Si contemplamos la gruta de la Natividad y lo que en ella sucedió hace 2022 años, descubriremos que detrás del gran acontecimiento que cambió la historia de la humanidad, se esconden también, silenciosamente, otros misterios.
Jesús fue engendrado en María por obra del Espíritu Santo. Sabemos que con ese “Sí”, reflejo de la confianza que tenía en Dios, Él pudo hacerse Hombre e intervenir en cuerpo y alma, en tiempo y espacio, para regalarnos el Cielo.
¿Pero quién más fue indispensable para que esto sucediera?, ¿Bastaba con que la Virgen aceptara la voluntad del Señor? La realidad es que no. Junto a ellos y sin haber sido testigo de la aparición del Ángel Gabriel, estuvo José. Aquel hombre que desde el silencio, participó también de este milagro de Salvación: «Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación “ dice Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica “Redemptoris Custos II” sobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
San José, padre adoptivo de Jesús, es el hombre más grande de la historia. Él no fue inmaculado, como María, ni Dios, como su Hijo, pero al igual que ellos, fue un elegido del Señor para poder completar la obra Divina de la Salvación: sin el Sí de José, al igual que el de su Esposa, la historia no hubiese sido la misma.
Y aunque no se le conoce palabra pronunciada, por sus obras podemos conocerlo en profundidad y tenerlo como modelo y ejemplo a seguir.
El Papa Francisco, gran devoto y enamorado de José, escribió la Carta Apostólica “Patris Corde” donde empieza diciendo: “Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios « el hijo de José» “. Jesús fue hijo adoptivo de José y José, con el amor de un padre, tuvo el don de educarlo, cuidarlo, protegerlo y guiarlo.
En este documento, el Sumo Pontífice subraya ciertas virtudes del Patrono de la Iglesia: es el Padre Amado, porque fue el esposo de María y el padre de Jesús y por su participación en la historia de salvación, la Iglesia siempre ha sentido un gran amor por él. También es Padre de la Ternura, pues Jesús vio la ternura de Dios a través de José y Padre de la Obediencia, porque cumplió con todo lo que Dios le pidió. Sin embargo, entre todas estas cualidades sobrenaturales, hay una que me conmueve y sobre la cual me quiero detener:
Padre Trabajador.
Un aspecto que caracteriza a San José y que se ha destacado desde la época de la primera Encíclica social, la Rerum novarum de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.
En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar.
El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?
La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo”, dice la Carta Apostólica antes mencionada.
José hizo del trabajo parte fundamental de su vida. No como fin, sino como medio. Para dignificarse, para santificarse, para contribuir al plan de Dios, para sustentar a la familia, para educar a su hijo y para acompañar a su Esposa.
Nosotros, que somos hombres y mujeres de Empresa; trabajadores independientes, profesionales, enamorados también de Jesús, que queremos llevar los valores cristianos a nuestro ámbito laboral para poder tener un encuentro cara a cara con Cristo en cada compañero y en cada jornada, ¿Acaso somos conscientes de la responsabilidad que tenemos? Porque no se trata sólo de producir y de darle al otro lo que le corresponde, sino que Dios nos pide mucho más.
A veces, cuando trato de discernir el camino y pienso en lo corresponsables que somos unos con otros de la misión que tenemos, me pongo a pensar en las virtudes y misterios escondidos en la Navidad. Pienso que todo aquello que estuvo representado en los testigos del nacimiento de Cristo, es lo que Dios espera de nosotros. Desde la humildad, sencillez, entrega y confianza de María, hasta la devoción de los Reyes y pastores que fueron a adorarlo. Pienso en José, en todo lo que este hombre representa y en todo lo que en él está escondido y develo un poquito de lo que el Señor nos pide. Porque como dije al principio, María era Inmaculada y Jesús era Dios, pero José… José fue un simple hombre, como vos y como yo, que supo cumplir con los designios del Padre, asumiendo su pequeñez, pero poniendo al servicio del pueblo y de su familia todos los dones que había recibido. Y pienso que, si en la Biblia lo mencionan como carpintero, es porque el trabajo sobresalió en él.
Les propongo entonces que, tomando a José como imagen, hagamos del trabajo un camino de santificación, para poner nuestros dones al servicio del hombre y para que en nuestra labor nos encontremos cara a cara con el Señor.
“San José, enseñame a ser como vos”.
Oración a San José
(Por Federico Meyer)
Querido San José, con todo lo que me has enseñado, te darás cuenta que aún me cuesta muchísimo aprender. Estoy lejísimo de tener la seguridad, la humildad, la claridad y la fe que vos tenías, eso está clarísimo. Pero sé que puedo contar contigo para ir creciendo de a poquito en esas virtudes y en las que vos me vayas mostrando. Sé que puedo contar contigo, apoyarme en vos en todo momento, sobre todo cuando me envuelven las dudas y no veo la luz del camino, como ahora.
Queridísimo José, gracias por ser mi contención y mi guía, gracias por absorber todos mis miedos con tu presencia y tu sagrado silencio, gracias por no abandonarme, gracias por esperarme y estar ahí, tranquilito y a disposición para cuando te necesite.
San José, me entrego a ti, te sigo porque con vos siento que no puedo errar de camino. Sé que vos me llevas a María y ustedes dos me llevan ni más ni menos que a Cristo Jesús. ¿Cómo no voy a seguirte?
San José, hazme crecer en amor, ayúdame a ser consiente de mis defectos para aceptarlos, de mis faltas para tratar de evitarlas y de mis virtudes y dones para potenciarlas y ponerlas al servicio de los demás.
San José, enséñame a amar, enséñame a amarme y a amar a los demás.
Querido San José, en este momento pongo mi vida en tus manos, te dejo mi pasado con sus aciertos y errores, con sus heridas y cicatrices, mi presente con sus emociones, pensamientos, dudas y debilidades.
En tus manos pongo mi futuro, para que junto a Jesús y la Virgen María hagan de mí lo que ustedes desean.
Queridísimo San José, me entrego a ti, Amen.