Encuentro Anual ACDE 2022

Meritocracia

Hombre corriendo una carrera - Meritocracia
Escrito por Lucas Grosman
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La meritocracia consiste en un sistema que trata de alinear mérito con recompensa.

Acabamos de ver un video donde se preguntaba ¿Qué valores debería premiar nuestra sociedad?”. En el último testimonio, una señora respondió: “Estudiar, trabajar, ir por un futuro mejor”. 

Quiero enfatizar, en esta respuesta, el verbo, la acción: ir por un futuro mejor. Hacer cosas para que ese futuro llegue: no esperarlo, sino ir a buscarlo.

Este concepto es muy importante para entender el mérito y la meritocracia. Porque la meritocracia se vincula con la acción: con juzgarnos no por lo que somos, sino por lo que hacemos

Es por eso que la meritocracia se alza contra la aristocracia, una forma de organización social que se centra en lo que somos, en nuestro linaje, nuestro apellido, nuestro origen. En la aristocracia, los privilegios se heredan. En la meritocracia, las recompensas se ganan. 

Para entender este contraste, cabe recordar una nota que escribió en el diario La nación la escritora Pola Oloixiarac hace casi dos años, llamada Santiago Cafiero, galán tóxico de sangre azul. En esta nota, acusaba a Santiago Cafiero, por entonces jefe de Gabinete, de ser un aristócrata, es decir, alguien que había llegado al poder no por sus méritos, sino por su linaje. No importa si la crítica era fundada o no, eso lo dejo a juicio de cada uno de ustedes; el punto es que hoy creemos que la sangre azul no es condición ni necesaria ni suficiente para acceder a un puesto de poder, y esto es consecuencia de la meritocracia. Una crítica así, más allá, insisto, de que la crean fundada o no, solo es concebible a la luz de la cultura de la meritocracia. 

Ahora bien, mérito y recompensa quieren decir cosas distintas en contextos distintos. La recompensa puede ser, según el caso, ser designado en una posición de liderazgo político o social, recibir una remuneración, recibir un premio.  

Y el mérito también quiere decir distintas cosas en distintos contextos. 

En política: habilidad para conducir la cosa pública, para tomar decisiones en pos del bien común interpretando las preferencias de la mayoría al respecto. Por eso, la M en este ámbito está estrechamente vinculada a la democracia, que es el mecanismo que mejor traduce las preferencias mayoritarias.    

En el ámbito económico, el mérito consiste en producir bienes y servicios por los que otras personas están dispuestas a pagar. Por eso, en este ámbito la meritocracia está estrechamente vinculada a alguna forma de mercado, entendiendo al mercado como un mecanismo que transmite al productor las preferencias de los consumidores y le permite, con esa información, adaptarse y ajustarse a esas preferencias.

En otros ámbitos, sin embargo, la meritocracia no tiene nada que ver con el mercado. Por ejemplo, a la hora de asignar premios artísticos, el concepto de mérito resulta independiente de las preferencias de los consumidores o, para el caso, del público. Ni la opinión de la mayoría ni su voluntad de pago resultan especialmente relevantes. Lo mismo ocurre en el ámbito académico, donde el mérito se vincula con la habilidad para generar y transmitir conocimiento, una habilidad que en ocasiones puede no ser apreciada por los consumidores o por las mayorías políticas. 

Es decir que meritocracia quiere decir distintas cosas en distintos ámbitos, dependiendo de cuál sea la función que la institución en cuestión cumple en nuestra sociedad. 

Pero más allá de estas diferencias, la meritocracia siempre tiene un enemigo en común: la asignación de posiciones o premios por razones distintas del mérito. Si un país elige a sus jueces no por su capacidad para resolver casos jurídicos, sino por su lealtad al poder político, está faltando a la meritocracia. Si una universidad admite a los estudiantes no en función de su potencial académico, sino en virtud de su raza, está faltando a la meritocracia. Si una empresa remunera a sus empleados no en virtud de su productividad, sino en función de su sexo, está faltando a la meritocracia. La meritocracia se opone a todas estas distorsiones. La meritocracia trata de desterrar todo aquello que nubla, que entorpece la retribución del mérito. 

De esta manera, la meritocracia está estrechamente vinculada a la generación de incentivos correctos: al premiar el mérito, la meritocracia nos estimula para que cultivemos el mérito, para que lo desarrollemos, y para que aboquemos nuestros esfuerzos a las tareas en las que somos meritorios.   

Una sociedad que le da la espalda a la meritocracia es una sociedad que no está incentivando a sus integrantes de la manera adecuada. Una sociedad que le da la espalda a la meritocracia es una sociedad que elige líderes políticos que no buscan o que no saben encontrar el bien común; jueces que no hacen justicia; empresas que no producen aquello que los consumidores quieren comprar. 

Cuando la vemos en estos términos, es fácil advertir que la meritocracia es más justa y más eficiente que la aristocracia. Las chances de tener líderes idóneos aumentan cuando el mecanismo de designación se basa en mecanismos meritocráticos que identifican características relevantes para el puesto en cuestión.  

Pero si es tan virtuosa, ¿quién se opone a la meritocracia? 

En ocasiones, los que se oponen son los que añoran alguna forma de aristocracia que los dejaba mejor parados. O los que valoran no el mérito sino la lealtad como virtud suprema. Es verdad que en algunos contextos la lealtad es un valor importante, pero en otros, no es más que el mecanismo que eligen los líderes para perpetuar su influencia. Es típico de líderes que temen que alguien surgido de mecanismos de designación meritocráticos opaque o haga sombra a su liderazgo.

Pero en otros casos las críticas a la meritocracia son más ilustradas y responden a una auténtica vocación de lograr una sociedad más justa.  

Entre estas últimas, contaría sin dudas a la crítica de Michael SANDEL, profesor de filosofía de Harvard, en su libro La tiranía de la meritocracia.  

Este libro incluye dos críticas fundamentales. La primera es que en EEUU no se logró erradicar la impronta aristocrática, porque la familia, la clase social, pesa demasiado en la capacidad de desarrollar y potenciar los talentos, dada la forma en que funciona el sistema educativo. 

En otras palabras, la línea de partida no es igual para todos. 

Es el típico problema que enfrentamos cuando erradicamos desigualdades formales, pero debemos convivir con desigualdades informales, materiales, que son más persistentes, que están más insertas en prácticas sociales, y que se caracterizan por dinámicas autorreproductivas. Si soy rico puedo pagar una educación mejor, lo cual determina que sea aún más rico, y así sucesivamente, reproduciendo ventajas y privilegios y pasándolos de generación en generación.  

Sin dudas debemos estar atentos a estas dinámicas y, aunque no sea fácil, debemos tratar de morigerarlas o erradicarlas. Esto típicamente se logra ampliando el acceso a las instituciones que son especialmente relevantes para desarrollar nuestro talento.  Seguramente las discusiones de este bloque nos permitirán reflexionar sobre esta cuestión.   

Pero SANDEL tiene una segunda crítica. La retórica meritocrática habla de carrera, línea de partida, ganadores y perdedores. Si solo hay algunos ganadores, eso nos deja un tendal de marginados, excluidos, resentidos.

Y acá, lo que plantea SANDEL es que deberíamos entender que hay muchas formas valiosas de contribuir a la comunidad. Que no se trata necesariamente de llegar, ganar, ser el primero, ser el mejor, sino de algo mucho más amplio e inclusivo, con espacio, potencialmente, para que todos los miembros de la comunidad se sientan útiles, valiosos y dignos de respeto.  

Creo que esto es sin dudas relevante, y debe ser atendido. Ninguna sociedad se mantendrá cohesionada y logrará un progreso duradero con armonía social si una parte sustancial de su población se siente alienada y despreciada por otra, si no logra sentir que su contribución vale y es merecedora de respeto. 

Esto es especialmente cierto cuando, como vimos, la línea de partida no es igual para todos, pero si SANDEL tiene razón, es un problema relativamente independiente del anterior, un problema que radica en que la definición de mérito en ocasiones puede ser demasiado estrecha y excluyente.  Acaso esta idea de ganadores y perdedores, de carreras con líneas de partida y líneas de llegada, no sea la mejor manera de concebir las distintas maneras en las que distintas personas contribuyen al progreso de su comunidad. 

Creo que esta preocupación nos debería invitar a reflexionar sobre qué consideramos meritorio en nuestra sociedad, y a cuestionarnos si esa definición es justa y es suficientemente amplia. 

Pero yo insistiría en que esta indagación no nos debería llevar a perder de vista la importancia de mantener esa enorme virtud de la meritocracia que es, como dije, la de generar incentivos correctos. Ninguna sociedad llegará muy lejos si no promueve que el talento y el esfuerzo de cada uno de nosotros se encaminen hacia aquellas cosas que los demás valoran. Ninguna sociedad puede progresar si mérito y recompensa no están suficientemente alineados. 

Y me atrevo a afirmar que, en esta dimensión, nuestro país enfrenta un desafío mayúsculo. Nos aqueja un enorme déficit meritocrático.   

Confío en que este bloque arroje algo de luz sobre este desafío. A continuación, compartiremos distintas visiones, distintas experiencias, distintos logros y dificultades. Es testimonios, estos diálogos, nos deberían ayudar a entender mejor dos cosas: 1) qué es lo que hoy premiamos los argentinos, y 2) qué es lo que deberíamos premiar. En otras palabras, cuán lejos están nuestras prácticas de nuestras aspiraciones y, por ende, qué tenemos que cambiar para ser ese país con el soñamos.

# Ponencia de Lucas Grosman, Rector de la Universidad de San Andrés, en el Encuentro Anual ACDE 2022.

Sobre el autor

Lucas Grosman

Abogado por la UBA y Master of Laws (LL.M.) y Doctor in the Science of Law (J.S.D.) por Yale University. Es Rector de la Universidad de San Andrés.

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