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Elogio de la sinrazón

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Carecer de razón es uno de los caminos más ciertos hacia la cordura, en especial si somos de quienes defienden con vehemencia que la razón es solo una y que la poseemos de manera exclusiva. 

Sostenía Chesterton con su habitual sagacidad que “un loco es aquel que lo ha perdido todo menos la razón”, alguien dotado de una racionalidad exquisita y privilegiada pero carente de un mundo psíquico y emocional que le dé medida, contexto y amparo. En efecto, quien atesora la razón así, abstracta y única, impersonal, es como aquellos fundamentalistas que han surcado y surcan todavía los siglos enarbolando la bandera sangrienta no de las causas justas sino de las causas de La Justicia.

Quien se sabe o cree saberse poseedor de la razón, y por eso mismo, es ante todo un temerario, avanza contra todo y todos cuantos presiente que ofrecen algún tipo de resistencia al imperio de la única verdad, la suya, y que como tal exige imponerse a cualquier precio: “Auschwitz fue racional pero no razonable”, denunciaba desgarrado Adorno.

Identificar razón con verdad es ya situarse en una despótica posición de monopólico dominio sobre el mundo, en una atalaya que opera en la forma de un conjuro de todo lo que se nos presenta bajo el aspecto de la alteridad, que no debe ser amada sino tan solo explicada científicamente, al menos en tanto hemos sido capaces de equiparar también razón, verdad, racionalidad y ciencia, la reaccionaria ideología de los tiempos pandémicos, por mucho que sea conveniente vacunarse.

Sin embargo, y habría que decir que afortunadamente, no es ese el camino de la cordura, tanto un estado del corazón como de la mente y del espíritu, y que no en vano procede del término latino cor-cordis, que significa corazón, realidad deliciosamente presentada por el pensador español Higinio Marín en su Teoría de la cordura.

No es cuerdo Sancho Panza ni loco Don Quijote, son cuerdos ambos solo cuando cada uno de ellos es capaz de aventurarse a lo que el otro tiene para ofrecerle, el sentido común de la mente Sancho y los sueños e ilusiones del corazón Alonso Quijano. 

Caer en la cuenta de que el mundo está inmensamente repleto de razones, plurales, diversas, fecundas, es el mejor antídoto contra el totalitarismo de quienes disponen de algún tipo poder, simbólico, político y económico, y frente también a las muy vulgares y cotidianas soberbia y vanidad de cuantos no lo poseemos.

El soberbio se cree dueño de la verdad y de la virtud, lo que tal vez nos resultaría más risueño que peligroso si fuésemos capaces de ignorar su violento empeño por imponerlas. Sin embargo, es peligroso y no sería prudente desdeñar esa amenaza.

Por eso mismo la sin-razón merece ser elogiada, estar felizmente dispuestos a reconocer que carecemos de razón, o al menos de toda ella, y merece ser elogiado que el saber que da cuenta del mundo es solo aquel al que accedemos y conquistamos de manera solidariamente cooperativa. Preferir esos bienes es tal vez aquello a lo que sabiamente se refería Pascal al decir que “el corazón tiene razones que la cabeza no entiende”. Tal vez eso sea la cordura. O al menos una parte de ella.

 

*Publicado originalmente en El Hilo de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.

Sobre el autor

Carlos Álvarez Teijeiro

Doctor en Comunicación Pública por la Universidad de Navarra (España). Profesor titular de Ética de la Comunicación en la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.

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