Valores

Hacerme tiempo para saborear la vida

Escrito por Carlos Barrio
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El otro día, saliendo bien tarde de mi trabajo, luego de una jornada llena de exigencias, con tareas cumplidas y otras pendientes para el día siguiente, me preguntaba: ¿por qué voy corriendo y postergando momentos para apreciar la belleza de todo lo que me rodea? ¿Por qué no me hago tiempo para saborear la vida?

¿Quizás siento que al detenerme dejo de ser productivo y que estoy perdiendo el tiempo, o que quizás estoy demasiado influenciado por la necesidad de renovar mis bienes materiales para calmar mi ansiedad por la presencia de cierto vacío existencial? 

El impulso de una permanente auto exigencia personal me conduce a una cierta angustia, como si el tiempo disponible no fuera suficiente para alcanzar los objetivos propuestos.

Pareciera que, si en medio de esa ráfaga de actividad hago silencio interior, surge un vacío existencial. Me doy cuenta de que, asimismo, tengo necesidad de llenar mi tiempo con pensamientos, actividades, pasatiempos y detrás de ellos percibo un cierto dolor y sinsentido vital.

Estoy demasiado enfocado en el producir y hacer. Por un lado, valoro la actividad laboral como camino para generar riquezas y bienestar personal y colectivo, pero al mismo tiempo, veo mi dificultad para conectarme con el sentido más profundo existencial, que requiere reflexividad para observar la vida en su conjunto.

Por tales motivos, hoy decido detener por un rato mis actividades y dedicarme a reflexionar y meditar.

Dejo que en este silencio vayan aflorando libremente sensaciones, recuerdos y pensamientos que llevo en gran medida escondidos y adormecidos.

Me detengo en la frase del Evangelio en la Jesús me dice “Ustedes son la sal del mundo. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se volverá a salar? (Mt. 5, 13)

Tomo consciencia de la vida que me rodea, de los olores de cada lugar, las hojas de los álamos en otoño mientras camino, los aromas de la comida, del café y las tostadas del desayuno, los guisos caseros, la cebolla que rehogo con aceite de oliva, los cambios de perfumes y tonalidades de colores mientras camino por la calle, las cálidas cenas en familia, el sonido del mar en la playa, los atardeceres, los cantos de los pájaros, las personas con “ojos transparentes que irradian calor y manos bondadosas que alivian los dolores” que en alguna oportunidad tuve la suerte de conocer, las sensaciones de mi piel por el viento marítimo, los mates compartidos. 

Descubro que toda la realidad está vinculada entre sí, que las distinciones y categorías que establezco están más insertas en mi mente que en la vida misma. 

Recuerdo una frase de Byung-Chul Han en la que dice que “el aroma, impregnado de imágenes e historia, devuelve la estabilidad a un yo amenazado por la disociación”.

¿Qué podría hacer para volver a incorporar los aromas y a saborear mi vida para recuperar la estabilidad interior?

¿Cómo podría hacer para integrar mi trabajo con la sensación de plenitud que me envuelve al rehogar la cebolla con aceite de oliva?

¿Qué puentes podría tender entre mi objetivos y metas laborales con las cálidas cenas familiares, para que pueda percibir la vida como una sola?

¿Es posible dar una respuesta unitiva a los pedidos que surgen de mis correos electrónicos y Whatsapps de trabajo, con los atardeceres y los cantos de los pájaros?

Vuelvo a mi trabajo buscando dar respuesta a estas preguntas, reflexionando el pasaje de Marta y María, las hermanas de Lázaro, en la que Marta representa la vida activa y María la vida contemplativa, sabiendo que en la integración de ambas acentuaciones estará mi equilibrio.

Esta noche, antes de llegar a casa, voy a comprar una rica merluza, que pienso cocinar al horno, con unas cebollas que voy a rehogar previamente con aceite de oliva con mucho placer.

Sobre el autor

Carlos Barrio

Abogado (UBA) con una extensa carrera en el sector legal de multinacionales. Coach Profesional (Certificación internacional en el Instituto de Estudios Integrales). Posee posgrados en Harvard y UBA.

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