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Buenos Aires no se acordaba de la lluvia

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¿Todos estos autos en la calle a esta hora? Si, es fin de año, me hubiese dicho el taxista si conseguía uno. Me garúa finito. ¿Nadie calculó salir antes? Yo tampoco. Llueve más. Y el piloto ¿dónde está el piloto? La sequía me había acostumbrado a un cierto timing pos-pandémico para el subte o el colectivo. Llego tarde. Si, constato. Buenos Aires se había olvidado de la lluvia.

Las padezco. Estas lluvias de casi-verano son como una justa combinación de molestia y bendición. El piloto con olor a encierro se me pega por la humedad, los colectivos me bañan levantando olas sobre la vereda mientras el mío no llega. La parte de bendición, ahora no sé bien cuál es, la pienso un poco de compromiso, imaginando lo que me diría Mariana para no escucharme: tenés que ver las cosas del lado positivo.

Últimamente, me parece que lo repito demasiado o le cuento este secreto a demasiadas personas. Tampoco es que sea un mega-gran-secreto. ¿Cuál? El que dice que suelo escribir cuando estoy molesta o enojada. Cecilia D. lo sintetizó perfecto en el WhatsApp que me mandó. Te debe pasar muy seguido, dada tu alta productividad de textos. Muy bien. Me lo dijo con fraseo de economista, no de psicóloga. Pienso ¿los demás no se enojan? La vida en una gran ciudad te sirve en bandeja muchas oportunidades -o la gente en general, para qué mentir. 

Mariana me manda una nota de Infobae, que dice que los optimistas tienen menos capacidades cognitivas. Debo ser Einstein. No. ¡Pero si soy positiva! Mirá cómo las molestias las convierto en texto; las banales y las existenciales. 

Estoy en el subte. Un sujeto con mochila cargada con ¿ladrillos? gira sobre sus pies con la velocidad de tortuga ninja sin registrar que ese caparazón de poliéster negro es parte de él y asesta sus ¿bulones? en mi costilla de Eva. No pide disculpas porque fue la mochila y no él. O quizás, no se dio cuenta. Un poco de benevolencia, cada tanto, me sobreviene. ¿No? Pero ya escucho como llegan trotando mis pensamientos-haters y se alinean en un scrolleo mental de comentarios odiadores generados por la IA (Intolerancia Abitual). Si, va con hache, pero no es el punto. Me creo que aparento santa paciencia porque no digo ni mu, aunque no me atrevo a mirarme en la ventanilla del subte. Seguro refleja mi ceño fruncido y el masetero contracturado. Ya me costó una muela. Ahí, mi molestia se empieza a transformar en memes mentales. “Hay gente que debería recursar Subte I” como los que se quedan cerca de la puerta desde Congreso de Tucumán hasta Catedral; o en titulares para Crónica “el subte asesina la buena vida”. Este concepto se lo robé a @pato_sclocco. Entre estación y estación mantengo la mirada en la luz oscura de las ventanas. Ya recibiré otro empujón. Busco mejores palabras para el titular de Crónica y reescribo mentalmente “hay asesinos seriales del estrecho espacio inter-corporal de los que transitamos bajo tierra”. Incluí una nota al pie, me digo, son seriales en sentido agregado, porque aparecen uno detrás de otro, no porque sean siempre el mismo. Lo personal es político. Supongo.

¡Ven que soy positiva! Nada, le digo eso a los que me sermonearon el sábado pasado. No se puede hablar de nada. Por eso escribo.  Mi molestia -irrelevante para las grandes cuestiones de la existencia humana- se ha hecho texto.

¿No será un poco cursi hablar de la lluvia? Mmmm ¿Y esa incomodidad? Una voz del pasado me dice: lo vemos en la próxima sesión. No, no hay plata, me dice Milei. Mejor me voy a ver una película. Voy a volver a mirar esa sátira del régimen cubano que se llamaba “Guantanamera”. Estaba genial. ¡Ah! Veo que está en YouTube. Ok. No afecta el dólar tarjeta. ¡Ja! No te puedo creer que la recomendó el economista Jesús Huerta de Soto, el amigo de Milei. Al menos eso dice un usuario de FilmAffinity [Críticas de Guantanamera (1995) – FilmAffinity] Si, claro, me puedo imaginar por qué. Hacía una crítica social y tenía diálogos que burlaban el control burocrático del estado castrista. Pero lo que más recuerdo es que se trataba sobre lo inesperado en la vida -como la lluvia. La muerte aparecía todo el tiempo como el más previsto de todos los imprevistos. Existencialista y tragicómica. Una road-movie en el que un funcionario del régimen intenta cumplir la misión de transportar un ataúd de Guantánamo hasta La Habana. Adolfo, su bigote y su ego dictador rechazan con enojo y frustración todas las irrupciones de la vida misma; rechazan lo que obstaculiza sus objetivos y contradice la mejor planificación -la de él- y la óptima metodología -la de él. Como la lluvia. 

Un amor, un gesto, un insight, un descubrimiento, un comienzo, una inspiración sobrevienen. Advienen, se avienen -como esa lluvia de casi verano.

Sobre el autor

María Marta Preziosa

Dra. en Filosofía por la Universidad de Navarra. Master in Business Administration por IDEA. Investigadora, Facultad de Ciencias Económicas, UCA. Docente en diversas universidades de la región. Consultora. Temas que suele tratar: management, ética, compliance, cultura organizacional entre otros.

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