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“Una moneda destruida o en vías de extinción, se refleja en ciudadanos que ven depreciado su trabajo y que no pueden ahorrar y por lo tanto progresar en la sociedad, y que deben desperdiciar su tiempo en conocer con precisión la cotización de las divisas, desatendiendo su avance cultural.” (1)

Puede ser oportuno iniciar hoy con estas palabras una reflexión sobre las nocivas consecuencias de la inflación. Duele decir que fueron escritas por el mismo autor y en el diario La Nación el 26 de diciembre de 1983. En casi medio siglo la sociedad argentina no ha encontrado el camino para vencer a la inflación y la consecuente destrucción de la moneda. Han pasado varias generaciones argentinas que vieron efectivamente depreciado su trabajo y estuvieron imposibilitados de ahorrar y progresar. Algunos, en general los de mayor nivel de educación, encontraron en la emigración una vía de escape de esta trampa mortal que en cambio llevó a millones a la miseria y la pobreza. Sólo una minoría pudo mantenerse, y una porción menor aún salir beneficiada. Y esta mayor concentración del poder y la riqueza hace más difícil salir de esta trampa. 

Cambian los personajes en la discusión económica, pero los argumentos son siempre los mismos. El debate se convierte en pura elocuencia y retórica, y hasta es válido preguntarse si se trata de una genuina búsqueda de la verdad o es tan sólo una sobre actuación interesada. ¿Puede haber tanta ignorancia e incapacidad en la dirigencia que decide los destinos de nuestro país que en tantas décadas no hayamos logrado derrotar a la inflación y debamos aceptar resignados sus deplorables consecuencias? O es que realmente no hemos tenido el valor de enfrentar este flagelo atacando sus más profundas causas, tal como si lo han hecho otros países de la región y del mundo. 

La literatura académica es cada vez más amplia y la retórica puede continuar indefinidamente llenando los espacios. Pero ya resulta una verdad de Perogrullo recordar que para derrotar a la inflación es necesario mantener el equilibrio fiscal y monetario y una economía competitiva integrada al mundo. Si no hay competencia los precios internos pueden subir sin techo. Cabe preguntarse entonces ¿qué obstáculos si no poderoso núcleo de intereses interfiere para que la sociedad no haya podido diseñar todavía una hoja de ruta en esa dirección?  

Un plan macroeconómico para lograr el equilibrio fiscal y monetario es condición necesaria pero no suficiente, y el debate suele limitarse a esa fase. En los comienzos de la recuperación de la democracia este debate aún no había logrado el consenso que hoy ha alcanzado. En esa misma nota escribíamos:

“La inflación es un atentado contra la dignidad del hombre. Y esto es especialmente cierto con las franjas más débiles de la sociedad. ¿Podría soportar la sociedad argentina un nuevo fracaso en la lucha contra la inflación? ¿Se puede mantener la paz mientras este flagelo afecta los derechos humanos?”

Ha sido muy dura la lección de la realidad para alcanzar el consenso sobre la necesidad de derrotar a la inflación, pero nuestra sociedad necesita tener el valor de generar una auténtica discusión sobre como vencer los obstáculos que nos impiden alcanzar el objetivo.

Hace casi medio siglo parecía difícil imaginar que la democracia lograría consolidarse. Y más allá de los conocidos vicios y corrupción en el ejercicio del poder, esa meta ha sido cumplida. Con el mismo ahínco debemos plantearnos ahora el objetivo de derrotar a la inflación. La sentencia Sanmartiniana suena hoy y siempre oportuna: “Parece imposible, pero es imprescindible intentarlo”.

Y es oportuna esa sentencia también porque en esencia, el debate económico relevante y el que se debe nuestra sociedad es sobre la genuina creación de valor. Una sociedad orientada a la creación de valor, no la defensa de intereses espurios sino la genuina creación de valor. Quizás la disruptiva revolución tecnológica que se hace cada vez mas visible y notoria nos ayude a despejar el camino al cambiar la manera y los actores que diseñan las reglas del juego.   

Me permito finalizar esta nota con las mismas palabras que lo hice en aquel entonces, más con el ánimo de despertar la reflexión que la crítica ofensiva:

 

“No hay lugar para nuevas decepciones. En la dura lucha por forjar este ansiado país, el 10 de diciembre, quizá, comenzó la batalla decisiva”.

 

(1) Hiperinflación: un fantasma que existe. Javier García Labougle. Diario La Nación 26/12/1983, página 15 

Sobre el autor

Javier García Labougle

Economista (UCA), asesor financiero y Director de la Revista Empresa.

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