Hace algunas semanas recibí y escuché, como la mayor parte de los socios de ACDE, el podcast del asesor doctrinal, padre Daniel Díaz, invitándonos a recuperar la vocación misionera, a renovar el encuentro con el otro para construir una sociedad en la que reinen los valores del Evangelio.
Y mientras lo escuchaba se iluminó una de esas frases que me quedaron “picando” de leer con tanto gusto los documentos fundacionales de nuestra asociación.
“En Buenos Aires, a 3 de diciembre del año del Señor de 1952, día de San Francisco Javier…”.
Así nació ACDE. En términos de ADN podríamos decir que estas son sus primeras moléculas. Antes que se pusiera el primer punto del Acta de Constitución, antes que se tomara el primer respiro en el impulso creador, en el segundo renglón constitucional se hace constar que ACDE nace en la fiesta de San Francisco Javier. Agregaría que no en cualquiera. En la que, precisamente, conmemoraba el cuarto centenario de su fallecimiento, ocurrido un 3 de diciembre de 1552.
¿Pero quién es este San Francisco Javier? Por si hiciera falta presentarlo, podríamos decir que es el patrono mundial de las misiones. Pero decir solamente me sabe a poco y podría ser transformado injustamente en una estampita.
Es que aquel jesuita convertido por el propio Ignacio de Loyola, que recibió en la recién fundada Compañía de Jesús el pedido del Papa de evangelizar las Indias portuguesas, fue un coloso de las misiones en una dimensión que no volvió a verse desde San Pablo a nuestros días y que -cual un Marco Polo de la fe- abrió las rutas (comerciales) del Oriente al Evangelio, llevando el anuncio de Jesús de puerto en puerto, de barco en barco, de pueblo en pueblo, desde Portugal a la India, pasando por Mozambique; desde la India a todo el sudeste asiático (en aquel entonces, las Molucas) y de allí a Japón donde murió frente a las costas de su soñada China, la tierra prometida en la que -como a Moisés- tampoco se le concedió ingresar. Once años y 100.000 km recorridos pasaron desde su conversión hasta su muerte. Netflix no se dio cuenta de lo que se está perdiendo.
En hombros de este gigante, Francisco Javier y en el cuarto centenario de su muerte, nació ACDE. No sabemos si esta circunstancia fue deliberadamente buscada por “el señor Enrique Shaw, iniciador del movimiento y secretario de la Comisión que tuvo a su cargo la concreción de la iniciativa” o si fue pura Providencia. Lo que está claro es que a los fundadores no les pasó inadvertido, porque lo hicieron constar en Acta.
La dimensión misionera en ACDE, tiene rango constitucional. Y así lo reflejó en su vida Enrique Shaw, con esa misma pasión por el anuncio del Evangelio, viajando a lo largo y a lo ancho del país para promover el nacimiento de ACDE en ciudades del interior del país, en los países de América Latina y simultáneamente, en los Estados Unidos. La positio de su proceso de canonización da cuenta de esta condición de verdadero trotamundos del pensamiento social cristiano: “la irradiación de ACDE, suponemos primordialmente por la labor y personalidad de Enrique, también llegó a Nueva York”.
En muchos momentos de sus 70 años, ACDE hizo honor a esta dimensión misionera. La misión empresarial, por ejemplo, fue una iniciativa evangelizadora con la cual ACDE, entre 1991 y 1993 y con el impulso de aquel inolvidable encuentro con el papa Juan Pablo II durante su visita a la Argentina, recuperó una actividad similar que había desarrollado años antes el empresariado chileno, para generar grupos de reflexión misionera sobre los valores cristianos en la vida empresaria. Fueron decenas de grupos y miles de personas que terminaron aquellos meses de intenso trabajo, congregándose en la multitudinaria misa de clausura en el Luna Park. Se le iluminan los ojos a Luis Riva, ex presidente de ACDE y uno de los principales responsables de aquella movida misionera, cuando recuerda ese gran momento de la vida de la Institución. Que no fue el único, pero que sirve de muy buen ejemplo.
Como San Pablo, ACDE podría decir de sí misma: “ay de mí, si no evangelizo”. Porque la Asociación no tiene más ambición “que esforzarse en la difusión y la vida de la Doctrina Social de la Iglesia” y porque “nada importa tanto a los Fundadores, como dar testimonio que para el hombre y los problemas contemporáneos hay un Camino, una Verdad y una Vida enseñados en el Evangelio”.
Ni que hubiera nacido en el día de San Francisco Javier.