Justifiquemos el título del artículo: construir consensos no es una opción más, sino la única alternativa disponible si queremos prosperar como país. Durante décadas, Argentina apostó por un modelo bicoalicionista donde cada grupo tuvo una pretensión de verdad absoluta. Así, las diferencias se tornaron en posturas impedidas de dialogar con los diferentes. Ellos fueron parte del problema, mientras que nosotros representamos la solución. Cada vez que un partido llegó al poder pretendió refundar al país, desarmando lo anterior y proponiendo lo nuevo. Este mecanismo generó inestabilidad, dado que ninguna política de largo plazo se puede construir sobre una refundación constante. La volatilidad institucional se tradujo en inseguridad jurídica, incertidumbre económica, desconfianza y, como consecuencia, mayor pobreza y menor desarrollo. Por eso, ese modelo caducó. Imponer la verdad, por más puras que sean las intenciones, no es la manera. Hay que construir consensos que trasciendan la alternancia en el poder.
En nuestro primer artículo mostramos la magnitud del desafío del cambio y que el statu quo tiene ganadores, que son los que más se oponen a saltar la grieta. En el segundo, mostramos que, aunque no queramos cambiar nada, la tercera y la cuarta revolución industrial le firmaron el certificado de defunción al modelo jurídico-económico del país. Si no hacemos un cambio profundo, nuestro destino es una decadencia progresiva y crecientemente pronunciada como nación. Pero no todo está perdido: hay esperanza. ¿En qué reside? En que hay un camino de salida, que consiste en un método para buscar soluciones al sinnúmero de desafíos que debemos enfrentar.
¿Qué debemos hacer? No lo sabemos nosotros, como no lo sabe nadie. La lógica de mesías salvadores con verdades absolutas nos trajo hasta acá. No se trata de definir el qué, sino de explicar cómo es posible construir acuerdos entre grupos que piensan sinceramente diferente.
Hay muchas pautas que se pueden seguir para abordar los problemas complejos, pero enfoquémonos en solo tres recomendaciones.
Primero, es fundamental despersonalizar y poner el problema en el medio. La grieta nos habituó a buscar culpables. Si las cosas no salen, la culpa tiene que estar en algún agente perverso, en alguien que tiene intereses ocultos egoístas y autoritarios, que (obviamente) nunca es de los míos. Buscar culpables es cómodo y refuerza nuestra identidad como grupo, a la vez que es el mejor camino para no llegar a ningún acuerdo. Si los demás son tan malos, sólo nuestro grupo es capaz de traer soluciones, que por su naturaleza serán parciales (y, como consecuencia de esto, probablemente inefectivas), y seguramente serán revertidas cuando cambie el nombre de quien ostenta el poder.
Segundo, hay que definir el problema y explorar posibilidades de abordarlo incluyendo los aportes de todos. Sostener el problema en el medio es difícil, porque todo cambio implica pérdidas y nadie, nunca, quiere perder nada. Por eso, para sostener el problema es necesario construir ambientes contenedores. ¿Qué es esto? Ámbitos mínimos de confianza. Para hacerlo hay que empezar por matar lo que nosotros denominamos “el modo Twitter”, que es un tipo de construcción combativa donde no nos abrimos al disenso desde una actitud de escucha, sino que nos cerramos detrás de sesgos cognitivos, convencidos de lo que tenemos que opinar y sobre a quién debemos combatir incluso antes de leer cualquier argumento. La confianza, además, requiere dar la cara. Pero también requiere compartir, desde un asado hasta una cerveza, con quien piensa destino. Tenemos que salir al encuentro de los demás e ir a aquellos lugares a donde me incomoda ir para ver cómo viven, crecen, piensan y trabajan los que, en los papeles, no son de mi grupo. Sólo desde ese nivel mínimo de confianza seremos capaces de incluir sus opiniones de manera constructiva, tanto para la definición como para el abordaje de los (muchos) problemas que tenemos.
Finalmente, es necesario sostener el conflicto de una manera productiva. No necesitamos menos disenso, necesitamos mejor calidad del debate. Consensuar no implica aniquilar la diversidad, sino lo contrario: se enriquece en el pluralismo. Por eso, hay que invitar a participar de los debates a personas con perspectivas diferentes, incorporando a los que son afectados por las posibles soluciones a los problemas que queramos resolver. Sostener el conflicto que surge inevitablemente cuando se enfrentan perspectivas es desgastante. Por eso, nunca hay que perder de vista el propósito que le da sentido a tamaño esfuerzo. Como decía, con mucha razón, Nietzsche: quien tiene un qué por el cual vivir, es capaz de soportar casi cualquier cómo. El propósito debería ser la posibilidad de construir un país donde nuestros jóvenes no se escapen porque les brinde posibilidades de desarrollo y los ilusiones a crecer y soñar. Es posible.
Estas pautas son una generalidad. Una generalidad de la que nos hemos ido alejando paulatinamente durante los últimos años. El desafío, y la invitación, es a recorrer este camino de apertura y encuentro, única forma posible de construir consensos duraderos para el desarrollo del país.
#Autores de “El negocio de la grieta: cuando los acuerdos parecen imposibles”
Me parece excelente el planteo de mis colegas y amigos Roberto y Santiago. Creo que un primer paso, en que ACDE podría ayudar, seria definir de que se trata la grieta, o sea cuales son los conceptos enfrentados y quienes lo representan a nivel país, para poder sentarnos en una mesa a intercambiar opiniones al respecto. Seria un gran aporte. Alguna vez he planteado en ACDE el tema. Encantado me sentaría ha hablar del tema.