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“El mundo está listo para una economía según Francisco de Asís”

Escrito por Bruno Bobone
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Discurso en el Coloquio “¿Para qué sirve trabajar? Un camino de esperanza para el futuro” del 21 de enero de 2023 en el Collège des Bernardins, para el centenario de la Académie d’éducation et d’études sociales (AES)

Estoy encantado de estar hoy con ustedes en este espacio emblemático de reflexión y comunión que es el Collège des Bernardins.
En primer lugar, quiero dar las gracias a la AES y a su presidente: Marie-Joëlle Guillaume, por esta amable invitación. También quiero dar las gracias a Pierre Deschamps, amigo desde hace mucho tiempo y líder empresarial comprometido con una economía al servicio del bien común.
Soy Bruno Bobone, empresario portugués y presidente de UNIAPAC. Durante 18 años fui Presidente de la Cámara de Comercio portuguesa. Hoy soy el presidente de Pinto Basto, una empresa familiar con 250 años de historia, actualmente activa en el sector del transporte, la logística y el comercio como agencia marítima. Estamos presentes en Portugal, España, Angola y Mozambique.
Durante 250 años, Pinto Basto ha superado numerosas crisis, revoluciones, guerras, pandemias, crisis sociales y financieras. Pero si hemos conseguido superar todas estas crisis, es porque nuestra
principal preocupación es la persona. Porque sin la persona es imposible superar una crisis.

Volviendo a UNIAPAC, es una confederación internacional de asociaciones de empresarios de todo el mundo. Su objetivo es promover entre los dirigentes empresariales la visión y la puesta
en práctica de una economía al servicio de la persona humana y del bien común de la humanidad. Hoy, UNIAPAC reúne a asociaciones cristianas con 45.000 líderes empresariales
en 40 países de Europa, América Latina, África y Asia. El título de mi presentación es una clara referencia a San Francisco de Asís, ejemplo por excelencia de preocupación y cuidado por los más frágiles de la tierra, y que vivió en total coherencia con el Evangelio en el plano económico y social.
El Papa Francisco, desde sus exhortaciones apostólicas y encíclicas, Evangelli Gaudium, Laudato si’ y Fratelli Tutti, ha planteado el reto de recrear la economía del mundo a través del pensamiento de los jóvenes y centrado en la persona humana y el bien común. La Economía de Francisco es un proceso que llama a la acción a jóvenes economistas y empresarios de todo el mundo con un compromiso renovado para transformar la economía. Y nosotros, empresarios cristianos, estamos dispuestos, estamos disponibles para acompañar este proceso; primero con nuestra fe, luego con nuestra experiencia, nuestros medios, nuestras capacidades y la experiencia de nuestros errores.

Empezaré con dos citas de San Francisco de Asís:

«Empieza por hacer lo necesario, luego haz lo posible y de pronto estarás logrando lo imposible.”

Y “Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido, solamente lo que has dado.”

A partir de estas dos ideas me pregunto: ¿cuál es el papel de los líderes empresariales cristianos hoy? Hemos vivido durante las últimas décadas en una economía estructurada en
torno al pensamiento del liberalismo, un pensamiento que proporcionó a Adam Smith un gran éxito. Adam Smith decía que todas las acciones individuales de los agentes
económicos, guiadas únicamente por su propio interés, contribuyen a la riqueza y al bien común. Y lo llamó “la mano invisible”. Pero Adam Smith era también profesor de filosofía moral.
Para él, la moralidad era un hecho de la vida y nunca imaginó una economía en una sociedad sin moralidad. En su teoría filosófica, Smith comienza por reconocer, frente a las teorías del
egoísmo y el interés, el carácter desinteresado de algunos de nuestros juicios. Sin embargo, cuando aborda la economía, habla del egoísmo como motor del desarrollo. Este es el resultado de su creencia de que la moralidad siempre estuvo presente.

Desde mi punto de vista, la mano invisible era exactamente el resultado de esa moral que existía en la sociedad y que funcionaba inicialmente como reguladora de la economía. La mano invisible del mercado era muy eficaz en todas las relaciones exclusivamente económicas, pero en las relaciones sociales era la moralidad la mano que garantizaba el equilibrio del mercado.
El razonamiento de la economía basado en el principio del egoísmo -la idea del propio interés- ha tenido el efecto de desplazar poco a poco la moralidad de la economía.
Aunque este pensamiento egoísta condujo a la creación de riqueza y al desarrollo económico, también tuvo un efecto negativo en el desarrollo de la sociedad.
En general, nos ha ido bien en la creación de riqueza, pero hemos descuidado su justa distribución. Y más importante aún, no hemos entendido que la verdadera solución al
desarrollo depende más de la distribución que de la creación de riqueza.
Por supuesto, sin creación de riqueza, no habrá desarrollo. Pero cuando hay creación de riqueza, la distribución adquiere un papel protagonista en el desarrollo de la sociedad y el mantenimiento de la paz.
Hemos creado una sociedad en la que hay tanto personas inmensamente ricas como una clase media cada vez más privada de su capacidad de desarrollo y cada vez más dependiente del Estado.
Una sociedad que se está volviendo conflictiva, que se siente olvidada, abandonada, que busca soluciones más radicales y que, según nuestro conocimiento de la historia, acabará en una espiral de violencia.
Ante esta realidad, es urgente volver a los fundamentos de la vida para intentar cambiar el camino hacia el abismo que ya hemos iniciado. Y llegaremos fácilmente a la conclusión de que todo debe hacerse en favor de la persona. La persona humana es la razón de todas nuestras decisiones para el Mundo y la razón de ser de nuestras sociedades. Cuando digo “la persona”, me refiero realmente a cada persona, porque cada uno de nosotros ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, y también porque la sociedad resulta de la individualidad.

Llegando a estas conclusiones, queda claro que la propuesta del Santo Padre es la opción más razonable que tenemos a nuestro alcance si queremos preservar nuestra casa común y evitar la catástrofe. Debemos garantizar a toda costa que los procesos de transformación no se lleven a cabo mediante la violencia, el dolor y la injusticia. La economía actual está estructurada sobre precios bajos y un desequilibrio entre la capacidad creativa de los países y su población.
La globalización económica, llevada a su extremo, ha conducido a la dependencia económica de países con valores que no compartimos en nuestras sociedades occidentales. Ha promovido, con una lógica comercial, la deslocalización de la producción a territorios con salarios bajos y condiciones de trabajo precarias y poco respetuosas hacia la dignidad humana.
Es innegable que la economía mundial ha realizado progresos sin precedentes en los últimos 60 años para aumentar la renta y el nivel de vida de la humanidad.
Sin embargo, el contexto socioeconómico mundial actual es complejo. El mundo, según Naciones Unidas, vive la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Las economías de varios países, en particular las de los mercados emergentes, se enfrentan este año a una serie de graves riesgos, como una inflación elevada y sostenida, la crisis de la deuda y el suministro de materias primas.
Además, la globalización de los flujos de capital ha aumentado la exposición de los mercados emergentes a la subida de las tasas de interés. En muchos países, los Estados sobre endeudados son incapaces de satisfacer las expectativas de los ciudadanos que buscan mejores condiciones de vida. Hoy, siguen existiendo riesgos sanitarios relacionados con la pandemia del COVID, conflictos armados con devastadoras repercusiones económicas y sociales, el aumento de los flujos migratorios incontrolados, la degradación del medio ambiente y el cambio climático.

Políticamente, los retos son enormes. La diferencia de realidades entre Europa, Estados Unidos, América Latina, África y Asia es tal que cada una de ellas debe ser contemplada de forma
específica para ayudarlas a desarrollarse hacia una economía del bien.

En Europa, es la sociedad la que obliga a defender al individuo; en Estados Unidos, es el mercado, y el resultado es bien distinto. En América Latina hay una visión menos social de la economía y existen grandes diferencias entre los grandes empresarios y los ciudadanos.
En África es aún más difícil construir una economía justa que realmente
desarrolle a las personas.
En Asia hay una gran diferencia de culturas. Allí no existe el concepto cristiano de solidaridad. Todo lo que alguien hace por otro proviene del beneficio que obtendrá del
bienestar del otro. Pero lo que es común a todas estas realidades es la importancia de trabajar en beneficio de cada persona.

La preservación de la democracia y las reformas en la gobernanza global de este mundo multipolar es indispensable. Desde un punto de vista tecnológico, nos enfrentamos a riesgos importantes.
Las innovaciones digitales y tecnológicas crean nuevas oportunidades y tienen una gran influencia en la transformación del trabajo. La tecnología ofrece herramientas para construir un mundo mejor, pero todo desarrollo tecnológico debe ir acompañado de un aumento de la responsabilidad.

Todos estos factores pueden llevarnos al pesimismo y a la desilusión. Sin embargo, como decía el economista Jean Boissonnat: “a fuerza de imaginar el bien, acabamos contribuyendo a él”.
Pero no basta con imaginar, hay que actuar. Sigo convencido de que todavía es posible construir un mundo mejor basado en una economía al servicio de la persona humana, del bien común y de un pacto social sólido.

Por lo tanto, nosotros, los empresarios cristianos, tenemos ahora un enorme reto que afrontar. Pero también tenemos una magnífica oportunidad de transformar la economía mundial para el bienestar de todos y para el desarrollo sostenible. Esto requiere una distribución mundial más equitativa del conocimiento, los bienes y el poder, respetando al mismo tiempo nuestro hogar común.

Debemos volver al verdadero desarrollo: un desarrollo centrado en la persona y en el bien común. El Papa Francisco nos recuerda que el empresario tiene una noble vocación y
subraya que la creatividad es la clave del empresario para encontrar la solución a las crisis, ya sean consecuencia de pandemias, guerras, catástrofes naturales u otros desastres.
La vocación noble es la capacidad de articular los distintos medios de producción para que produzcan riqueza.

Pero, en nuestra opinión, la realización de la noble vocación sólo puede lograrse cuando esta riqueza se distribuye con la voluntad de desarrollar la persona humana que hay en todos y cada uno de los que nos rodean. Es entonces cuando nuestra vocación se vuelve verdaderamente noble. Y es por esta razón que ahora estamos trabajando en la aplicación de un concepto que llamamos: el salario digno.

Por principio, nos oponemos al salario mínimo. No soportamos salarios miserables. ¡Al contrario! Un salario digno es un salario que ofrezca a todos la posibilidad de pagar los gastos de su vida diaria, que les permita pagar la educación de sus hijos y que contribuya también a su desarrollo personal, cultural, social y profesional. Este salario digno implica también la participación de todos los actores de una empresa en las decisiones que afectan sus vidas. Es este salario digno el que le permitirá seguir un camino hacia la alegría, hacia la realización personal. Es la razón de ser de toda persona.

En una economía de mercado, el respeto de la dignidad de las personas y el bien común figuran entre los principios sociales fundamentales que deben guiar la forma en que organizamos nuestro trabajo, nuestro capital y los procesos de innovación, producción y distribución. El objetivo principal de las empresas y los sistemas empresariales es satisfacer necesidades humanas reales, es decir, las necesidades relevantes de todas las personas a las que sirve la empresa.

En concreto, son tres las funciones que deben desempeñar las empresas:
Los buenos productos: las empresas deben responder a las necesidades
humanas reales creando y produciendo bienes y servicios;
El buen trabajo: las empresas deben organizar un trabajo positivo y
productivo;
La buena riqueza: las empresas deben utilizar sus recursos para crear y
compartir riqueza y prosperidad de forma sostenible.

Hay que olvidar el egoísmo en el que se basa la economía actual e introducir conceptos y valores humanos en la actividad económica. Desde este punto de vista, el Pensamiento Social Cristiano es una fuente formidable para construir una economía justa, fraterna y sostenible.

Sobre el autor

Bruno Bobone

Presidente de UNIAPAC. Empresario portugués, presidente de Pinto Basto, una empresa familiar con 250 años de historia, del sector del transporte, la logística y el comercio como agencia marítima.

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