Si analizamos la personalidad del empresario que vive la actual revolución industrial, hallaremos en él pocos rasgos comunes con su antecesor de la primera revolución, el industrial de la Escuela de Manchester, para el cual, según la acepción corriente, no había otro Dios que el dinero ni otro evangelio que la ley de la oferta y la demanda. Pero pese al desarrollo de la conciencia social universal, concretado en múltiples manifestaciones, sería aventurado afirmar que el hombre de negocios ha aceptado plenamente las responsabilidades que le incumben, dentro de la comunicad en que actúa.
La complejidad de la empresa modera hace que quien la dirige haya de ser no necesariamente una persona no sólo capacitada técnicamente, sino también conocedor de las realidades económico-sociales. Cada vez más, directores y ejecutivos son seleccionados por sus condiciones y preparación, independientemente del interés económico que puedan tener en la empresa. Pero cada vez más también, se está haciendo necesario que su capacidad y su esfuerzo trasciendan del marco del interés particular; que pongan su inteligencia y su experiencia al servicio de la comunidad, saliendo al encuentro de las nuevas tendencias económicas y sociales, aceptándolas, rechazándolas o adaptándolas y haciendo conocer sus ventajas y sus riesgos. Que la transformación de las estructuras, que es imposible evitar o ignorar, se lleve a cabo, en la ley y en la práctica, con el empresario y no a pesar suyo.
A menudo nos es dable comprobar que la misma generación que ha sido capaz de proveernos con maquinarias más perfectas, con aviones más veloces, con drogas maravillosas, no puede, en cambio, elevarse sobre la falta de solidaridad que se revela en los sectores más beneficiados, que creen poder solucionar sus problemas y los de su clase, ignorando los problemas de los demás.
Es en este terreno que las responsabilidades del empresario exceden del ámbito de su empresa y si bien cuenta con diversos medios para influir en las decisiones, la forma más racional de hacerlo será siempre utilizando sus propias organizaciones profesionales, ya sean estrictamente gremiales, culturales o técnicas. No solamente perteneciendo a ellas, sino tomando parte activa en sus tareas, aceptando cargos, ejerciendo su representación y, por, sobre todo, tratando permanentemente de que orienten su acción teniendo en cuenta las exigencias del bien común antes que los intereses particulares inmediatos.
Hay empresarios que demuestran extraordinaria energía y dinamismo cuando se trata de conseguir materias primas, maquinarias o clientela, crear nuevas líneas de producción u organizar campañas de venas, pero en cambio se muestran apáticos cuando se los invita a participar en iniciativas de interés general. En este campo, diríase que esperan resultados inmediatos y evidentes sin desplegar mayor refuerzo. Quizás hasta prefieren mostrarse escépticos sobre las posibilidades de éxito de toda acción, para justificar su inercia.
Creo que quienes retacean su colaboración para no tomar responsabilidades están tomando una responsabilidad mayor al adoptar una actitud pasiva. Frente a nosotros, quienes mueven las fuerzas de disolución y de desorden no son apáticos ni tímidos. Trabajan y lo hacen con habilidad y con éxito. Saben causar impresión en las mentes sencillas con argumentos falsos, pero de efecto, disfrazar sus propósitos, confundir los términos. Es mediante la acción continuada que las minorías organizadas imponen su credo a las mayorías desprevenidas.
Es necesario comprender que ya no es suficiente que los hombres estén hoy mejor alimentados y mejor vestidos. Sus necesidades de índole moral han evolucionado en la misma media que las de índole material.
El trabajador de hoy no es el de ayer. No sólo su especialización lo va convirtiendo en un técnico, que nada tiene que ver con el asalariado de hace cincuenta años, sino que, consciente e inconscientemente, siente la necesidad de ser dirigido por alguien que sea realmente superior en capacidad, preparación y personalidad. En la actualidad, el patrono necesita basar su autoridad en algo más positivo que la cantidad de acciones que tenga depositadas a su nombre.
Las reacciones populares tienen por causa inmediata la insuficiencia de los salarios, la inseguridad con respecto al futuro, los contrastes entre miseria y opulencia, pero quizás existe una causa anterior, que es la falta de una acción más amplia y más realista por parte de las clases dirigentes, para lograr la comprensión y la concordia.
Hay pues, una misión que cumplir. Quienes tienen que llevarla a cabo somos nosotros. Y el momento de hacerlo es ahora.
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*El señor Francisco Muro de Nadal fue presidente de ACDE y durante ese período escribió el articulo que hoy compartimos, porque entendemos es un testimonio de la visión y valores que ya desde sus orígenes ha intentado promover y difundir nuestra institución. Sorprende la vigencia y actualidad del contenido de la nota, claro y preciso.