Enrique Shaw

Semblanzas de Enrique Shaw. Convicción

Escrito por Ignacio Gorupicz
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Una forma de conocer a Enrique Shaw es a través de las vivencias de aquellos que compartieron su vida. Estos textos buscan reflejar distintas facetas de Enrique Shaw a través de una selección y ordenamiento de textos de su causa de canonización. Estos textos han sido tomados en forma literal, no hay edición, pero si intercalado de oraciones de distintas personas. He buscado excluir opiniones y datos descriptivos, de modo de que quede solo lo que Enrique hacía, decía y sentía. Para cada historia de Enrique, menciono a los distintos autores que la escribieron entre paréntesis.

 Último discurso en IDEA (de Jorge Aceiro)

Entre 1959 y 1960 los líderes de las grandes corporaciones de EEUU intercambiaron información sobre las empresas mejor manejadas y cuál era la razón de su éxito. El resultado se conoció como «Presidents Panel Report». Se le encomendó a IDEA la coordinación de una reunión en la Argentina de empresarios de ambos países. La reunión se realizó en junio de 1961 en el Hotel Provincial de Mar del Plata. Se llamó «Conferencia para presidentes».

El primer expositor comenzó la reunión con la idea básica de que el objetivo de la empresa era la ganancia, y esto no podía cuestionarse, pero que era obligación del dirigente tener en cuenta otras cosas porque la empresa vivía en una comunidad, pero insistiendo que no podía olvidar su fin principal que era obtener ganancia sin la cual no podría subsistir.

Recuerdo como si fuera hoy la última intervención de Enrique, de un modo firme y tajante dijo:

«la sociedad llama prostituta a la mujer que usa como fin lo que Dios le dio como medio. Una sociedad, un país, una empresa cuyo objetivo es la utilidad, es una sociedad o una empresa prostituida. Ciertamente ese no es ningún ejemplo para el mundo

Primera vez preso (de Cecilia Bunge de Shaw y Roberto Dormal Bosch)

Estábamos con Enrique en Estados Unidos en el año 1954, y nos enviaron varios telegramas diciéndonos que nos quedáramos allá por que lo iban a encarcelar.

Enrique dijo: «Yo soy argentino, y ese es mi lugar«. Al poco tiempo de llegar lo detuvieron.

Cuando estuvo preso, Cecilia me pidió que, como abogado, fuera a intentar ver a Enrique. Estaba en la sección especial donde se torturaba. No me dieron permiso de pasar, pero insistí y lo dejaron acercarse a él, lo vi y él me saludó. Fue preso por ser director del diario “El Pueblo”. Estaba en la sección especial donde se torturaba. Le pusieron una luz muy fuerte en los ojos y lo interrogaron las 36 horas.

Primeras reuniones de ACDE (de Ricardo A. Diez Peña)

Recuerdo que la primera vez que yo fui a una reunión de ACDE en la sede de la Acción Católica, después del verano. Vi que había un aviso pequeño pegado en la ventana, típico de la policía de más o menos de 15 cm de altura por 20 de ancho, que decía que no podía haber reuniones en ese sitio. No se mencionaba leyes, solo decía que no se podían hacer reuniones. Pero a pesar de todo se hicieron las reuniones normalmente.

Del lado de la justicia (por Elsa Delia Lapeyriére)

Se trabajaba mucho y se respetaba mucho. Una vez una obrera me quiso hablar privadamente, para contarme que un superior había querido abusar de ella. La llevé a decirlo enfrente de Enrique Shaw. Y él dijo: “Hay que despedirlo e ir a juicio hasta las últimas consecuencias”.

Atravesábamos la peor época de ese gobierno. Despedir a un obrero era como ahorcarse: el sindicato no permitía nada.

Compartiendo su Fe en todo lugar (de Vicente Subiza y Recaredo Vázquez)

 Sus destinos fueron en su mayoría en el extremo Sur del país. Se lo veía a veces sentado en un cajón, dando catequesis en horas libres en alguno de los galpones.

Me tocó relevar a Shaw en el rastreador Parker, buque pequeño destinado a la dura tarea de patrullar Tierra del Fuego.  Enrique había enseñado catecismo a un grupo de marineros y conscriptos en un pequeño depósito de municiones. En lugar de caer en el ridículo, ya que ese tipo de apostolado ofrecía dificultades incluso para los Capellanes, supo hacerse querer y respetar por toda la tripulación. Los hombres de abordo estaban impresionados con aquel joven oficial, conocido por su alta jerarquía social, que se sentaba sobre un cajón de madera a conversar con rudos muchachos, muy difíciles de orientar hacia ese terreno.

Se sabe que participó también en las actividades de la Iglesia de Ushuaia, ayudando al Párroco.

Con justicia y caridad (de Leonardo de Luca)

 Durante el viaje de regreso del Rastreador Bouchard desde Ushuaia Buenos Aires, un marinero de la tripulación denunció que le habían robado una manta; la reacción del Sdo. Comandante Shaw fue muy enérgica: determinó arrestar a toda la tripulación al llegar el buque a Buenos Aires, de no presentarse voluntariamente el culpable.

Algunos de mis camaradas me pidieron que fuera a ver al Sr. Sdo. comandante para tratar de revertir tan drástica medida. Al siguiente día el Sr. Sdo. Comandante Shaw hizo reunir a toda la tripulación en la camareta de cabos principales y nos habló: “ha llegado a mi conocimiento, circunstancias limites en las cuales una persona sana puede cometer actos censurables obligado por las circunstancias.  Voy a levantar el castigo que impuse a la tripulación, pero antes les voy a pedir que presten un juramento de que, en este buque, mientras yo sea Sdo. Comandante, jamás se ha de cometer un robo y ante cualquier situación, por difícil que sea, vendrán a consultarme. Yo trataré de solucionarles el problema, pero nunca por ningún motivo cometerán Uds. un acto ilícito”.

Todos los presentes prestamos juramento emocionados; también lo estaba el Sr. Sdo. Comandante. La tripulación le ofreció un copetín de despedida y se le obsequió un jarrón de cerámica decorado a mano con la siguiente leyenda:  Con justicia y caridad; frase que siempre pronunciaba el Sr. Enrique Shaw.

Preso por segunda vez en 1955  (de Mercedes Bunge U. de Norman, Leonardo de Luca, Carlos Joaquín García Diaz, Cecilia Bunge de Shaw, Cecilia Shaw, Roberto Bonamino y Juan Cavo)

 Aceptó entrar a la Junta de Acción Católica en 1955, teniendo el conocimiento perfecto que eso le iba a valer la prisión.

Entraron tosiendo al cuarto a las dos de la mañana y prendieron la luz y yo lo sacudía a Enrique y no lo podía despertar por lo profundamente dormido que estaba.  Era tan tranquilo, sabía lo que iba suceder y estaba tranquilo y sereno.

Cuando lo tomaron preso, primero pidió permiso. Los reunió a Cecilia y a sus hijos, y se puso a rezar antes que lo lleven.

Caímos presos todos los que estábamos en la Junta Central de la Acción Católica. La Policía nos buscó en nuestras casas, en medio de la noche y nos llevaron incomunicados a la Comisaría llamada “Orden Político”. Para un empresario era muy malo estar señalado. Mucha gente buena, aún de la Acción Católica, trató de ocultarse y desaparecer durante ese tiempo. Enrique no hizo nada de esto: no quiso hacerlo a pesar de los rumores y comentarios sobre la persecución religiosa.

Nos pusieron en una habitación grande, salvo a Sara Mackintosh, por ser mujer y a Enrique también en otra habitación, por tener grado militar. Para Enrique Shaw, la incomunicación fue más rigurosa; por lo que sólo ocasionalmente lo veíamos cuando aparecía en el minúsculo patio, con su aire sereno y su dominio de sí mismo, mientras practicaba su gimnasia matutina, reminiscencia de sus años de oficial de la Marina. Apreciábamos su espíritu comunicativo, que confortaba sin pausa e infundía en toda una sensación de esperanza. Enrique hacía gimnasia todos los días. Salto de rana, muchos ejercicios practicados en la Marina.

En la comisaría donde quedaron detenidos, eran 16 personas en un cuarto. Le llevé un colchón porque me enteré de que dormían en el piso y él se lo dio a otra persona, le llevé otro y otro hasta que al final lo pusieron atravesados y durmieron de a tres.

Un día fue Cecilia con todos sus hijos. Fue tal el reclamo, que el Comisario dejó pasar solamente a los chicos. Lo primero que Enrique le dice a su hija es: “¿Cómo está Mamá? Decile que no se asuste. ¡Gracias por los sandwiches!”. Estaba muy pálido, con unos bigotes espantosos.

A Enrique se le caían las lágrimas. Se puso de rodillas para abrazar a los más chiquitos. Hacia un frio espantoso, fueron once días en que estuvo preso.

Tiempo después, Enrique ayudó al que fue el responsable de encarcelarlo. Cuando cayó el gobierno arrestaron a ese comisario, y Enrique lo fue a visitar a la cárcel y lo ayudó acompañándole y hablándole.

Sobre el autor

Ignacio Gorupicz

Socio en McKinsey & Company. MBA Stanford University. Master en Finanzas UTDT. Contador y Licenciado en Administración (UBA). Vicepresidente Primero ACDE y Presidente del Encuentro Anual ACDE 2021.

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