia fiscal, a partir de allí se transforma en algo crónico.
¿El problema del sesgo de dicha política fue la dirección o el financiamiento?
El aumento del gasto público fue financiado, inicialmente con el incipiente mercado de ahorro interno que se canalizaba a través de las cédulas hipotecarias argentinas. Pero eso no alcanzó. Entre 1915 y 1929 la moneda más fuerte del mundo eran el peso argentino, incluso luego de la devaluación de 1933 en los Estados Unidos, el peso aguanta el temporal. Pero el déficit crónico y la inflación inicial promediando la década de 1940 se con imposibilidad de financiarlo.
¿Allí cambia el curso de la política antiinflacionaria?
De la represión inflacionaria de Perón y luego de la gran inflación “correctiva” de 1959, donde se sinceraron realinearon los precios relativos, apareció el fenómeno de la indexación, particularmente con las paritarias sindicales que seguían teniendo fuerza pero que debían renegociar su poder adquisitivo con frecuencia. Del proceso inflacionario pasamos al régimen inflacionario, o sea con instituciones que normalizan lo anormal.
¿Es la hora de lanzar planes de ajuste y estabilización?
Cada tanto se intentan aplicar distintos planes, pero siempre fracasan. Porque Argentina se fue transformando en un sistema más corporativista. Y todo para lograr recursos en algo que no cierra de ninguna manera. Esto quedó evidenciado en la gran crisis global de 1973/74 y se termina de sepultar el statu quo de Bretton Woods, en medio de un shock petrolero. Y allí empieza la plétora financiera mundial.
¿Y cómo impactó en nuestra economía?
Argentina lo usa para financiarse en lugar de reformar su economía o su insostenible sistema fiscal. Para nosotros, de 1974 a 1990 fue una larga década perdida (mucho más que en el resto del mundo). Allí, por una mezcla de capitales financieros y emisión monetaria se produce el efecto que los economistas llamamos fly to quality para atesorar en otra moneda, en dólares. La base monetaria cae como porcentaje del PBI, por lo que cada vez el Banco Central tiene que emitir más para financiar lo mismo o la misma emisión produce cada vez más inflación. (subestimación de la demanda de dinero).
Hay éxitos efímeros en estos intentos de estabilización, como ocurrió con el plan Austral, aparece el déficit cuasi fiscal para mitigar esto y desembocamos en las híper de 1989 y de 1990-91. Tanto desquicio desemboca, sin embargo, en la oportunidad de hacer un gran plan para poder cambiar y surge la convertibilidad.
¿Allí hay un punto de inflexión?
El Estado dejó de producir y perder, entregar subsidios, etc. El plan no era sólo el mentado 1 a 1, sino que sobre todo fue un plan de reforma (incompleta) del Estado, de cambio del sistema previsional, desregulación y apertura parcial de la economía, con éxito hasta 1998/99. Y a partir de allí, nuevamente una encrucijada política. En el medio, Argentina atravesó muchos shocks externos (crisis financieras de México, Rusia, Sudeste de Asia) y el golpe final de la devaluación en Brasil. En 1999 gana la Alianza con poca fuerza política para enfrentar los ajustes que requería el sistema para seguir con vida.
Pero, en términos actuales, no fue un sistema sostenible…
Un plan como la convertibilidad exige a cada uno ser muy bueno en mantener la productividad. La clase política vio en ese corsé algo muy fuerte. Al primer intento de terminar con ese régimen, el factor político hizo lo suyo. En 2001 hubo errores y mucha mala suerte. Chacho se va y lo deja solo a De la Rúa; cuando se encamina a un acuerdo con Estados Unidos para apoyar la convertibilidad, vienen los atentados a las Torres Gemelas. Todo junto es un shock tremendo para Argentina, un diálogo que se corta y el Gobierno pierde la elección legislativa. Sobreviene el corralito, la caída del Gobierno y llegamos a una híper recesión (2002) y con el peso perdiendo buena parte de su valor.
En un sistema populista, Perón inventó todo»
Una nueva era…
En definitiva, fue una buena noticia para Néstor Kirchner que entra con un tipo de cambio alto, pero esto duró sólo dos años. Luego vienen 10 años con un big-bang del gasto público, como dice Juan Luis Bour: aumento de 20 puntos en el gasto público sin instrumentos de largo plazo para financiarlo. Y entonces entramos de nuevo en una situación inflacionaria que no se puede frenar.
Llegamos al turno de Macri en el Gobierno
Hay un sinceramiento con tasas altas de inflación mientras el mundo tiene 0% y América latina entre 2 y 5%. O sea, 10 veces más que Argentina que vuelve a un régimen inflacionario. El plan con el FMI es de contracción monetaria, pero con bajísima credibilidad. Llega el Frente de Todos y para tratar de financiar esa brecha fiscal y de redistribución de ingresos, el Gobierno recurre a absorber donde haya recursos. Ahora tenemos congelamientos y precios máximos. Hubo cuarentena y una rareza monetaria (mayor demanda de liquidez) que podrá cambiar en cualquier momento.
¿Nuevamente tropezamos con la misma piedra?
Todo este sistema tiene un costo en la economía formidable: volatilidad fiscal y caída de la productividad con impacto en la productividad de la economía. Por eso, si se asfixia al sector privado, no se generan empleos (porque hay menos inversión), hay más pobreza y más asistencialismo, como única respuesta.
¿Es un callejón sin salida?
El sinceramiento tendrá un costo brutal para la economía argentina. Pero en la medida que el Ministerio de Acción Social sea más grande, el fracaso se vuelve evidente. Si el Estado chupa sangre siempre del sector privado, cada vez habrá más pobreza en una vuelta terrible. Estanflación actual es brutal y no se puede salir sin un giro de 180 grados. Pero el problema es que el ADN argentino no es capitalista: una reciente encueta de Poliarquía arroja que el 70% no simpatiza con lo que denominamos economía de mercado. Antes decíamos que Argentina se había caído del mundo. Creo que ahora nos estamos cayendo de América latina. Esa combinación fatal de explosión del gasto público imposible de financiar con más inflación y más pobreza estructural, explica mucho de esta tragedia.
¿Hay razones para ser optimista?
Hay un núcleo de una democracia razonablemente estable y moderna en el centro del país (Córdoba, Mendoza, Santa Fe) y una reserva en la Pampa Gringa con mentalidad progresista que le pone un freno a este modelo seudo socialista y corporativo.
El segundo punto es un enfoque de un historiador económico sobre ciclos de largo plazo que alguna vez eventualmente daremos con dos gobiernos sucesivos que se den cuenta de este ciclo de implosión y decadencia y que se observe que el progreso lo hacen las personas, la educación y al ahorro privado. Mientras se esté combatiendo al ahorro y los argentinos que progresen, no será posible.
¿Un orgullo? Ver cómo esa ciudadanía anónima trabaja silenciosamente creyendo en la meritocracia a pesar de las señales negativas que emite la clase dirigente.
¿Una utopía? Reducir la pobreza a su mínima expresión a través de la educación y que la educación sea una prioridad real para todos los ciudadanos.
¿Un sueño posible? Que nos ganemos la tómbola de tener buenos dirigentes.
Es un crimen que un país no utilice su moneda preferida».
Foto de portada: WikiCommons Banfield.