Las aguas comienzan a agitarse antes de lo esperado para el barco de la economía argentina. Se acerca el fin de la pax cambiaria. El anuncio del descenso –sin escalas– de Argentina en el índice de mercados de Morgan Stanley Capital International (MSCI) a la categoría más baja de mercado independiente o standalone, arrastró cualquier intento de optimismo y de calma financiera que hubiera generado la conferencia de prensa de Guzmán en que anunció el pago de una parte de la deuda con el Club de París, si tan sólo lo hubieran dejado actuar más de cuarenta y ocho horas.
El mal timing resultó ser una oportunidad desaprovechada. Paralelamente, el dólar blue arrancó la carrera en alza; registró en junio el mayor avance mensual en lo que va del año y alcanzó los techos de octubre del año pasado. El gobierno se enfrenta anticipadamente a la montaña rusa preelectoral del dólar, que llega para quedarse. Una de las características de estos mercados independientes es que tienen problemas y dificultades en materia regulaciones, lo que está estrechamente sujeto a los contextos políticos de dichos países. Un claro ejemplo es la apuesta del kirchnerismo en materia de energía, de bajar los cortes de biocombustibles en naftas, a la vez que incentivan al sector hidrocarburífero con una nueva ley con beneficios para las petroleras. Un juego de suma cero; una decisión creada y madurada en el seno de la dirección kirchnerocamporista de YPF bajo las directivas de la Vicepresidenta.
Los desincentivos en el plano de la bioeconomía confirman a la Argentina como un país “independiente” del rumbo global y de los estándares internacionales. Mientras el Presidente Fernández transita el standalone económico, paralelamente avanza y toma forma la sociedad política que está constituyendo el Presidente de la Cámara de Diputados con la familia Kirchner, que lo coloca a Fernández en un standalone político. Porque, por primera vez, a sus socios los une el espanto: ambos coinciden que el gobierno de Alberto Fernández está acabado. Massa sueña con encarnar la candidatura del Frente de Todos y para ello está haciendo un trabajo más que fino para tener el apoyo de los Kirchner y darle vida a una asociación antes impensada. En esta construcción política es que se enmarcan las dos decisiones que trascendieron en los últimos días: la estatización de los trenes de carga y una “estatización” presuntamente interina de la Hidrovía Paraná-Paraguay. Reflejan sin dudas los primeros pasos de este engendro.
CFK está ensayando algunas pruebas en el área de Transporte, la cartera que le corresponde al tigrense, no sólo para ponerlo a prueba, sino también para acorralar al Grupo Callao. Por ahora, funcionan. Massa tiene minuciosamente calculado el costo que puedan tener estas decisiones para su figura en la opinión pública, mientras que los beneficios de estas cajas bajo su órbita engrosan las arcas de su proyecto político. Lo de Massa es necesario ser considerado para advertir un cierto grado de pragmatismo por parte de la Vicepresidenta. No contenta con haber apostado a Alberto Fernández para la presidencia, ahora considera apoyar a alguien popularmente acusado de traidor serial. Además, tuvo el estómago como para juntarse con su ex Ministro de Interior y Transporte, Florencio Randazzo, para proponerle ir a una interna en el seno del Frente de Todos. El ex funcionario kirchnerista, que no negó ni afirmó los rumores de su visita al departamento de la calle Uruguay en el barrio porteño Recoleta, ya se lanzó en las redes sociales como precandidato para las elecciones de este año. Lo que ratificó es que no va a jugar dentro de la alianza oficialista.
A CFK le preocupa la fuga de los votos blandos que un peronismo moderado pudiera ocasionar al oficialismo en un escenario más bien atomizado, lo que pondría en jaque la gobernabilidad del FDT de cara a la segunda parte de su mandato.