En muchas circunstancias he sentido que no es posible cambiar ciertas realidades negativas que nos afectan y que la frase “¡esto no tiene solución!”, se afirma como una sentencia inmodificable. Como si lograr un cambio positivo, fuera una utopía alejada de la realidad.
Viene a mi memoria una historia de Nelson Mandela, el fallecido expresidente de Sudáfrica, quien “después de convertirse en presidente, invitó a su acompañante a almorzar a un restaurante.
En la mesa de enfrente, había un hombre esperando a que lo sirvieran.
Cuando le sirvieron el almuerzo, Mandela le dijo a uno de sus custodios que fuera a pedirle al señor que estaba almorzando enfrente, que se uniera a la mesa de él.
El custodio fue y le comunicó su invitación. El hombre se levantó, tomó su plato y se sentó al lado de Mandela. Mientras comía, sus manos temblaban constantemente y no levantaba la cabeza de la comida. Cuando terminó de comer, lo saludó a Mandela sin mirarlo, le estrechó la mano y se alejó. El custodio le dijo al Presidente: “Madiba ese hombre debe haber estado muy enfermo ya que sus manos no dejaban de temblar mientras comía.” – “¡No, no, absolutamente! La razón de su temblor es otra y le dijo: Ese señor era el alcaide de la prisión en la que yo estaba. Después de que me torturó, grité y lloré pidiendo un poco de agua, él se acercó y me humilló, se rio de mí y en lugar de darme agua, me orinó en la cabeza. No está enfermo, tenía miedo de que yo, ahora presidente de Sudáfrica, lo enviara a la cárcel y le hiciera lo mismo que él me hizo a mí. Pero yo no soy así, este comportamiento no es parte de mi carácter, ni de mi ética. Las mentes que buscan venganza destruyen estados, mientras que las mentes que buscan reconciliación construyen naciones. Al salir por la puerta de mi libertad, supe que, si no hubiera dejado atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, todavía sería un prisionero.»
El gesto de amor y perdón de Mandela es ejemplar. Por un lado, vemos a un presidente que no hace abuso de su poder, sino que retribuye la orina que recibió en el pasado con una invitación a compartir la mesa, sin venganzas ni humillaciones; un gesto eucarístico.
Mandela se da cuenta que el que fuera el alcalde de la prisión, estaba tembloroso y no podía levantar la cabeza y mirarlo a los ojos, mostrando así su incapacidad para salir de su propio mundo de castigos y humillaciones. Quizás no se sentía merecedor del perdón, o tal vez le resultaba incomprensible este gesto.
Terminada la comida, Mandela le extiende la mano, como un gesto adicional para sellar su reconciliación. Una mano extendida que podríamos interpretar como un gesto de amor y olvido del pasado, afirmando la dignidad del otro sin abusar de su propio poder. Seguramente Mandela lo miró a los ojos y me imagino que el exalcalde continuó sin poder levantar su cabeza para encontrarse en los ojos del Presidente.
¿Qué efectos habrá tenido en el alcalde los gestos de Mandela? No lo sabemos.
Quizás a partir de ese almuerzo cambió su vida y se convirtió en una persona de perdón y reconciliación. ¡Yo creo que muy probablemente!
La actitud de Mandela me recuerda a Jesús, cuando va a casa de Mateo a comer. Los fariseos se disgustan con Jesús, porque comía con recaudadores de impuestos y pecadores. Mandela con su actitud de invitar a almorzar al exalcalde, nos está diciendo -como Jesús- que “no tienen necesidad de médico los que tienen buena salud, sino los enfermos”. Todos estamos invitados al mismo banquete, sin dejar fuera nada de nuestro ser, integrando lo que en nosotros está enfermo y es despreciable, con lo que está sano y es luminoso.
Mandela pasa su pasión en la prisión durante 27 años y de alguna manera se parece a la pasión de Jesús, cuando al pedirle al alcalde un poco de agua para calmar su sed, éste se le ríe y burla, lo tortura y le orina la cabeza.
Jesús también tuvo sed en la cruz y el soldado le acercó una esponja empapada en vinagre, lo cual, en vez de calmar su sed, la agravó y fue otra burla a Jesús.
El gesto de Mandela de invitar a comer a al exalcalde, es similar a la de Jesús en la última cena, reconciliando nuestra humanidad partida. Y nos acerca a la eucaristía, en la que todos somos invitados a compartir la comida y a lavarnos mutuamente los pies, como signo de estar unidos y al servicio unos a los otros.
De alguna manera dentro nuestro conviven un poco ambos aspectos: el victimario y la víctima. No somos sólo Mandela o sólo el alcalde. Tenemos que asumir ambos aspectos y reconciliarlos, llevando toda nuestra humanidad al altar del Señor para ofrecérsela y pedirle que nos una y sane.
En nuestra sociedad, en la que la grieta pareciera ser cada día más profunda, nos creemos dueños de la verdad y jueces supremos para condenar a quienes no coinciden con nuestros parámetros, seamos como Mandela, invitando a estrechar las manos a quienes están lejos nuestro, para sanar las heridas y caminar hacia la reconciliación, compartiendo el banquete de la vida.
*Imagen de portada: National Geographic