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Ética para sonámbulos

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Hay quienes caminan dormidos y hay cuantos duermen caminando, dos estilos diametralmente opuestos de sonambulismo que son figura y metáfora de dos éticas rivales, la de la víctima y la del protagonista.

Dos variantes de un mismo y molesto trastorno del sueño son figura y metáfora de dos muy diferentes versiones personales de la comprensión de la libertad y de la acción humana, es decir, de la ética. Con Aristóteles o sin él, lo que parece sensatamente cierto es que dirigimos todas nuestras acciones como parte de un proyecto vital que tiene a la felicidad como destino, y como destino y también camino en las mejores circunstancias. 

Al menos en la siempre dudosa apariencia de casi todo nadie parece elegir libremente la infelicidad y la desgracia. No, no queremos la congoja, la tristeza, la pena, no esperamos la melancolía y el quebranto como puertos a los que arriben nuestros esfuerzos, y precisamente por todo ello luchamos por no rendirnos.

Sin embargo, lo cierto, y lo incierto también y al mismo tiempo, es que algunas de esas desventuradas circunstancias tal vez nos visiten, y el sonambulismo es una respuesta ética ante esa sepulcral adversidad o, mejor dicho, dos tipos de respuesta según la condición eminentemente pasiva o activa del estilo de sonambulismo que frecuentemos, la de quienes caminan dormidos o la de cuantos duermen caminando.

En el “caminar dormido” nos convertimos en ambos términos de la expresión en la forma de un resultado, “somos caminados y dormidos” como por otro distinto del sí mismo. Por el contrario, en la locución “dormir caminando” el yo se mantiene erguido como sujeto de la acción. Son, pues, la ética de la víctima y la del protagonista, la de quien padece y la de quien hace.

En la ética de la víctima el yo es un perpetuo y auto legitimado acreedor del mundo y, de manera muy especial, de los demás: de su amor, su tiempo, su atención y sus recursos materiales. El universo todo está en deuda con nosotros, pero dado que cuanto se nos conceda habrá de resultarnos siempre insuficiente en atención a nuestros casi infinitos méritos, la deuda permanecerá eternamente imposible de saldar, y nosotros de continuo víctimas insatisfechas, resentidas y rebeldes. En efecto, y por extraño que resulte, ser víctima es la paradójica condición afortunada de quienes desisten del arriesgado ejercicio de la libertad.

Bien por el contrario, la ética del protagonista propone e invita a una visión del presente y del futuro como sujetos de conquista y cuidado que no se ve menguada por constatar las limitaciones de todo lo que está a nuestra disposición, casi siempre de forma escasa, en especial nosotros mismos, los primeros que andamos en escasez con respecto a lo que de suyo nos falta y que solo los demás pueden entregarnos, pero siempre en la forma del regalo y no de la deuda.

En efecto, ser persona es ante todo ser escaso de sí mismo y de los demás, pero de una escasez amable y esperanzada, una carencia a la que se responde en el “podría ser” del protagonista y no con el “imposible” de la víctima, en el “casi siempre” y no en el “jamás”, en el “¿por qué no?” y no en el “¿por qué?”.

En el fondo, toda ética guarda relación con el tiempo pues en él transcurren cada una de nuestras acciones, y cada vez que decidimos una línea temporal nos arriesgamos a ella descartando no solo otras, sino todas las demás. Y bien aconsejaban al comisario de Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi aquello de “deje ya de frecuentar el pasado, frecuente el futuro”. Los protagonistas lo frecuentan, lo persiguen, lo anhelan, lo auguran, lo eligen y lo imaginan libremente y como premio, las víctimas tan solo lo padecen como castigo en su mar de irremediables llantos.

Publicado originalmente en El Hilo de la Escuela de Posgrados en Comunicación (Universidad Austral)

Sobre el autor

Carlos Álvarez Teijeiro

Doctor en Comunicación Pública por la Universidad de Navarra (España). Profesor titular de Ética de la Comunicación en la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.

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