Editorial

Los que hacen la historia

Escrito por Daniel Díaz
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En aquella época, apareció un decreto del emperador Augusto,

ordenando que se realizara un censo en todo el mundo” (Lc 2,1)

Cuando el evangelio de Lucas habla del nacimiento del Hijo de Dios encarnado comienza por situar el relato en el tiempo de los hombres. El autor sagrado nos refiere a los que gobernaban los destinos de la sociedad en medio oriente. Desde lejos el emperador romano Augusto imponía su voluntad de censar a quienes le estaban sometidos. En la cercanía, en la provincia de Siria, el gobernador Quirino se hacia la mano ejecutora de esa decisión. Esos dos hombres señalaban hacia donde debían caminar los demás, seguramente creyendo ser quienes estaban definiendo el curso de la vida de todos.

Nazaret y Belén no eran una parte significativa en esa historia. Eran pueblos demasiado pequeños que no pesaban en las consideraciones políticas, sociales o económicas de los poderosos. Tampoco María y José tenían lugar en ella. Eran personas comunes, desconocidas para casi todos y a quienes incluso los más cercanos no consideraban relevantes para el andar del mundo. Una lejana referencia al origen familiar famoso en David y una promesa difícil de comprender para el pueblo judío no bastaban para darles una mínima importancia. Ni siquiera ellos mismos sabían que Dios les había guardado un lugar determinante para lo que vendría.

El Misterio del nacimiento del Niño Dios seguramente no llegó a oídos de Augusto o de Quirino. Y fue casi por casualidad que se enteró Herodes, cuando los magos venidos de Oriente le preguntaron por aquel hacia quien los había guiado una estrella. Este reyezuelo vasallo del Imperio estaba decidido a suprimir toda realidad opuesta a sus ambiciones y las de sus superiores aunque costase la vida de muchos niños inocentes. Sin embargo no pudo detener la novedad que correría el eje de lo verdaderamente trascendente fuera del alcance de los poderosos de la tierra, para ponerlo a la mano de los más pequeños y humildes, incluso de los marginados y excluidos.

En general, Dios Todopoderoso parece no tomar muy en cuenta en sus planes lo que piensan aquellos que se arrogan el derecho de determinar la vida de los demás y ni siquiera se detiene a discutir con quienes con soberbia pretenden ocupar su lugar. Él aborda nuestra realidad para salvarla y la lleva hacia su destino desde protagonistas insospechados, aquellos que le entregan su corazón y ajustan sus vidas a su voluntad. Y aunque humanamente la diferencia de poder entre sus pequeños y pobres líderes y la de los emperadores y gobernantes de todo tiempo parece casi ridícula, es justamente esa distancia entre las posibilidades de unos y de otros la que deja más en evidencia que es el Señor quien está obrando.

Nuestra asociación no es numerosísima en la cantidad de socios. Tampoco cuenta con una estructura demasiado grande ni con fondos exorbitantes para desarrollar su acción. Pero sería un error ver esto como una limitación. No radica allí nuestra fuerza ni nuestra capacidad de incidir en el devenir de nuestra querida Argentina, a través de su empresariado y de su relación con todo el entretejido social. Por el contrario, tomar conciencia puede servirnos para sentirnos más cerca de María y José, que aún empujados a caminar a Belén y obligados a dar a luz en un pesebre, por su sí a Dios se hacen el cauce de la Buena Noticia.

Como aquellos a quienes se confió custodiar al Niño Dios, nuestra tarea es recibir lo mejor posible al Señor que se encarna en medio de los hombres. Él lo hace siendo pequeño y débil, necesitado de cuidado y atención. Dar a luz, envolver en pañales y recostar en el pesebre, son las tareas que en todo tiempo dan acogida en el mundo a Aquel para quien en muchas ocasiones sigue sin haber espacio en el albergue. Estas acciones son imprescindibles y pueden poner un norte a nuestra tarea cotidiana.

Hoy Jesús nace en todos y cada uno de los valores cristianos que compartimos en ACDE y que intentamos cada día plasmar en nuestras empresas y en todo nuestro entorno. La verdadera historia, sigue construyéndose a través de nuestra fidelidad y entrega a lo que Dios nos propone. Muchas veces sentimos en carne propia el rechazo, la frustración, la desventaja frente a las fuerzas que se oponen a esos nacimientos. En muchos casos lo bueno parece demasiado incipiente y demasiado acotado en sus reales posibilidades de difusión y crecimiento. Hay que dejar de lado esa mirada que no es más que una tentación, la de creer que somos nosotros en vez de Dios los que daremos éxito a la acción evangelizadora. Para Él todo es posible.

En este tiempo de Navidad el Señor nos renueva su llamado a ser líderes que sostienen firmemente la propuesta del Reino de Dios, comprometiendo todas sus fuerzas y capacidades en ello. Este liderazgo no nace en nuestro propio poder de imponer lo que creemos sino en nuestra docilidad a Dios y nuestra entrega a la misión que nos confía. Nuestro ánimo para hacerlo lo encontraremos en la certeza de saber que es el Señor quien con su poder dará tarde o temprano fruto a nuestras obras.

Entre las discordias y peleas sociales seguimos invitando a la mejor posibilidad del encuentro y el diálogo. Frente a las posiciones irreductibles rompemos barreras para generar espacios donde el conocimiento mutuo da a luz los diálogos posibles. Promovemos la fraternidad y la solidaridad que se plasman en el cuidado de los más desprotegidos y la justicia que reclama el respeto a la dignidad de todos como algo precioso que debe ser custodiado en toda ocasión. Y al mismo tiempo sostenemos la necesidad de no pisotear la libertad del hombre ni de sus empresas honestas porque son el único camino válido y respetuoso en la búsqueda del bien común y de una sustentabilidad en la que no se destruye la creación que nos fue confiada.

La Historia la hace Dios. Y junto a Él, tratamos de estar quienes reconocemos su obra en todo lo bueno que nace y nos dedicamos a protegerlo, hacerlo crecer, anunciarlo y proponerlo a los demás. Felicitaciones y gracias a quienes en este año se han arrodillado junto al pesebre de tantas iniciativas, pequeñas o grandes, famosas o desconocidas, siempre valiosas, porque en ellas hicieron Historia. Dios sabrá hacerlas dar mucho fruto a su tiempo.

Sobre el autor

Daniel Díaz

Sacerdote de la diócesis de San Isidro. Asesor doctrinal de ACDE.

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