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El debate ético en la empresa y las instituciones según el ejemplo de Enrique Shaw

Escrito por Marcelo Resico
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Marcelo Resico es Director del Instituto Shaw de Estudios Empresariales (ISEE), UCA.

Extracto de la ponencia en el panel “El mensaje de Enrique Shaw para la Argentina Actual,” Organizada por el Instituto Shaw de Estudios empresariales, ISEE –UCA, el 21 de junio de 2023. Clic acá para descargar las palabras de Marcelo Resico en PDF.

El “Instituto Shaw de Estudios Empresariales” (ISEE), que tengo el honor de dirigir, como se puede apreciar en su página web, nuclea a los investigadores de la Facultad de Ciencias Económicas de la UCA dedicados al estudio de la empresa y su entorno social, económico e institucional. El Instituto desarrolla proyectos de investigación, seminarios, foros y debates y actividades de extensión en torno a sus temas prioritarios de investigación que incluyen:

  1. la ética empresarial y responsabilidad social;
  2. las prácticas de dirección y de gestión;
  3. el desarrollo humano, de talentos y capacidades;
  4. el impacto de las nuevas tecnologías digitales;
  5. y la competitividad sistémica (acuerdo con el World Competitiveness CenterIMD).

Elegí como tema la ética del humanismo cristiano centrada en el servicio. Primero, aplicada a la empresa, y segundo, respecto a cómo esta puede impactar en las instituciones en nuestro país. En ambas cuestiones confluye nuestro interés tanto en un foco importante de la ejemplar vida de Enrique, como en la inspiración que nuestro Instituto pretende adoptar.

Ética y cultura empresarial: tres posturas iniciales contrastadas

Un primer paso para tratar este tema es plantear que, en realidad, detrás de un generalizado discurso público a favor de la “ética,” tanto en la teoría como en la realidad de la economía y de la empresa existen, conviven y compiten diversos enfoques éticos, y sobre los valores, que las personas encarnan dentro de las organizaciones.

A fin de identificar y caracterizar el enfoque humanista y cristiano (basado en Doctrina Social de la Iglesia) de la ética en la empresa, que Enrique Shaw desplegó en su intención y en su actuar, lo distinguiremos primero de otros tres que son contrastantes, y que, si bien no se publicitan, pueden convivir en la cultura de las organizaciones. Luego nos referiremos con más detalle al enfoque que Enrique adoptó con convicción en su vida y actuar, es decir, la ética empresarial basada en el humanismo cristiano, sobre la que comentaré muy brevemente algunos elementos centrales, así como algunos desarrollos más actuales que entiendo en consonancia.

En primer lugar, podemos decir que existe una ética muy extendida dentro de la teoría y la practica económica que se basa en la filosofía del “utilitarismo”. Es decir, la idea de adoptar la “maximización” de “utilidad” o de beneficios por encima de cualquier otro valor. Y, por consiguiente, la primacía de los accionistas (shareholders) por encima de los demás grupos que componen a la empresa (stakeholders). La ética utilitarista parte de orientar la acción a través de la comparación placer/dolor, que luego se formalizó en el cálculo costo/beneficio, base de lo que los economistas denominamos la “teoría de la elección racional”. La base de esta ética es hedonista (hedoné en griego, significa placer), porque el fin es aumentar el placer y disminuir el dolor. También es individualista porque el placer y el dolor son sensaciones subjetivas de cada individuo. Es relativista porque nadie puede juzgar desde fuera las preferencias de otro individuo, sólo cada uno las propias. Y, por último, es racionalista, porque para procesar esa información, todos y cada uno de los seres humanos – sostiene esta postura– cuantificamos y calculamos comparando estos polos de placer/dolor, o de costo/beneficio. Como veremos la ética clásico-cristiana no rechaza el lugar de la utilidad, el placer, y de la razón, pero las amplía mediante su concepción del bien, de la templanza, de la persona (como individuo abierto a las relaciones y los vínculos extra-utilitarios) y de una concepción más amplia de la inteligencia humana que incluye la intuición, y por tanto la afectividad.

Una segunda postura, que abarca al propio utilitarismo, también discernible en algunos casos en la práctica empresarial –aunque podemos apreciar su influencia también en el ámbito de la política– es la ética del “consecuencialismo”. Para esta ética lo importante son las consecuencias, o directamente los “resultados” de la acción. Es decir, “mandan” los objetivos concretos o los resultados de la acción a alcanzar. La exposición más famosa de esta postura se dio con la obra El Príncipe de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), que aconseja al gobernante adoptar como objetivo unívoco conseguir y mantener el poder en el ámbito político, pero se puede aplicar también al ámbito empresarial. 

La implicancia, para expresarlo del modo más sintético, es que en esta postura “el fin justifica los medios”. Una derivación de este principio es que lo que la ética tradicional (que podríamos denominar clásico-cristiana) considera “bueno” o “malo” sólo tiene sentido en cuanto nos garantiza la obtención del resultado buscado. Es decir, si para conseguir el resultado hay que realizar acciones tradicionalmente consideradas “buenas,” adelante. Pero si para obtener dichos resultados hay que realizar acciones tradicionalmente consideradas “malas,” también esto se justifica en vista del objetivo. Un ejemplo claro, es la premisa, “hay que vender x cantidad para cumplir un objetivo, no importa el cómo, no importan los medios”. Aquí nos ahorraremos la enumeración de ejemplos puesto que son bastante evidentes las implicancias prácticas de este principio.

¿Es la acumulación de dinero, placeres o bienes materiales (tal como plantea el utilitarismo, que hemos mencionado antes)? ¿Es la mejor provisión del bien o servicio que la empresa produce y vende (en calidad, precio y servicios concomitantes al cliente)? ¿Junto con la sustentabilidad en el tiempo de la empresa y la consolidación de la comunidad humana que implica? Para la ética clásico-cristiana la cuestión de la finalidad es de importancia decisiva, claramente responde negativamente a las dos preguntas iniciales y afirmativamente a las dos preguntas que les siguen.5 Desde allí se pueden cualificar luego los medios que empleamos para lograr estos fines.

La tercera perspectiva ética influyente que mencionar y acorde a lo que nos planteamos, diferenciar el aporte específico de la ética que inspiró a Enrique Shaw, es la que podría denominarse: “la competencia como supervivencia del más apto”. Esta tiene también puntos de contacto con las dos anteriores. Consiste en visualizar al mercado –y al conjunto de la vida– como una “competencia por la supervivencia,” donde se van produciendo una serie de disputas o conflictos en la que se van dando ya sea “ganadores,” ya sea “perdedores”. No hay espacio y lugar para todos, es ingenuo pensar que puede haber conductas cooperativas, y no hay posibilidad tampoco de resultados intermedios: o se gana y se tiene éxito, o se pierde y se fracasa. Los ganadores ascienden en poder, influencia y riqueza, éxito tras éxito, y en la escala económica, política o social, venciendo a los demás en las distintas competencias, mientras los perdedores deben adaptarse a su lugar, o desaparecer. Se supone que este proceso seleccionará los “mejores,” y que una sociedad liderada por estos mejores, funcionará de la mejor manera posible para todos. 

Posteriormente distintas gradaciones y elementos de esta ética se han difundido, por ejemplo, en el enfoque empresarial del influyente economista Joseph Schumpeter (1883-1950), de la novelista y filósofa liberal Ayn Rand (1905-1982) –autora de títulos significativos como La Rebelión de Atlas, y La Virtud del Egoísmo– o en el trasfondo de muchas posturas transhumanistas y posthumanistas actuales.

La ética clásico-cristiana y la ejemplaridad de Enrique Shaw

En contraste con las perspectivas éticas mencionadas (y hasta cierto punto simplificadas, por una cuestión de tiempo), escuchamos de las exposiciones anteriores en este panel, que la vida y el desempeño empresarial de Enrique Shaw muestra que otra ética es posible. Que dicha ética es aplicable, que da buenos resultados en un sentido más amplio, tanto para la comunidad que es la empresa, como luego para la sociedad. En consonancia, en la página web de ACDE que recoge el perfil de Enrique Shaw, uno de los comentarios que figuran sostiene: “con Enrique me convencí de que sí se puede llevar una gestión en valores”, y: “que los principios de la Doctrina Social de la Iglesia son aplicables a la empresa.” Y algo aún más osado: “Creo que los valores cristianos son la verdadera fuente de crecimiento y de vanguardia en las empresas hoy en día”.

Para hacer una descripción muy concisa de la ética cristiana, con su herencia clásica, podemos comenzar enumerando las cuatro virtudes que se consideran “cardinales”: prudencia, fortaleza, templanza y justicia, y las tres “teologales,” que desarrollará especialmente el cristianismo: Fe, Esperanza y Caridad. Creo se podría escribir un libro completo mencionando, ubicando y clasificando las acciones de Enrique bajo cada una de estas virtudes. 

Significa entonces, como podríamos decir hoy en lenguaje muy coloquial: no ser “pecho frio,” sino un pecho sentiente, lúcido, unificado en el deseo del bien –un deseo que da alegría. Por extensión, también, significa los sentimientos como miedo, pesar, dolor, alegría, amor, valor; pero también la mente, el entendimiento, razón, pensamiento, deliberación, conciencia, voluntad, intención, etc., para mencionar sólo las principales acepciones.  Pero para completar el cuadro debiéramos referirnos también a las virtudes “teologales,” que, según el cristianismo, nos conectan con una dimensión más trascendente, y se van desarrollando en nuestra relación personal con Dios. La “Fe,” como el trato de amistad y de confianza con Dios; la “Esperanza,” es decir, la seguridad en que Dios es bueno y desea un destino de bien para cada persona, para la humanidad y para el mundo; y la “Caridad,” como

máxima expansión del Amor: en el amor al prójimo, a uno mismo, a la creación y a Dios. 

Elementos para una ética empresarial de nuestro tiempo

La recuperación de la idea de un liderazgo basado en una “inteligencia emocional,” se debe sobre todo a la obra del psiquiatra y “gurú” empresarial Daniel Goleman de la Universidad de Harvard que publicó un libro con ese nombre. Allí se basa en diversas investigaciones que han señalado que lo que más distingue a un líder, no es tanto su cociente intelectual, sino su nivel de inteligencia emocional. Esta comprende su conocimiento de sí mismo (incluyendo conciencia, pensamiento, y sentimientos); el autogobierno que se es capaz de ejercer; la motivación y la pasión que se despliega en la acción y las tareas emprendidas; pero también su capacidad de “empatía” con los demás (conectar no sólo racionalmente, sino a nivel afectivo con los otros); y, a partir de ello, las “habilidades sociales” que se despliegan. Para actuar con capacidad de liderazgo –y aquí tenemos también en mente el ejemplo de Enrique– no sólo se requiere claridad mental, sino alegría, equilibrio y empatía emocional con los otros.

El liderazgo implica también una búsqueda personal y grupal de sentido. Por eso podemos sumar los aportes del fundador de la Logoterapia, el psiquiatra austríaco Viktor Frankl (1905- 1997), quien sostiene el ser humano se realiza en la medida en que se compromete con el “cumplimiento del sentido” de su vida. A diferencia de otras escuelas, Frankl afirma que la búsqueda de sentido es una fuerza primaria de la vida humana, y no una racionalización secundaria de impulsos instintivos. Las preguntas existenciales como ¿quién soy, qué talentos tengo, que me apasiona? ¿cuál es mi vocación (como realización personal y como servicio al prójimo)? y ¿cuál es el sentido de la vida? son esenciales para el ser humano, para su motivación y bienestar, tanto psíquico como físico. El desafío que Frankl descubrió a través de su experiencia y que nos propone, en sus propias palabras es: “No sólo encontrar riqueza de sentido en la vida, sino ayudar a otros a descubrirla.” Es decir, ofrecer ejemplo, ayuda y condiciones para ello a los demás, lo que podemos llamar “estar en la generatividad”.14

 

En cuanto al “liderazgo como servicio,” es un tema sobre el que escribí alguna vez, y se desprende principalmente de la tradición cristiana. Sin duda, Enrique ha sido un claro ejemplo de este tipo de liderazgo con mayúscula.

Ética del servicio en las instituciones argentinas hoy: un diagnóstico y propuesta breve

Bien entendidas nuestras instituciones económicas y políticas tienen también como eje el servicio. El “servicio público” al ciudadano en la política, así como el “servicio al consumidor” por parte de la empresa y el mercado.

Desde el punto de vista teórico (o mejor dicho normativo) el mercado debiera estar diseñado para que sea una institución que busca que, al empresario, y a la empresa, les vaya bien, en tanto y en cuanto ambos “sirvan” al consumidor, es decir a las personas. Esto se entiende se produce a través del “intercambio voluntario” entre particulares, teniendo en cuenta una serie de condiciones. Por ejemplo, que existan varias alternativas, tanto de oferta como de demanda, en una “competencia leal y efectiva”. Claramente los monopolios y todo tipo de estructuras o prácticas anticompetitivas, incluyendo, sobre todo, buscar influir sobre el estado para obtener ventajas o privilegios, implican una ruptura de ese principio. Por tanto, las prácticas que se resumen en el concepto de “rentismo,” o de “instituciones extractivas” ponen en riesgo la “legitimidad” de los resultados de un determinado mercado y de las empresas que allí operan.17

Algo similar vale para otro tipo de organizaciones, que son las que representan intereses, también llamadas corporaciones o “grupos de interés”. Estas instituciones tienen una función vital que cumplir, en tanto advierten de sus necesidades legítimas y proponen soluciones frente a los medios o frente al gobierno. Sin embargo, como en el caso de las empresas, la legitimidad de dichas funciones se cumple en la medida que se realizan en vista de, o complementando, un bien común. Y se tornan cuestionables o ilegítimas, cuando se pretende lograr o imponer el propio interés, desconociendo, o peor aún, perjudicando el bien común.

El gobierno y estado, por último, también deberían “servir al ciudadano,” para eso tenemos los elementos estructurales de nuestro orden político como la democracia republicana, con elecciones periódicas y alternancia, el estado de derecho, donde el soberano debería ser la propia ley (Constitución), la división de poderes por funciones, la división geográfica del poder, es decir el federalismo, o lo que la DSI llama la subsidiariedad.

Pero vemos hoy en el país, y en muchas otras partes del mundo, hay una insatisfacción con dichas instituciones. Una posibilidad es que estén mal estructuradas y no se cumplan adecuadamente las condiciones para su funcionamiento. La segunda posibilidad es que las personas que las integramos, hayamos ido perdiendo, se haya diluido este “ideal del servicio,” que Enrique Shaw puso en práctica tan bien en su vida privada y pública, y especialmente en su actividad profesional.

En Argentina tenemos una larga historia de inestabilidad política y económica. Desde 1930 a 1983, sobre todo inestabilidad política. Desde 1983 a la actualidad, recuperada la democracia, crisis económicas de una magnitud con pocos puntos de comparación. Algunos apuntan a que este “péndulo” de la economía argentina indica la necesidad de revitalizar una cierta “amistad social”.18 Pero surgen las preguntas: ¿La inestabilidad argentina, la sucesión de crisis de todo tipo, llevan al “sálvese quien pueda,” al debilitamiento de la solidaridad y los lazos sociales, y al abandono de los valores y la ética? ¿O el abandono de los valores y la ética, de las actitudes solidarias, nos han llevado a la presente inestabilidad, situación de anomia y decadencia?

Más allá de la respuesta racional a estas preguntas, que sin duda es relevante, estoy seguro Enrique Shaw comenzaría hoy por revitalizar la ética y los valores, de modo solidario, comenzando por dar ejemplo él mismo. Este es el ejemplo que queremos tener en la mente y en el corazón cuando emprendemos las actividades del nuevo Instituto, que lleva, a mucha honra, su nombre.

Sobre el autor

Marcelo Resico

Doctor en Economía (UCA). Obtuvo una Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE y un Diplomado en Economía Social de Mercado en la Universidad Miguel de Cervantes, en Chile. Es profesor e investigador del Departamento de Economía de la UCA.

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2 comentarios

  • Más que opinión es una consulta. Según su perspectiva, se puede ser Manager de una empresa cuyos valores son opuestos a los valores del Evangelio?

    • Disculpas por la demora en responder Fernando. Y gracias por la muy buena pregunta: me deja pensando…
      Diría que los valores en general están presentes detrás de toda acción y decisión humana, y por tanto también en la administración de empresas, que está constituida más por relaciones humanas, que por relaciones de los humanos con las cosas.
      Lo que podemos ver es una pluralidad de valores en juego, y distintos ordenamientos entre ellos detrás de las acciones y decisiones diarias, lo que genera distintas configuraciones que llamamos «enfoques éticos». El aporte que intenta el artículo es recorrer brevemente 3 de esos enfoques, el utilitarismo, el maquiavelismo y la ética de la primacía de la fuerza, y compararlos con la ética del humanismo cristiano, que es una formulación filosófica, a partir del mensaje del Evangelio.
      Una de las sugerencias de fondo del artículo es que los tres enfoques éticos enumerados, primero constituyen configuraciones y jerarquías de valores muy diferentes, y antagónicos, respecto del enfoque de la ética del humanismo cristiano.
      Y respondiendo más puntualmente su pregunta, creo que todos estos enfoques pueden estar presentes en la práctica de las empresas en distintos grados, de modo generalmente implícito. De hecho diría que compiten entre sí dentro de las empresas. También que producen resultados muy diferentes en cuanto a la calidad de las relaciones humanas, tanto dentro de la empresa, como con su entorno, y pueden repercutir en el mediano y largo plazo en los resultados efectivos y en la sustentabilidad.