Hablar de magnicidio es en sí mismo algo grave, No es posible opinar aún sobre el intento de magnicidio, porque falta aún constatar algunos elementos de juicio. Pero podemos empezar por analizar lo existente.
En primer lugar, el extraño episodio. ¿Cómo fue que falló? Pocos sicarios tienen las chances que tuvo Sabag Montiel como para no haber dispuesto lo indispensable: una bala en la recámara. Además, curiosamente, las imágenes de ese instante parecen ocultar el dedo índice en el gatillo. “Es que es un loquito suelto”, se dijo. Pero no, al final era una banda. Eso explica el hecho de que se haya podido acercar tanto y también el de que se haya podido escapar de ahí. “No escapó: lo detuvo la Policía”; si, la de la Ciudad; no lo hicieron ni los militantes que cantaban “si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”, ni la custodia de la Federal. Otro tema son las fotos en las que aparecen cerca de Cristina Fernández, como un militante más. ¿Qué le hizo para que, de pronto, se enojara tanto? De igual manera, la novia, Brenda Uliarte. Porque sabemos que tanto el padre como el tío de la novia son muy kirchneristas. Primeras conclusiones: no parece haber habido un intento de magnicidio; por otra parte, se trata de gente que trata de aparentar ser otra cosa de lo que realmente son. Pero como será imposible saberlo tratemos de identificar a beneficiarios y perjudicados. Entre estos últimos está el Gobierno, porque su flamante ministro de Economía salía horas más tarde para tratar de acomodar el estado caótico de las cuentas fiscales, en tiempo de descuento; también se me ocurren los pobres vecinos de Recoleta, pero que es un sujeto colectivo demasiado amplio.
Entre los beneficiarios solo aparece Cristina Fernández, cuyo juicio por causas de corrupción prácticamente desapareció mágicamente de la agenda pública. No sólo eso, la violencia callejera posterior podría incluso amedrentar a los magistrados. Es impensable, de cualquier manera, que esto arroje dudas sobre la Vicepresidente.
Por eso es que este episodio recuerda tanto al que la Argentina vivió en enero de 1989 cuando, en un mismo día, se incendió la Unidad Penal 22 -de presos VIP- y un hasta entonces desconocido Movimiento de Todos por la Patria (MTP) ingresó al Regimiento de La Tablada para impedir un presunto golpe de Estado que según ellos preparaban “carapintadas” de esa guarnición. El gobierno de la Restauración Democrática agonizaba a casi un año de su término.
Es imposible pensar que el presidente Raúl Alfonsín estuviera involucrado en semejante disparate, pero torpes errores de organización impidieron el éxito del plan. Luego, conocidos los cabecillas, las pistas apuntaron a altos mandos de la entones Junta Coordinadora, brazo político joven del presidente radical. El descrédito político y la hiperinflación terminaron con el Gobierno, en forma anticipada, un semestre más tarde. Por eso es lógico ver tanto al Gobierno como a la oposición altamente irritados con el episodio y colaborando para que se esclarezca. Porque lo peor del caso de La Banda de los Copitos es que distrae la atención -recurso fundamental- que el Gobierno necesita para evitar que la economía se termine de desmadrar. Produce ruidos y liquida la confianza pública.
No vale la pena saber quién está detrás de Sabag Montiel, sino que lo importante es saber cuánto se le angostó el margen de maniobra al Gobierno Nacional para encauzar la crisis.