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La grieta omnipresente

El negocio de la grieta
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El negocio de la grietaTendemos a pensar que las personas se resisten al cambio. En realidad, nadie se resiste a cambiar cuando tiene todo por ganar. Nos resistimos a las pérdidas que tenemos que afrontar en caso de implementar un cambio porque, claro, todo cambio implica esfuerzos, costos y sacrificios. Y no todos ganan. Argentina no cambia, y no es porque falten buenos objetivos, sino porque no abordamos las pérdidas del cambio, y al no hacerlo, dejamos todo servido para que los ganadores del statu quo logren frenar cualquier avance.

Como cambiar duele, muchos grupos de interés encontraron que la grieta era un mecanismo insuperable para mantener las cosas como están. Evitar los cambios implica evitar pérdidas. Por eso, la grieta se convirtió en un buen negocio para ellos. Veamos un ejemplo: al mirar al sistema económico argentino nos encontramos con anomalías muy grandes que no tienen ningún soporte ideológico. El país decidió que los impuestos los paguen principalmente las empresas. Entonces, cada jurisdicción (nación, provincias y municipios) fue agregando un peso más en sus ansias de recaudar, hasta sumar casi 170 impuestos que, en conjunto, se llevarían toda la rentabilidad empresarial y habría que pagar plata para tener una empresa en regla. El sistema argentino es tan absurdo que invalida el artículo 17 de la Constitución, que defiende la propiedad privada.

Por diseño, no debería haber empresas. Las hay porque hemos aprendido a manejarnos en un gris regulatorio y fiscal, cuyo precio fue el estancamiento de décadas y el aumento irrefrenable de la pobreza. No sorprende que no se crearan empresas formales entre el 2011 y el 2022, que no hayamos recuperado el 10% que perdimos durante la pandemia, y que tengamos uno de los menores números de empresas cada mil habitantes de la región.

¿Quién en su sano juicio puede sostener que se deben cobrar más de 40 tasas municipales e impuestos a las empresas (ninguna los recibe todos ya que depende de las jurisdicciones en las que opere)? ¿Quién puede oponerse a que haya empresas (la ley impositiva actual invalida la propiedad privada de los medios de producción)? Si es tan obvio ¿por qué no se implementan las reformas? Y la respuesta es porque no abordamos adecuadamente las pérdidas que implica generar cambios, dejando todo servido para que los ganadores del statu quo celebren que sigamos así.

La raíz de este sinsentido reside en la imposibilidad de acuerdo entre los niveles municipal, provincial y nacional. Reducir la cantidad de impuestos a cuatro o cinco que se cobren a nivel nacional y otro par a nivel provincial implicaría ponernos de acuerdo en la forma como distribuir la recaudación de manera automática entre jurisdicciones, al margen del partido político que representen. Nadie quiere asumir ese riesgo. En un país marcado por la desconfianza, los municipios y las provincias se van a oponer fuertemente a un cambio así. Sin posibilidad de generar caja, los deshonestos pierden incluso más, al imposibilitar las decisiones discrecionales y los aprietes con miras electorales.

A su vez, hay empresarios que luchan por pagar los impuestos y hay empresarios que basan sus ventajas competitivas en la evasión. “Total, si son impagables”, se justifican. A ellos el cambio les molesta mucho, porque una simplificación impositiva real y una baja de la carga los dejaría brutalmente en evidencia, y serían mucho más punibles por el fisco.

Podríamos seguir listando ganadores del statu quo, desde abogados laboralistas, pasando por contadores, sindicalistas y hasta inspectores de impuestos, etc.

La mayor parte de la población quiere un sector empresarial vibrante, pero si no abordamos y enfrentamos las pérdidas del cambio, en este caso a través de una reforma fiscal, ese cambio no va a suceder nunca. Si los cambios se imponen están condenados al fracaso: durante el próximo gobierno, los perdedores del cambio revertirán las iniciativas. La pretensión de tener toda la verdad y de cavar una grieta es funcional a una lógica pendular donde los supuestos salvadores de la Patria vienen a refundar el país, cada cuatro u ocho años. Ese mecanismo es también una de las causas de nuestra decadencia, al inhibir las posibilidades de crear valor en el tiempo por los constantes cambios en las reglas de juego.

Saltar la grieta y construir un país en común es un llamado que convoca a todos, aunque no es para cualquiera. El silencio manso de la gran mayoría de argentinos que queremos un país bastante parecido le es funcional a los gritones de la grieta. Está en nosotros cambiar esa dinámica y cortarles el negocio, que no hizo más que empobrecernos a la gran mayoría. Es urgente y es ahora.

 

#Autores de “El negocio de la grieta: cuando los acuerdos parecen imposibles”

Sobre el autor

Roberto S. Vassolo y Santiago A. Sena

Roberto S. Vassolo: Economista (UCA), PhD in Strategic Management (Purdue University), Profesor Titular, IAE Business School, Universidad Austral.
Santiago A. Sena: Lic. en Filosofía (UCA) y PhD en Dirección de Empresas. Es profesor en el IEEM, Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo

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