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El ego de los G40

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Sí, los G40 se cuestionan acerca de su ego y suponemos que Ud. también, estimado lector. Por eso, aunque quizás Ud. no haya participado de este amigable encuentro de socios de ACDE, le interese chusmear qué es lo que a ellos les preocupa.  A los que estuvieron presentes, les decimos: no se preocupen, nadie será expuesto, salvo Martín N. Stigliano, el autor intelectual de la polémica.

Martín planteó un caso -no sabemos todavía si real o hipotético- muy picante; aunque cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Un nuevo integrante de equipo, que llamaremos Eustaquio, corrige en público a su jefe, llamado Rosendo, durante una presentación. Rosendo es un tipo de buena voluntad que hasta ese día estaba convencido de que tenía que rodearse de gente mejor que él. Porque -se decía a sí mismo- un buen líder se rodea de gente súper capaz y la deja actuar…. Pero la actitud de Eustaquio le dolió.  ¿Que debía hacer luego de la reunión?

Algunos de los G40 rápidamente se identificaron con el dolor de Rosendo y dijeron que a ese desleal Eustaquio había que despedirlo; su actitud en la reunión podía volver a repetirse y no iba a ser saludable para el funcionamiento del equipo. Otros, en cambio, pensaron que quizás era mejor conversar con Eustaquio en privado, ejercitar con él la corrección fraterna, hacerle ver el impacto en los otros de su actitud y darle una oportunidad para que cambie. Pero también surgió la cuestión de si el dolor de Rosendo era porque su ego había sido golpeado o era una simple deslealtad de Eustaquio.  Otros, a su vez, hurgando un poco más en el fondo del tarro dudaron: ¿Rosendo era altruista de verdad? Su búsqueda de excelencia, su práctica loable en liderazgo ¿no eran en verdad una necesidad de reconocimiento? ¿No estaba Rosendo buscando hacer algo que reafirmara un sentimiento de superioridad?  

Martín, cual thriller de Hitchcock, iba tirando más data del caso. En la reunión que Eustaquio derrapó también estaba Indalecio, il capo di tutti capi, que al finalizar la reunión le dijo a Rosendo: muy bueno ese pibe, tu nueva incorporación, quiero hablar con él. Los G40 coincidieron en que Indalecio tendría que haber visto la situación y manejarla de otro modo. Porque claro, Rosendo ya se había empezado a cuestionar su generosidad. 

¿Qué tan generoso hay que ser en el trabajo, en cuanto a darles oportunidades a otros para crecer? Tal como compartió uno de los G40, a veces las organizaciones se equivocan en promover algunas actitudes supuestamente valiosas que terminan afectando a toda la organización y su bien común. Y como sugirió otro, antes de la corrección fraterna, Rosendo tiene que hablar con Indalecio. Punto.

El Padre Daniel Díaz con lenguaje agustiniano confrontó los dos amores que dan origen a las dos ciudades que podríamos estar construyendo: el egocentrismo y la caridad. El primero es a autodestructivo y despreciativo de Dios y el segundo, el que lleva al desprecio de sí. Pero ojo, un desprecio del ego inflado y no del verdadero “sí mismo”.

¿El ego se ve herido cuando aquel con quien fuimos generosos no responde con lealtad a esa oportunidad? Y sí, parece que sí ¿Cómo actuar con humildad y- a la vez- con la firmeza necesaria en el liderazgo? De paso, digamos que humildad viene de “humus”, no el de los garbanzos y el tahini, sino el de la tierra fértil; humilde es el que tiene los pies en la tierra. En cambio, la soberbia, tal como nos refirió el Padre Daniel que la define San Agustín, es “el amor de la propia excelencia”.

Después de esta frase habría que hacer un gran silencio.

¿Tiene algo de malo querer hacer muchas cosas y muy bien? 

Nos dice San Agustín: “La soberbia quiere imitar tu grandeza, siendo Tú, Dios, el único excelso sobre todo”.

Sobre el autor

María Marta Preziosa y Martín N. Stigliano

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