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Vámonos de aquí

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Podría pensarse que se trata de “te amo”, o quizás “te odio”“bésame” o incluso “juro que te mataré” pero no, “vámonos de aquí” es la expresión (curiosa y extrañamente) más repetida en la historia del cine de Hollywood, al menos así lo afirma el libro Guinness de los récords de este año, fuente de inagotable sabiduría sobre los datos de más inútil conocimiento. Que desearíamos abandonar el territorio en el que penosamente nos encontramos no deja de ser una noticia más que conocida, y de manera muy especial en estos tristísimos tiempos de pandemia, pero la cuestión que nos acucia es bien otra, a dónde querríamos dirigir nuestros pasos y cuerpos fatigados, SALIR DE AQUÍ, del precario lugar del que ansiamos irnos, PARA ARRIBAR A QUÉ ALLÍ, sea de la índole que fuere. 

 Uno de los problemas de habitar por medio de metáforas en gran medida espaciales es que nos llevan a perder de vista ese fenómeno prodigioso en el que se mide la traslación de un mundo a otro, el TIEMPO, el que más impensable nos resulta tal vez porque de eso mismo se tratan en gran medida e íntimamente nuestras vidas, de tiempo, pues somos todos mucho más biográficos que geográficos, más hijos de la sincronicidad que de la topografía, antes cronológicos que métricos, mucho más dignos de ser comprendidos por los smart watches que por Google Maps o Waze

 Así, de alguna manera irse de “aquí” es sobre todo irse de “AHORA” y bien decía el pensador español Julián Marías que ser persona es “ser capaz de futuro”, “ser capaz de proyecto”, “ser capaz de ilusión” o también ser “capaz de promesa”, por ponerlo en palabras de Hannah Arendt. Quien promete (y cumple) es en gran medida un spoiler de sí mismo, un poco frecuente pre-crastinador, un audaz y hasta temerario aventurero del porvenir armado solo con el yelmo de la ESPERANZA en que lo mejor está por venir y en que habremos de verlo, en todo o en al menos buena parte, y que nos contaremos entre sus artífices. 

 “Vámonos de aquí” es una luminosa invitación de los hados a atreverse a pensar que el “allí” que nos espera surcando el atrevimiento vale realmente la pena, lo que implica que en efecto “hay penas” en el camino, pero que incluso así es valiente sobrellevarlas de la manera más digna, serena y humilde que se pueda. Ahora bien, el abuso de la expresión, la pertinaz insistencia en el “aquí” ESPACIAL puede terminar oscureciendo lo que el reverso de la expresión revela, que EL VIAJE ES INTERIOR, es un “hacia adentro”, y que su medida es alcanzar una nueva vivencia del tiempo, INTERIOR TAMBIÉN, no tanto del “tempo lento” como del “tempo giusto”

 A pesar de lo funesto que es el cúmulo de circunstancias que rodean al Covid-19 no son pocos quienes han descubierto lo anterior/interior, que al protocolar, profiláctico y necesario distanciamiento social corresponde, como el envés de la trama, un acercamiento personal, por mucho que se trate de un proceso no mediado por la presencialidad; que son muchos cuantos sienten que están ahora más cerca que nunca de aquellos a quienes quieren y por los que son queridos, que los afectos no conocen fronteras o, mejor, que no las RE-conocen, que no les otorgan el estatuto final de lo cierto, seguro, irremediable y definitivo. 

 Sin duda estamos llamados a “salir de aquí”, a decir “vámonos” a nosotros mismos pero tal vez no “más lejos” sino, como decía sabiamente don Miguel de Unamuno, “ahora y más adentro”

Sobre el autor

Carlos Álvarez Teijeiro

Doctor en Comunicación Pública por la Universidad de Navarra (España). Profesor titular de Ética de la Comunicación en la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.

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