Valores

Ganadores y perdedores

Montaña, equipo, ganadores, trabajo, esfuerzo
Escrito por Eduardo Tallarico
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De lunes a viernes en horario prime time se trasmite por televisión un programa de preguntas y respuestas que tiene un curioso formato: el participante que acierta con la respuesta correcta va acumulando dinero y/o puntos; el que pierde cae en un pozo y desaparece de la visión n la pantalla.

La imagen es sumamente interesante para analizar cuestiones que hacen a dilemas de índole éticos; tanto Kant como Rawls podrían tener algo que decir al respecto.

Toda competencia, del tipo que fuere, implica ganadores y perdedores; si no fuere así, no seria una competencia, ya que su esencia misma los implica.

El hombre lleva inscripto en su naturaleza el espíritu de la competencia; la propia vida también es una competencia, en donde el objetivo es hacerse de los principales frutos y productos – entendiendo a estos conceptos en su mayor amplitud semántica- y donde, en el estado natural hobbesiano, se podría llegar a perder la propia vida en caso del fracaso.

Ello, recordado que los griegos llamaban agón (en griego clásico ἀγών) a lo que en castellano se puede traducir como competencia; obviamente, el término en español agonía encuentra su origen en la palabra griega citada.

Ulpiano dijo que los preceptos del derecho son: vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo que es suyo, entendiéndose posteriormente que “dar a cada uno lo suyo” implicaba dar a cada uno lo que le corresponde.

Por supuesto siempre habrá un triunfador que triunfará y un perdedor que perderá, en razón o por causa de múltiples factores, en uno y en el otro caso.

El ganador obtendrá la corona de laureles – aunque alguien debería siempre soplarle al oído: “Respice post te! Hominem te esse memento”- y el perdedor será descartado (arrojado a un pozo, en el caso del programa televisivo comentado). Esto es lo que le corresponde a cada uno.

¿Pero esto es así? O, mejor dicho, ¿debería ser así?

Mas allá de los postulados kantiano de imperativo categórico que ordena obrar de tal modo de siempre usar a la humanidad como fin y no como medio, la cuestión también se relaciona con la suerte que cada cual tiene en la ruleta de la vida respecto de los dones recibidos o de la historia familiar transitada. 

Es por ello que una sociedad que busque justicia y equidad para sus integrantes no solo debería alentar, reconocer y recompensar los esfuerzos realizados para lograr objetivos individuales, sino también contemplar procesos o sistemas que permitan alcanzar lo que Rawls llamó “principio de justa igualdad de oportunidades”, vale decir, la posibilidad cierta de poner a todos los jugadores en la misma línea de partida, contando con los mismos “equipos” adecuados para la “competencia” de que se tratare. 

Por supuesto que igual habrá perdedores, pero si esa sociedad se quiere considerar efectivamente como justa y equitativa, los más afortunados tienen el deber de abstenerse de obtener un provecho en demasía, es decir caer en la pleonexia, sin beneficiar a los menos aventajados.

Es por eso que el Papa Pio XI sostuvo que  

“A cada cual, por consiguiente, debe dársele lo suyo en la distribución de los bienes, siendo necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados”

La cita es de 1931; casi un siglo después quizás sea bueno recordar verdades que el vértigo por ser y permanecer a veces se esconde entre conflictos y tormentas. 

Sobre el autor

Eduardo Tallarico

Abogado. Miembro del Consejo Asesor de Fundación LED Libertad de Expresión + Democracia y de Poder Ciudadano.

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