La Lumen fidei, única encíclica escrita por dos papas, el papa Francisco y el papa Benedicto, insiste en que «la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del ser humano» (n° 4). El documento recuerda que la Palabra de Dios no es algo ajeno a los seres humanos, sino que, de alguna manera, está inscrita desde siempre en su corazón. El Dios que llama a creer es mismo Dios «que es el origen de todo y que todo lo sostiene» (n°11).
La fe puede aspirar a ser una luz para la realidad completa, porque el Dios que llama por medio de su palabra es el mismo que ha creado todo: nada le es ajeno. La luz de la fe, entonces, es capaz de iluminar y orientar la vida humana completa; la fe no es un obstáculo para ver; ella permite ver la realidad de manera más clara. Si el Evangelio ilumina toda la realidad, también ilumina la realidad empresarial, no para hacerla fracasar o para ser un obstáculo, sino para llevarla a su auténtico desarrollo. Pero, ¿es legítimo integrar principios de fe en la manera de organizar una empresa en la que participan tantas personas que no comparten nuestra fe?
Todos los que conformamos la sociedad tenemos ciertas convicciones: qué es el desarrollo, qué es la justicia, qué es, en definitiva, el ser humano. Nadie carece de una antropología; quienes no profesan la antropología cristiana profesan –consciente o inconscientemente– otra antropología. Incluso la afirmación del que dice: «A mí no me interesa la filosofía, porque soy un hombre práctico, que sólo me guío por resultados cuantificables», supone la opción filosófica y antropológica de reducir la realidad a ciertos resultados cuantificables.
Entonces, si creemos que la fe es una luz, creemos también que esa luz es capaz de iluminar no sólo la vida de los creyentes, sino la de todos los seres humanos. Por eso la Doctrina Social de la Iglesia ofrece su orientación a toda la sociedad y, por lo tanto, a la actividad empresarial.
El Hijo de Dios asumió la humanidad completa, por ello, la fe cristiana tiene que ver con todos los ámbitos de la vida. Simplificando mucho las cosas, podríamos decir que el Evangelio tiene consecuencias que afectan la voluntad y otras que afectan la inteligencia humana.
Las implicancias para la voluntad son evidentes: el Evangelio nos exhorta a querer el bien, a buscar el bien, no sólo para nosotros, sino para todos. Buscar el bien, el bien común, evitar las malas prácticas, orientar la vida de acuerdo con la ética, etc.
En cambio, las implicancias del Evangelio para la inteligencia parecen menos evidentes y, por ello, es razonable insistir en ellas. Al decir que la fe repercute en la inteligencia, decimos que la fe permite comprender, permite ver, la realidad de un modo más profundo. San Agustín decía: «El que cree, ve más». Así, la fe permite comprender mejor la vida humana y, en consecuencia, la vida empresarial.
Los principios fundamentales que aporta la antropología cristiana son el valor de la dignidad humana y del bien común. Ahora bien, ¿cómo pueden ponerse en práctica estos principios para que sean operativos en la vida de una empresa? Naturalmente, estos principios deben estar presentes en las decisiones de cada líder empresarial cristiano.
Sin embargo, la Doctrina Social de la Iglesia también debe estar presente en la estructura y cultura de las empresas. El gran desafío consiste en integrar los principios fundamentales en la estructura y en la cultura de una empresa. Ambos aspectos, el individual y el institucional, son necesarios. ¿Cómo integrar orgánicamente una visión cristiana del ser humano en la actividad empresarial?
Un camino –entre muchos– para integrar la centralidad de la dignidad humano y del bien común a la gestión empresarial es su incluir estos principios en la planificación estratégica, en los indicadores de desarrollo, en las maneras de evaluar e incentivar a los que están relacionados con la empresa. ¿Cómo medimos la marcha de una empresa? ¿Qué indica que las cosas van bien?
La elección de los indicadores que orientan la marcha de una empresa –que parece una decisión meramente técnica– implica opciones éticas cruciales, pues los indicadores seleccionados implican qué realidades son valiosas para una empresa. Por ejemplo, si se integran indicadores como el clima laboral, el cuidado del planeta, la contribución social, la responsabilidad social de la empresa, los cursos de perfeccionamiento para los trabajadores; etc., la empresa orienta sus esfuerzos de manera más coherente con la dignidad humana y el bien común.
La manera de evaluar orienta la gestión de una empresa: si decimos que queremos trabajo en equipo, pero nuestro modo de evaluar fomenta la rivalidad, la manera de evaluar fomenta un trato menos humano. Para algunas ideologías, los seres humanos son adversarios; para otras, son competidores. Para la antropología cristiana, no somos enemigos, ni competidores, sino hermanos y hermanas.
Para finalizar, se propone una pregunta para reflexionar: ¿Qué indicadores y qué sistemas de incentivos son más coherentes con la antropología cristiana?, es decir, ¿qué indicadores e incentivos favorecen la dignidad humana y el bien común?
*Publicado originariamente en la web de la USEC, Unión Social de Empresarios, Ejecutivos y Emprendedores Cristianos de Chile.