Entrados en 2022 vivimos tiempos de cambios acelerados. En medio de una era en la que la información fluye globalmente en cuestión de minutos nos da la sensación de que no hay día en que no haya alguna noticia de avances científicos, de nuevos desarrollos tecnológicos o de algún conflicto geopolítico en alguna parte del mundo. Son muchas las noticias que nos impactan a cada uno de nosotros que nos traducen que estamos viviendo momentos de mucho cambio en diversos frentes. Cambios que afectan a la forma en que percibimos el mundo y a cómo podemos enfocarnos en vivir nuestras vidas.
Salimos de una crisis financiera que hace unos años puso en entredicho la eficiencia del sistema monetario. Sistema que mueve el dinero, pagos y finanzas globales en cuyo eje vertical está la red bancaria que se autorregula por iniciativa privada con supervisión de instituciones públicas y supranacionales. Sistema en el que el 31% de la población adulta está excluida (Global Findex, 2017). El shock sistémico global que originó la crisis ha resucitado ya más de una década de innovación sin precedentes en la industria bancaria. Ha motivado a que el paraguas de servicios que tradicionalmente proveían solo los bancos se descomponga en partes que otros jugadores ofrecen con mayor ventaja competitiva. Sobre todo, apalancados con el uso de finanzas y tecnología (Fintechs) que posibilitan nuevos modelos de negocio y aumentan la inclusión financiera.
En paralelo, el mundo lleva más de medio siglo avanzando en la capacidad computacional que permite un análisis más eficiente de información cada vez a menor coste (1965: “Moore’s Law” | Computer History Museum), desarrollando bancos de datos e información que se genera gracias a redes de ordenadores conectados por internet y avanzando en las técnicas que permiten el análisis cada vez más refinado de esa información.
Todo esto con una letra pequeña. Y es que el acceso a la gestión y control de estos recursos tecnológicos ha desembocado en la monopolización por parte de un segmento empresarial reducido que controla, aísla y monetiza el uso de muchos de esos datos que como sociedad generamos. En muchos casos datos que pueden llegar a ser muy íntimos de cada persona. Un ejemplo claro de ello es cómo empresas como Facebook no cedieron al incentivo monetario que ofrecieron campañas políticas como el Brexit o el ascenso al poder de Donald Trump en Estados Unidos. Estas campañas, haciendo uso de técnicas analíticas que ofrecieron empresas intermediarias como Cambridge Analítica, permitieron sesgar la opinión electoral de muchos votantes haciendo uso de datos de
Facebook. Con las consecuencias para tantas personas que la gobernanza de estas naciones iba a influir en la vida de millones de sus ciudadanos.
Unido a los factores económicos, financieros y tecnológicos actualmente estamos viviendo un episodio de control de poder muy localizado que nunca imaginamos que en el siglo XXI el mundo pudiera estar viviendo. Vemos cómo países con población numerosa como China o Rusia, actualmente primer y noveno país respectivamente más poblados del mundo, someten a sus ciudadanos a regímenes autocráticos en los que las decisiones sobre millones de personas las toman una o un grupo muy reducido de personas. Decisiones que colectivos numerosos de sus ciudadanos rechazan públicamente, arriesgando ser perseguidos y castigados. A lo que, a pesar de ello, sus líderes sostienen ciegamente. Entre algunos ejemplos muy recientes tenemos la persecución a la población uigur en China, que muchos países han declarado como genocidio, o la guerra que Rusia ha iniciado en Ucrania cuyo conflicto está escalando con alcance ya transfronterizo.
Ahora bien, haciendo una revisión crítica de los cambios acelerados que el mundo está viviendo podemos encontrar un factor común en todos ellos. Todos, en los sistemas sociales que representan, convergen a una localización muy concentrada de puntos de error, corrupción o abuso de poder. Muchos motivados no por el bien común que ordena la sociedad sino por un fin egoísta e individualista. Sobre los que convive una fracción muy elevada de la población mundial. Y en los que un mal uso sostenido en el tiempo por parte de los líderes que representan estos sistemas pueden romper el orden social, agravar las desigualdades o incluso vulnerar valores tan nucleares del ser humano como la libertad, la dignidad o el respeto a los demás. Sean o no diferentes a nosotros. Abusos que a su vez erosionan la confianza que los ciudadanos depositan en estos sistemas e instituciones.
Haciendo revisión histórica, vemos que la civilización va construyendo sobre los avances científicos, el conocimiento y el contexto de aquellos que nos han precedido. Algo que ya en el siglo XII el filósofo Bernard de Chartres dio nombre como: “Standing on the shoulders of giants” (Martin, 2022) y que más tarde en 1675 Isaac Newton difundiría como concepto detrás de sus descubrimientos. Cambios gigantes que contribuyen a un desarrollo intelectual que marcan las páginas de la historia de la humanidad. Todos estos descubrimientos, algo que tienen en común, es que persiguen cubrir una necesidad real que la sociedad del momento tiene.
Ejemplos tenemos muchos, pero destacando alguno de ellos podemos citar la imprenta en el siglo XV, que permitió hacer difusión eficiente del conocimiento. La máquina de vapor, el motor de combustión, o la energía eléctrica en los siglos XVIII y XIX marcaron la revolución de la energía que abastecería tantos sistemas como los medios de transporte, trenes, coches o aviones, incluso los medios de comunicación: telégrafo, teléfono y radio que nos acercaron a la globalización que hoy vivimos y surgirían en los siglos XIX y XX. O ya más reciente en el siglo XX, la revolución de la computación, los ordenadores personales y el internet que posibilitaron hacer análisis y compartición de información sin precedentes. Algo que todo unido nos ha conducido a los cambios tan profundos que estamos experimentando como sociedad.
Es por ello que, ante el momento actual, cabe preguntarnos en qué momento estamos. Se nos plantea la duda del contexto en el que las tecnologías implican un cambio constante o por el contrario vivimos el inicio a una situación de cambio de modelo económico y social global. El cambio de paradigma es un concepto que ya el físico y filósofo Thomas Kuhn acuñó en 1962 en su obra “La estructura de las revoluciones científicas” (Kuhn, 1962) y que no hay mejor momento que el actual para preguntarnos, ¿cómo es el contexto histórico estamos viviendo?
En relación a la falta de confianza que tantos cambios a lo largo del tiempo han ido produciendo en la sociedad, en 2008 un pseudónimo apodado como Satoshi Nakamoto distribuye por internet un paper titulado “Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System” (Nakamoto, 2008). Esta investigación con pretensión de llegar a ser un nuevo sistema de pago global con dinero distribuido electrónicamente de par a par prescindiendo de la intermediación financiera que caracteriza el sistema actual, marcó el nacimiento de una nueva línea científica: las cadenas de bloques (blockchains). Esta tecnología, en líneas generales, consta de un libro mayor de transacciones, encriptadas y agrupadas en bloques que se distribuye por igual en todos los nodos (ordenadores) que componen la red blockchain. Son redes con acceso abierto a ofrecer computación a cambio de un sistema de incentivo por ofrecer cómputo, denominado en la unidad de cuenta creada por la propia red. Lo que comúnmente conocemos como criptomonedas.
La tecnología que inicialmente se originó como intento de ser dinero distribuido de forma descentralizada, ahondando en el diseño de la misma, ha permitido a esta línea de investigación descubrir que no solo es útil como dinero. Su uso puede ampliarse a ser un registro seguro e inmutable de transacciones de todo tipo de valor, sobre el cual pueden funcionar aplicaciones y casos de uso descentralizados. En estas aplicaciones el usuario final, sea un individuo o un colectivo, gracias a la criptografía recupera el derecho de explotación de sus datos y la privacidad, permitiendo acceso a terceros bajo consentimiento y reduciendo así los puntos de error y corrupción de los sistemas antes mencionados. Sea dinero, sistemas de gobierno corporativo, de naciones, registro de las transacciones que definen cadenas de suministro etc. Este entorno programado de aplicaciones es posible desde 2015, a raíz del nacimiento de la red Ethereum. Desde entonces la innovación de aplicaciones, nuevos modelos de negocio y de funcionamiento de sistemas ha crecido exponencialmente. Desarrollando a su vez otros protocolos que compiten con Ethereum por la mejora de parámetros técnicos que hacen funcionar estas infraestructuras.
Esta tecnología y el campo de investigación que ha nacido en torno a ella permitirá el diseño de sistemas sociales, de infinitos tipos, que requieran de una elevada confianza entre los agentes que componen dichos sistemas para garantizar su sostenibilidad a futuro. Sostenibilidad que se mantiene por protocolos de consenso entre quienes interactúan en estas redes que distribuyen el riesgo y puntos de error entre muchas partes. Cuanto más descentralizadas sean las redes y las aplicaciones que funcionan encima, menor probabilidad de que unos pocos las controlen a su discreción.
Por concluir la reflexión, haciendo revisión de los cambios profundos que vivimos en torno al funcionamiento de la sociedad y viendo que todos tienen muchos puntos en común, me surge la pregunta que os lanzo de si estamos simplemente en un momento de cambios, de avances como históricamente la civilización ha vivido o en un cambio de paradigma. ¿Será realmente esta tecnología blockchain tan prometedora como muchos afirman o quedará como una herramienta tecnológica más? Personalmente no tengo respuesta, pero sí opinión a que, si esta tecnología realmente permite eficientar la forma en que diseñamos estructuras sociales y transformar la sociedad deberá suceder con diseños responsables, inteligencia colectiva y con el consenso de cuantas más partes bien informadas y formadas mejor. Actuando con fines altruistas y en busca del bien común. Orientados a mejorar la vida de tantas personas como alcance tengan los sistemas a quienes van dirigidos. Si el futuro como siempre depende de nosotros como personas que esa labor suceda de la forma más responsable y dirigida al servicio de los demás posible.
#Artículo publicado en el blog del Instituto Empresa y Humanismo (IEH) de la Universidad de Navarra.
1965: “Moore’s Law” Predicts the Future of Integrated Circuits | The Silicon Engine | Computer History Museum. (2022). Computerhistory.org. https://www.computerhistory.org/siliconengine/moores-law-predicts-the-future-of-integrated-circuits/
Kuhn, T. (1962). The Structure of Scientific Revolutions Second Edition, Enlarged VOLUMES I AND II • FOUNDATIONS OF THE UNITY OF SCIENCE VOLUME II • NUMBER 2. http://sjbae.pbworks.com/w/file/fetch/45464684/The%20Structure%20of%20Scientific%20Revolutions.pdf
Global Findex. (2017). Worldbank.org. https://globalfindex.worldbank.org/
Martin, G. (2022). “Standing on the shoulders of giants” – the meaning and origin of this phrase. Phrasefinder. https://www.phrases.org.uk/meanings/268025.html
Nakamoto, S. (2008). Bitcoin: a Peer-to-Peer Electronic Cash System. In bitcoin.org. https://bitcoin.org/bitcoin.pdf