La soledad se ha convertido en una silenciosa pandemia más letal que el Covid-19. Se expande de manera imparable sin que encontremos una vacuna para detenerla.
En Gran Bretaña en el año 2018, durante el gobierno de Teresa May, se creó el Ministerio de la Soledad, al descubrirse que el 13,7% de la población total, es decir aproximadamente 9 millones de personas, vivían una vida solitaria, que les afectaba no sólo espiritual, sino también corporalmente.
Una encuesta realizada por la BBC, llegó a la conclusión que el sentimiento de soledad detectado afectaba al 40 % de los jóvenes entre 16 y 24 años y al 27 % de los mayores de 75 años, y confirmó el efecto de aceleración y ansiedad que las redes sociales generan en los jóvenes, para estar en aquellos lugares y situaciones que se ofrecen a través de ellas.
En Japón uno de cada tres habitantes (42 millones de personas), viven solos en un departamento pequeño, sumado a que en el año 2020 se produjeron 20.000 suicidios. Todo lo cual llevó al primer ministro Yoshihide Suga, a nombrar a Tetsushi Sakamoto como Ministro de la Soledad.
Un estudio de la Universidad de Harvard, señala que el 36% de los estadounidenses experimenta una «grave soledad», y algunos grupos, como los jóvenes adultos y las madres con hijos pequeños, están especialmente aislados. Según esta investigación, el 61 % de los jóvenes de entre 18 y 25 años declararon sentirse solos «frecuentemente» o «casi todo el tiempo o todo el tiempo». Por su parte un estudio reciente de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, señala que la soledad puede dañarnos más que fumar 15 cigarrillos por día.
Un reciente relevamiento realizado por el Gobierno Federal de Alemania, señala que, entre los años 2011 y 2017, los alemanes entre 45 y 84 años que se habían sentido muy solos, se había incrementado en un 15%. El 25 por ciento de los jóvenes manifestó que se sintió solo.
Uno de cada dos hogares de Berlín vive una sola persona, lo cual ha llevado a que se crearan líneas directas de chat para ancianos y surjan iniciativas para que la capital tenga un comisionado para la soledad.
Una encuesta realizada en Canadá en el año 2016, da cuenta que dos de cada tres estudiantes universitarios se sintieron “muy solos” el año anterior.
Se trata de una pandemia que está teniendo efectos muy negativos sobre las personas, paradójicamente en la era de las comunicaciones globalizadas, en la que ningún rincón de la tierra nos es lejano, y en el que podemos estar presentes a la distancia en forma gratuita mediante una cámara de un teléfono celular.
Esta pandemia es anterior al Covid-19. Sin duda el Covid ha contribuido a un mayor aislamiento, pero sería un error suponer que se debe solamente a este fenómeno viral.
Los sentimientos de soledad y los consecuentes efectos de un vacío existencial de las personas en la sociedad actual, se ve reflejada en el ánimo que muchas de ellas tienen en sus trabajos. Una de las reacciones para contrarrestarla ha sido la creación en las empresas de las llamadas gerencias de la felicidad. En muchos casos ha servido para destrabar dificultades, pero los estudios indican que la depresión no ha disminuido y el problema tiene una raíz aun más profunda.
Probablemente los motivos de nuestra insatisfacción vital se deban a que nos relacionamos desde una óptica marcadamente económica y de consumo material. Todo lo medimos por estos parámetros, lo que nos está llevando a sustituir la relación personal por una económico-utilitaria. Acceder al consumo de ciertos bienes, se nos presenta como el camino hacia la felicidad, lugar al que no terminamos nunca de llegar porque siempre surgen nuevos productos y servicios que idealizamos, y empujan la felicidad un casillero por delante.
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman señala que “el consumo es una acción solitaria por antonomasia (quizás incluso el arquetipo de la soledad), aun cuando se haga en compañía”[1]
Nuestros vínculos se tornan mercantiles, generando una relación más de consumo-consumidor que, de afecto y descubrimiento del otro como un ser insondable y maravilloso, que nos complementan y enriquece.
Esta forma de vivir y trabajar nos va transformando en seres alienados de nosotros mismos, llevándonos a perder contacto con nuestra interioridad. Vivimos fuera de nuestro ser y esencia. Dice José Kentenich que “… somos vividos no sólo por nuestro entorno sino también por un yo ficticio. Tenemos como una capa de barniz sobre nuestro propio yo; … hemos generado en torno de nosotros una capa de vida, una costra de vida artificial que no vive la vida verdadera. (…)” [2]
Este hombre-consumo termina siendo consumido, se siente vacío, chato y solo, incapaz de salir de su propio mundo, para descubrir la alteridad y riqueza de sus semejantes, ha perdido el sentido de la vida, y se ha transformado en un ser narcisista que se mira sólo a sí mismo, con miedo a los vínculos, sin raíces, que prefiere dejar mensajes en los celulares, a asumir el “riesgo” de contactarse en forma directa. Tiene sus afectos anestesiados y ha perdido su relacionamiento vital con otras personas, lugares e ideales. Todo puede ser intercambiado y sustituido, nada es duradero ni se asienta de manera profunda y estable. Es un hombre volcado hacia el hacer, hacia el trabajo permanente, como antídoto.
En el cuento el Principito de Saint Exupéry, este hombrecito visita a un hombre de negocios (el mercader), que “… estaba tan ocupado que ni siquiera levantó la cabeza cuando llegó el principito.
– Buenos días – le dijo éste. Su cigarrillo está apagado …
– No tengo tiempo para volver a encenderlo … ¡Tengo tanto trabajo! Yo soy serio, no me divierto con tonterías …”[3]
En esta actitud, el mercader representa la soledad y el encierro del hombre actual, incapaz de salir de su mundo narcisista y auto referencial, contaminado en exceso por el trabajo, en el que ha perdido la alegría y el disfrute de su tarea. Su vida y su trabajo es “serio”, sin una chispa de creatividad que lo empuje hacia nuevos horizontes. Todo es posesión y ausencia de tiempo para establecer un contacto vivo consigo mismo y los demás.
Para salir de esta pandemia solitaria necesitamos desarrollar una cultura del encuentro, como nos propone el papa Francisco,[4] en el que volvamos a valorar los vínculos y la relación personal con las personas, las cosas y las tareas cotidianas; “domesticarlas”, al decir del zorro al Principito; hacerlas propias y cercanas.
“- ¿Qué significa “domesticar”? (…)
– Es una cosa demasiado olvidada – dijo el zorro –Significa “crear lazos”.
“… si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música …
– Sólo se conocen las cosas que se domestican –dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes”[5]
“-… Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así en la hierba … Pero cada día, podrás sentarte un poco más cerca …”[6]
¿Es posible soñar con una empresa que favorezca la creación de lazos entre las personas y las cosas, sin perder su lucro y dinamismo? ¿Podrá desarrollarse en este mundo tan competitivo, en el que los vínculos pareciera que estorban?
Para Enrique Shaw debemos dejar de “… considerar al trabajador como un mero engranaje, sin darle la oportunidad de conocer, de comprender, de percibir él mismo el pulso de la empresa en la cual está comprometido … Careciendo de toda posibilidad de “participación”, nada tiene de sorprendente que no aporte a la empresa su inteligencia y corazón.”[7]
El camino que él nos propone hará que la persona deje de huir de la empresa, se sienta parte de ella y pueda hacer del trabajo “… una participación de corazón en la actividad creadora y en la voluntad de donación de sí mismo…” [8],, para que así surja una manera diferente de relacionarnos y encontrarnos, en la que nos sintamos unidos al trabajo y a los demás, con sentido y alegría.
Seguramente de esta forma podremos ir revirtiendo la pandemia de la soledad.
[1] Zygmunt Bauman. “Vida de consumo. Ed. Fondo de Cultura Económica (2007), pág.109
[2] José Kentenich. Conferencias de Roma, III (1965), 86-103. “El vivir y pensar orgánicos”. Ed. Nueva Patris (Herbert King) (1998), Kindle, posición 986.
[3] Antoine de Saint Exupéry. “El Principito”. Ed. Emecé (2013), pág. 52
[4] Cfr. Papa Francisco. Misa matutina en la Capilla Sixtina, martes 13 de septiembre de 2016. “… cuando nosotros vamos por la calle cada uno piensa en sí mismo: ve, pero no mira; oye, pero no escucha»; es decir, cada uno va por su propia dirección. Y la consecuencia es que «las personas se cruzan entre ellas, pero no se encuentran.”
[5] Antoine de Saint Exupéry. “El Principito”. Ed. Emecé (2013), pág. 80.
[6] Antoine de Saint Exupéry. “El Principito”. Ed. Emecé (2013), pág. 81.
[7]Enrique Shaw. “Y dominad la tierra”. Editorial ACDE (2010), pág. 83.
Enrique Shaw fue un laico y empresario argentino, nacido en París el 26 de febrero de 1921. Tuvo una vida meritoria como esposo, padre, amigo y empresario, a tal punto que la Iglesia abrió su proceso de canonización. En el año 1952 funda junto a otros empresarios la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE). El testimonio de su vida, sus escritos y conferencias han inspirado a muchas personas, alentándolas a vivir de manera santa en el mundo del trabajo y la empresa. Murió en Buenos Aires el 27 de agosto de 1962.
[8] José Kentenich. “Desafíos de Nuestro Tiempo”. Editorial Patris. 1985. (Textos escogidos del padre Kentenich, “Análisis de nuestro Tiempo”, pág. 15)
Muy buen artículo, claro, fundado e inspirador. Muchas gracias!
No deja de ser extraordinario que tanta gente sienta soledad cuando a su alrededor viven muchas personas que necesitan ayuda. La soledad así vivida es una manifestación más de egoismo. Que un estudiante univertsitario sienta soledad es simplemente incomprensible y señal que no tiene vocación por el estudio universitario. Sería mejor que se insertara en el mundo productivo.